A mediados de la cuarta semana me encontraba envuelta en una rutina incansable; me levantaba a tropezones como una sonámbula de la cama y corría hasta el baño a hacer mi rutina para alistarme. Desayunaba barritas de cereales en el auto de Alisse en lo que conducía hasta la facultad. Iba los días y las horas que me asignaron a la biblioteca, pasaba por la tiendita de vez en cuando, e iba al restaurante a diario por las noches y después, en las madrugadas hacia mis deberes. Prácticamente quedaba molida, y eso que no había cuidado de los niños de la señora Jones en estas semanas, si no fuera más extenuante de lo que ya es.
Hago una imponente lucha de no cerrar mis ojos e ignorar al profesor de Fisicoquímica, quien no para de derramar palabras que en este momento no me son placenteras oír.
— ¿Te encuentras bien? Pareces cansada, Dea—la pacifica voz de Andrea hace que mi sueño incremente aún más—. ¿Haz dormido bien?
Me giro hacia ella y le sonrío desganada.
—Sí, solo eso; estoy cansada. Y no, no he dormido bien lastimosamente —coloco mi cara entre mis manos, sosteniéndola.
— ¿Que ha ocurrido? —veo como su ceño se va arrugando lentamente.
—Nada del otro mundo. Solo desvelo, nada más —omito parte de la verdad, no quiero que se entere de todo lo que me tiene así.
Ella asiente algo desorientada, yo en cambio pongo todo mi esfuerzo por mantenerme concentrada en lo que explica el profesor y de no quedarme dormida en esa clase... y en todas las que le siguen por el resto del día.
Llego a casa como a las tres y minutos gracias a que un profesor faltó y pude salir antes de la hora de siempre. Así que, aprovechando me tomo ese tiempo para descansar. Recuesto mi cabeza en la almohada de mi cama y no hace falta más para que me quede totalmente profunda.
El estridente sonido de la alarma me hace despertar y me quejo por ello. Parece que dormí un solo minuto cuando en realidad dormí una hora. Es aquí donde quiero ser aquella adolescente de quince años que dormía todo lo que quisiera sin importarme nada ni nadie, aquella adolescente ilusa, claro está, pero que no me faltaba nada.
Borro esos pensamientos de mi mente cuando salgo fresca del baño, recién duchada. Rebusco en mi antiguo guardarropa otro vestido para ir al restaurante. Ciertamente ya los usé todos solo restan los que no me entran en el cuerpo. Admito que he engordado desde que los usaba en las fiestas del instituto.
Encuentro uno y no tardo en ponérmelo. Es color beige, es más casual que otra cosa. No tiene mangas pero tiene la parte delantera cubierta de encaje. Coloco nada más que mascara a mis pestañas y un suave tono de labial a mi boca. Tomo mi pequeño bolso e introduzco ahí mi móvil y las llaves de la casa, antes de marcharme.
Le doy una sonrisa a Isack tras que llego. En estas últimas semanas se ha convertido en más que mi compañero de trabajo, casi un mejor amigo. Es muy entusiasta y divertido, además de confiable es mi salvavidas aquí en el restaurante. Desde que ocurrió lo de la vez pasada con el cliente guapísimo; Jamie cree que la puse en mal con Lorena cuando en realidad nada fue así. Lo cierto es que ahora ella, y las demás camareras, me odian y andan con rumores de que yo ando con Isack y que fue así como conseguí el puesto que tengo. Que desagradables e ilusas son. Por eso es que mi única esperanza de hacer amigos aquí está descartada. Isack es el único.
—Qué cara traes, amiga—dice el antes mencionado al verme de cerca—. Acabas de despertar —asegura, hago un mohín en su dirección.
—Si. La verdad es que ya estoy cansada, nunca creí que esto sería tan pesado.
—No lo seria si solo estudiaras sin trabajar o viceversa, ni limpiar libros o cuidar de uno odiosos niños al mismo tiempo. Eres excesiva, de verdad—lo dice en tono reprobatorio.
— ¡Oye!—golpeo su hombro, cariñosa. Sé que tiene razón pero escucharlo decir de otra persona se siente como si fuera realmente malo —. No los cuido desde hace tiempo, y no soy excesiva. Hago lo justo.
—Sí, claro, lo justo. Pasada—lo miro con ojos entrecerrados, él ni se inmuta—. Ya verás que no tarda en llamarte la señora esa para que cuides de sus mocosos.
—Ni que lo digas. No aguantaría más, esos niños son el demonio —digo con fingido horror. Sé que exagero, ellos no son tan malos.
Reímos de muchas trivialidades mientras nos concentramos a atender los pedidos. Durante pasan los minutos me entretengo con él y con sus espantosos chistes. Es pésimo para eso, y justo ahora me rio de uno que, sin duda, me dio más gracia él que el presunto.
—Eres pésimo para eso, Isack—le digo ya más relajada. Sin duda para eso si es eficaz, me despeja en un instante y me hace olvidar.
—Tráigame una copa de este vino, por favor —despego mis ojos rápidamente del ordenador cuando escucho cierta voz que logro reconocer. « Ese acento»
Confirmo mis teorías al ver de quien se trata cuando mis ojos se posan en el dueño. No había venido desde la vez que tuvimos el incidente, y admito que, verlo de nuevo me invade una sensación extraña.