Desde este capítulo, la historia será narrada por Adeline.
DIA DEL MATRIMONIO
Todos los autos se van tras la ambulancia que lleva a mí madre dentro; mí tía Loren me abraza y trata de tranquilizarme.
— Ella estará bien, cariño. – se agacha frente a mí hasta tener su rostro a la altura del mio y con la palma su mano acaricia mí cabello. — Te lo prometo.
Para una niña de seis años era difícil imaginarme crecer sin mí madre; pero a la vez muy fácil, sentir miedo de perderla al verla tirada en el suelo del altar.
— Si ella muere, no se que haría... – comienzo a llorar abrazada a su cuello.
— Nunca estarás sola, nos tienes a nosotros. — me sonríe con esa calidez y en sus ojos, una expresión de maternidad; tan similar a la de mi madre. — Tienes a tu papá, y estoy segura que el jamás te abandonará.
Mí madre me había contado la verdadera historia de lo que tuvo que vivir y de cómo me tuvo en mí sexto cumpleaños, pero tambien soy consciente que Joseph es lo más cercano que tengo a un padre.
Los minutos se hace horas y las horas se vuelven eternas. Mí tía Loren me había llevado a comer helado para tranquilizarme; por lo que estaba sentada en una de las mesas de la heladería cerca del parque, comiendo un vaso de helado de frutilla y vainilla-chips. Por el contrario, mí tía está frente a mí tomando un vaso de malteada de chocolate, que cada tanto me ofrece de él.
Con su teléfono, nos tomamos muchas fotos y no soy tan inocente, como para darme cuenta que lo hacía para distraerme de la situación. Una llamada entrante se asoma en la pantalla y el nombre de mí padre aparece allí.
Ella me regala una rápida mirada y contesta.
— Dime Joseph... – solo un leve murmullo alcanzo a escuchar del otro lado de la línea — Claro, sí... Ella sigue conmigo, estamos en una heladería... Ok, ya vamos para allá... Por supuesto, lamento por lo que están pasando... Ella siempre fue fuerte.
Fue. Un extraño sentimiento de vacío se siente en mí pequeño pecho, seguido de una presión en los ojos.
—Vamos – ella me mira y sin decir más, toma mí mano y nos encaminamos hacía la autopista para tomar un taxi que nos llevara al hospital.
En el camino, mí tía Loren mira hacía el exterior y un melancólico silencio inunda el auto. Nuestras manos están sujetas y pequeñas lágrimas resbalan por mis mejillas mientras miro por la ventanilla; con la mano libre seco rápidamente mí rostro, pues sé qué, sea lo que sea, que me vaya a encontrar al llegar al centro de salud, debo enfrentarlo con madurez, con responsabilidad... Ella me lo enseñó.
Nos bajamos del auto y caminamos lentamente hacía el interior de la sala de urgencias; en la recepción mí tía Loren pregunta por mí madre y nos indican por dónde tenemos que ir.
Tras cruzar un pasillo, el letrero azul que indica "sala de urgencias" nos conduce a una gran salón donde encontramos a todos los amigos de mí madre y a mí familia. En una esquina de la sala, con su cabello despeinado, mí padre me mira y puedo lograr ver qué sus ojos no tienen el brillo que es común en ellos.
Cada leve esperanza que tenía en mí se fue desinflando, como un globo que poco a poco pierde su aire. Todos en la sala tenía cara de preocupación y algunos otros se le sumaba el cansancio como por ejemplo, al rostro de mí abuelo.
— ¿Familiares de la señora Isabella Kepler? – Un señor alto, con bata y lentes, se acerca hasta nosotros y por leve inercia, todos se levantan de sus asientos.
— Yo soy su esposo. – mí padre se acerca a él y vi como pasaba saliva por su garganta, como si la sola mención de esa palabra le supiera a ácido. — Díganos doctor, ¿Cómo está ella?
El doctor suelta un pequeño suspiro y dice:
— Lamento decirles que la señora Isabella se encuentra en una grave situación. Su enfermedad, a pesar de que estuvo siendo controlada, al parecer no mostró mejorías.
Todos comienzan a mostrar señales de nerviosismo excepto mí padre, sus rostro permanece firme y su postura erguida.
>> Por lo que solo tienen dos opciones. – continua diciendo el doctor — La primera es seguirla tratando como hasta ahora, aunque intensificando ciertos medicamentos para que ella pueda sobrellevar el dolor; pero ella seguirá presentando estos ataques cada vez más frecuentes hasta la etapa final de su enfermedad.
No hacía falta decir cuál sería "la etapa final". En el aire se podría leer la palabra en mayúsculas y negrilla. "MUERTE"
— Y ¿Cuál es la segunda? – ésta vez se escucha la voz de mí abuelo John.
— La segunda es realizarle una cirugía de emergencia, pero también debo decirles que es una cirugía de alto riesgo. Ustedes deben tomar la decisión pero no pueden tardarse.
— Hágalo doctor. – Mí padre habla sin vacile. — Isabella siempre ha sido fuerte, si ha sobrevivido hasta ahora con su enfermedad, sé con certeza que también logrará soportar ésto.
— ¿Ésta seguro, señor?. – el doctor le entrega una planilla para confirmar el procedimiento. — debe tener en cuenta los riegos.
— Estamos seguros. – mí abuelo dice acercándose a mí padre y apretando su hombro en señal de fuerza. — Ponemos nuestra confianza en ustedes.
El doctor asiente con un gesto de cabeza y se retira por el largo pasillo.