— ¡Me han dado el trabajo! —exclamo tras que llego a la tienda y abrazo a papá. Él me mira incrédulo.
Estoy más que feliz por haber conseguido el puesto. Aun no me lo creo porque fue tan fácil. Creo que fue más difícil encontrar la ubicación del restaurante a que me dirán el empleo.
Termina de ordenar algunos artefactos enlatados que están en el mostrador para luego prestarme toda su atención.
— ¿Hablas en serio? —asiento con un movimiento de cabeza. Él sonríe—. Me alegro mucho, hija. ¿Cuándo comienzas?
—Hoy mismo.
En el momento en que digo eso lo miro esperando su reacción. Lo conozco tan bien y sé que no le gustará que comience tan pronto.
— ¿En sábado? ¿No es eso muy raro? Lo más común es que se inicie al comienzo de semana, hija.
—Sí, yo sé... es que...—busco las palabras adecuadas para no delatarme, ya que fui yo la de la idea de comenzar cuanto antes—. No tienen mucho personal y por lo que me dijo ella hoy es un día muy bueno.
Eso es verdad. Por lo que puede ver solo tienen a los cocineros y uno que otro camarero.
—Pero... —al ver su oscilación, lo rodeo con mis brazos y beso su mejilla.
—Nada de peros, papá. El dinero nos vendrá antes si lo miras de ese modo... y sabes que lo necesitamos justo ahora.
Desde la posición en la que estoy lo miro directo a los ojos. Sé que está muy preocupado por mí, y lo entiendo pero esto no se trata solo de mi ni de lo que yo pueda o quiera. Simplemente es parte de mí deber contribuir.
»—Está todo arreglado. Solo trabajaré de cinco a diez de la noche. A mí me parece un horario justo. Además yo salgo de clases a las cuatro y...
Trato de persuadirlo, pero mi decisión está tomada lo quiera o no. Llevo tiempo planeando buscar un trabajo y justo ahora que se ha dado la oportunidad no voy a desaprovecharla.
—Te matarás mucho, Dea. A penas y tendrás tiempo de hacer tus trabajos de la universidad. Por muy simple que sea el trabajo siempre te consumirás. No es buena idea. Ya me las apañaré yo para conseguir el dinero de la cuota de este mes.
De veras que ya me estoy comenzando a enfadar por su cerrazón.
Lo abrazo más fuerte. Lo quiero tanto a este hombre. Y no solo porque sea mi padre, si no por su empeño en cuidarnos y querer mantenernos a salvo siempre.
Lástima que no siempre va a poder protegernos.
—No te preocupes por eso. Ya te dije que este semestre no es tan pesado, y por suerte he adelantado algunos trabajos. Además los domingos no trabajaré, ese día puedo estudiar y descansar. Así no acabaré consumida como tú dices —«y eso espero» si no, pues tengo que aguantarme.
Le dedico mi más grande sonrisa para darle confianza.
No entiendo porque hace tanto drama por un simple empleo.
—Estaré bien..., pero ten por seguro que si estás de acuerdo o no, de igual forma tomaré el trabajo—le sentencio con voz seria, después de unos segundos me río. Él me pincha las costillas y luego me acompaña en las carcajadas.
—Eres testaruda jovencita —dice moviendo su dedo índice en mi dirección—. Sin duda el segundo hijo es el más rebelde—murmura y niega con la cabeza en un modo pensativo.
Sé que lo dice de broma por eso le sigo la corriente, chinchándolo.
—Es algo que heredé de ti.
Tiempo después lo veo bostezar así que le ordeno que vaya descansar unas cuantas horas mientras yo me hago cargo de la tienda.
—Te tomaré la palabra. Hace días que no tomo una siesta—dice levantándose de la silla del mostrador. Me da la llave de caja registradora y luego se marcha.
Durante las próximas horas me dedico a limpiar los enseres y a ponerlos en su lugar.
Antes de que todo ocurriera este negocio era un almacén gigante, lo más parecido a un supermercado. Por desgracia poco a poco fuimos bajando y bajando hasta llegar a lo que es ahora: solo es una pequeña tienda donde la mayoría de la de colonia viene a comprar ya que es la única de por acá cerca. Nos va muy bien a decir verdad pero lástima que todo el dinero se va en las deudas y en gastos secundarios. Con el trabajo que ejerce Alissa y papá aquí, logramos surtirla y mantenerla bien bonita. Pero a veces eso no es suficiente.
Paso los productos por la baranda y en el viejo ordenador aparecen registrado los precios. Cuando he terminado de marcar le digo el costo a la señora de mediana edad. Me entrega el efectivo, le doy el cambio y empaco sus cosas en bolsas plásticas.
Esa es la rutina de siempre; esperar a que los clientes lleguen, busquen sus cosas, paguen y se marchen.
Para unos es divertido para mi es tedioso.
He atendido a más de veinte personas en el resto del día. Algunos han gastado mucho y otros casi nada. Pero así es el negocio y no me quejo de ello.
Papá llega tiempo después y antes de irme le dejo a mi hermana una tarjeta con la dirección de donde está ubicado el restaurante, pidiéndole que me vaya recoger a las diez y cuarto.
Camino las tres cuadras que restan del negocio hasta mi casa. Ya puesta ahí subo hasta mi habitación y voy directa a mi armario en busca de un vestido decente y justo para ir a trabajar en mi primer día.