LESSANY
Tendida en el suelo de la Cúpula, el largo faldón garzo de la casaca está disperso sobre los escalones inferiores, sus botas negras en el escalón sobre estos y sus piernas y glúteos sentados en el último escalón antes del altar. Diez de las veinte hojas de papel están esparcidas una al lado de la otra, con la tinta secándose aún unas y otras con dibujos y notas en grafito, la onceaba hoja está en sus manos recibiendo aún trazos y bosquejos.
—Ésta palabra es diferente… —murmura para sí, acariciando el suelo y comparándolo con su dibujo—. ¡Ugh! Con una cámara sería más fácil, necesito mi programa de reconocimiento.
—¿Qué programa de reconocimiento?
La sombra del viejo Enser la cubre, al alzar sus ojos azules su cabello se desliza desde su hombro hasta el suelo como el oro líquido. Incorporándose comienza a recolectar los papeles secos, en orden.
—Hay muchas palabras distintas y nuevas, creo que la fundación de ésta Cúpula difiere mucho de las otras en el Mundo Habitable. Necesito mis datos y herramientas para intentar descifrarlas, y a mi epigrafista, estas runas parecen alteradas. Maldito Thethis —farfulla por lo bajo.
—No sabía que en Kasttell maldecían a las Lunas como forma de expresión coloquial, ¡qué interesante!
—Thethis es un amigo —corrige ella, mirándolo de mala gana aún desde el suelo.
—¡Oh! ¡Vaya, kongare li! —Extraña por la palabra, Lessany tiene la sensación de que la ha escuchado antes—. Te preguntaba por esos “programas”.
—Mi equipo y yo desarrollamos un programa de reconocimiento e interpretación para la traducción de runas fiat lux, teniendo los datos ya conocidos a la mano podría derivar estos aquí —señala al suelo con las hojas de papel—. Tengo buena memoria pero no puedo recordarlo todo, necesito la guía visual. ¿Estás seguro que me mostraste todos los libros que contienen información relativa a la cúpula?
—Claro, ¿por qué lo ocultaría? —responde el anciano, encogiéndose de hombros. Su túnica blanca tiene una franja de suciedad de dos pulgadas en la parte inferior, debajo sus zapatillas no le proveen demasiada protección en las bajas temperaturas pero tampoco la necesita si nunca sale de los invernaderos que rodean la cúpula y sus instalaciones subyacentes. Además de esto, el anciano tiene una larga melena ceniza y un aspecto escuálido, pese a esto se le nota despierto—. No es como si encontraras en ellos información que ponga en peligro la Rebelión, ¿o sí?
—Kandem provee toda esa información de su propia boca pero de nada me serviría si no tengo manera de enviarla fuera del baluarte —obvia ella, comenzando a dar vueltas alrededor del altar, repasando las inscripciones que ya ha descifrado y reconocido: poemas que describen los antiguos rituales espirituales de los Ancentros fiat lux y sus instrucciones, pero allí se habla de una “ausencia”, de “falta de poder”—. ¿Hay algún tipo de reliquias? —inquiere al anciano, al estudiar de nuevo el altar y las palabras talladas en su borde: Bebed el alma de los infieles y sacrificad la belleza de los eternos, se lee en un costado, ella no puede entender qué significan esas instrucciones, si estos Ancestros hacían brutales sacrificios de sangre o qué ocurría.
—No, pero supongo que ya tradujiste lo de los sacrificios.
—¡¿Sabías lo que decía?! ¿Has traducido esto tú? —Su exaltación es genuina pero el anciano sonríe y la acompaña junto al altar.
—Mi Dama, es lo que primero hice al venir aquí, pero a los Señores del sur nunca les ha gustado nada de lo relacionado a los Seres de Luz, así que el primer Señor de Senerys al que serví me obligó a quemar el resultado de mis investigaciones. Han pasado décadas desde entonces y con el tiempo he ido olvidando el significado de las palabras, pero lo del sacrificio es algo que no he podido olvidar, ningún libro de historia habla de nada parecido ni siquiera en los tiempos obscuros.
—¿Quemaron tu investigación? —Enser asiente con paciencia y ella alza una ceja con disgusto—. Son unas bestias, ¿cómo puedes vivir así? ¿En la ignorancia por culpa de ignorantes?
—Porque espero llevar algo de lucidez a los ignorantes.
—¿Y cómo vas con eso? —refuta ella, dejando la conversación para vagar por los bordes de la cúpula como ha hecho otras veces, estudiando el cristal con el que está hecho.
—¿Qué buscas exactamente? —inquiere él, siguiéndola, sus pupilos dan vueltas por allí podando los jardines en el exterior, puede ver sus siluetas deformes a través del grueso cristal de casi un metro de espesor, sin filos pero con alargadas elevaciones y depresiones que otorgan textura y volumen, y la magnífica refracción de la luz, aunque allí, encerrada bajo el invernadero, la Cúpula carece de vida—. Podría ayudarte.
—¿Por qué no sales de aquí? —responde con otra pregunta, siguiendo el borde de la pared, acercándose cada vez más al túnel de salida más próxima, el que debe llevar a las instalaciones traseras: las estancias del anciano, su biblioteca, cocinas, las estancias de sus pupilos, bodegas…
—De vez en cuando salgo a dar un paseo, pero debo decir que mis huesos están muy acostumbrados al calor del invernadero. Yo…
—Quise decir del sur —interrumpe ella, viéndole sobre su hombro—. No has estado en el último Concilio hace cinco años, antes de la Llamarada, tampoco en el anterior a ese, leí ese boletín, lo recuerdo.
—Yo… —El anciano se muestra algo turbado por la interrogativa, y no es para menos. Es importante para un Guardián del Conocimiento volver a Capital una vez cada cinco años para renovar sus votos de servicio y presenciar los nuevos nombramientos—. Mi Señor no lo consideró oportuno para mi bienestar, mi Dama, tampoco lo creo conveniente en futuros Concilios.
—La Soberanía nunca ha lastimado a un Guardián, jamás, tu servicio al sur es tu deber no tu elección.
—No solo la carne puede sufrir, mi Dama. —Ella lo examina un segundo más, luego camina siguiendo las líneas del suelo, que aunque no son runas ni palabras, sí bellos detalles que, curiosamente, guían de regreso al anciano.