Epílogo

En el infierno

Leonard abrió los ojos y enseguida miró a su alrededor en busca de algo que le proporcionara luz. Luz... Luz... Sí, eso era lo que quería tener con él. No sabía por qué, pero estaba seguro de que necesitaba una especie de luz en su vida. El lugar en el que se encontraba era bastante oscuro y frío, parecido al sótano de una casa vieja abandonado por muchos años. El ambiente olía a humedad, y a algo más que no sabía con certeza de lo que era.

Puso su mano frente a él y, aunque no la veía, sabía que estaba ahí, y se podía imaginar su forma, recorría su mirada por el borde de cada dedo invisible y recitaba al mismo tiempo las palabras que había venido recitando desde hacía varios meses, o desde el tiempo que llevara ahí:

“Soy Leonard. Mi nombre es Leonard. Fui ángel guardián, pero me pasé a la oscuridad, salvé a alguien siendo oscuro, maté a… yo maté a alguien y… “

Cada vez se le iban olvidando más las cosas y temía que si dejaba de repetirse ese mantra, algún día muy cercano también olvidaría su nombre y estaría perdido ahora sí para siempre, así que, haciéndose el fuerte, lo intentó de nuevo, esta vez tratando de incluir más cosas para así evocar sus recuerdos:

“Soy Leonard. Sí, me llamo Leonard. Fui ángel guardián en la Tierra, pero me pasé a la oscuridad por... porque... no sé. Salvé a… salvé a una persona siendo oscuro y maté… yo maté a un humano. Sí, maté a un humano, pero no sé a quién, no lo recuerdo. Estoy en…”

Las ideas se le hundían en el olvido y era difícil rescatarlas, tenía que hacer un gran esfuerzo para saber lo que quería recordar.

“Estoy en… ¿en el infierno? Soy… ¡¿Quién soy?!” Comenzó a gritar desesperado. “¡Soy Leonard! Sí, soy Leonard, ese es mi nombre. Soy un ángel… ¡soy un ángel!”. Con eso se calmó un poco e intentó sacar sus alas de la espalda, pero no pudo, así que se palpó la piel y notó unas heridas que sobresalían de esta, recordó un demonio blandiendo una espada y vio sus alas inertes en el suelo.

“¡Nooooo!” Gritó muy fuerte y enseguida recordó unos ojos, eran unos ojos color miel casi de color dorado, eso hizo que se calmara un poco aunque no sabía muy bien de dónde había venido ese recuerdo. Todo era tan confuso, pero una especie de luz quería asomarse por entre sus recuerdos.

Puso su otra mano frente a él y comenzó de nuevo a hacer su ritual de recorrer con la mente sus dedos repitiendo sus recuerdos que aún conservaba.

Leonard había pasado una eternidad en ese lugar que le recordaba a un sótano frío llamado infierno, esa eternidad bien podían ser meses o quizás algunos años pues él no estaba totalmente seguro de cuánto tiempo había pasado, siempre estaba solo pues lo habían condenado a pasar en soledad y oscuridad hasta que pudiera ser útil en algo. Pero justo ese día, unos pasos retumbaron en sus oídos y supo que por fin, después de todo ese tiempo, alguien había ido a verlo.

Una luz que parecía venir de una fogata se hizo presente, pero él no pudo ver de dónde provenía. Sólo vio una figura borrosa que se acercaba a él y se ponía en cuclillas para estar a su altura. Después de quedarse quieto por unos minutos, quizás horas, días o segundos, esa persona o ente al fin habló:

—¿Has aprendido la lección ya? ¿O necesitas más tiempo, querido? —dijo una malvada voz—. Espera, no me contestes aún… quiero mostrarte algo.

En algún lugar del espacio en el que estaban apareció una imagen muy vívida, era una casa, exactamente era la cocina de esa casa y había una mujer ahí sentada en el suelo con un cuchillo cerca de ella. De cada brazo le estaba manando demasiada sangre y pudo ver unas heridas al parecer hechas por ella misma. La mujer parecía muy débil pues su cabeza se encontraba agachada sin fuerzas, pero de pronto algo hizo que ella levantara un poco la vista y Leonard pudo verla bien. Sus ojos eran de un tono dorado, pero justo en ese momento estaban perdiendo ese brillo… esos ojos eran los que él había recordado. Esos ojos eran…

—¡Day! ¡¡¿Qué has hecho?!! —gritó muy fuerte recordando a su amada y en respuesta sólo obtuvo risas estridentes de Lucifer.