Luz oscura

01. Efecto dominó

Vio la hora en su reloj y bufó, dejándose caer una vez más sobre el respaldo de su gran silla “de jefe”. Era acolchada y de cuero vacuno, color canela, con apoyabrazos amplios y ese divertido mecanismo giratorio que le permitía darle el toque dramático a las reuniones con otros accionistas cuando estaba de humor para gastar bromas. La había enviado a hacer especialmente para él hacía tres años y se mantenía en perfecto estado como el primer día. Era de sus posesiones más sagradas, incluso él mismo se encargaba de encerarla y limpiarla cada sábado a las nueve de la mañana, luego de tomar su café doble con una copia del The New York Times a mano.

A Matteo Salemi podían importarle una mierda sus empleados e Industrias Exodus en general, pero que nadie se metiera con su silla de jefe o la iba a pasar muy mal.

Era sábado, casi mediodía, y ya prácticamente saboreaba la lasagna que le haría su cocinera cuando recibió una llamada de la secretaria a su despacho.

—Señor, Nino Borgia quiere hablar con usted —había dicho.

Salemi se pellizcó el puente de la nariz y exhaló lentamente para mantener la calma al momento de decir “está bien, que pase”. Decidió no hacer el juego de la entrada dramática porque quería zanjar el asunto lo más rápido posible. Tal es así que cuando el hombre entró a su oficina las dos primeras palabras que brotaron de sus labios fueron “toma asiento”.

—¿Qué tal, Matteo? Ah, es un día precioso, ¿no crees? El otoño le sienta tan bien a Nueva York…

—¿Qué quieres, Nino? —le apremió, suspirando—. Ve al grano.

Borgia prefirió dejar la conversación de lado en vista del humor de su jefe y se acomodó en su asiento, inclinándose sobre la mesa y bajando la voz al decir lo siguiente:

—Hay problemas.

Matteo conocía ese tono y esa forma de referirse a un inconveniente. Era algo muy alejado a negocios y asuntos administrativos; algo que, fuera de esas cuatro paredes, muy escasos individuos podían escuchar. Se irguió y apoyó ambos brazos sobre el escritorio, escudriñando a Nino con la mirada.

—¿Qué quieres decir?

—Hace cuatro días encontraron al guardaespaldas de mi hija, Ángela, muerto en su apartamento con una herida de bala en la cabeza. Al parecer entraron y escaparon por una ventana lateral. —Vio de reojo hacia ambos lados, como si pudiese haber alguien acechándolo allí mismo, en la oficina de su jefe—. También dejaron una nota junto al cuerpo, sobre una mesa ratona. Era una postal de la Estatua de la Libertad con la frase “saludos de SL” escrita a mano al dorso.

—Scuro Luce… —gruñó Matteo, masticando el odio—, esos cabrones.

—Al menos debemos reconocer su buen empleo de la metáfora. —Nino entrecerró los ojos—. Sabes a lo que se refieren, ¿verdad?

—Por supuesto que lo sé. Lo he sabido desde el jodido momento en que crearon esa condenada organización. —Salemi echaba humo por las orejas, estaba a punto de explotar—. Están muy equivocados si piensan que matando a semejante don nadie van a sacudirme los cimientos.

—No lo sé, Matteo. Por algo lo hicieron.

—Entonces dímelo tú, gran genio —escupió con ironía—. ¿No es ese tu trabajo?

—En parte lo es, verdad. —Nino asintió con la cabeza, conservando la calma—. Pero sólo son cuatro días desde el incidente. Necesito más tiempo para que las investigaciones den frutos. Apenas acabo de entrevistar a un par de interesados en el puesto y mucho más que eso no he podido hacer.

—¿Y entonces a qué viniste? ¿A darme la noticia sin ninguna solución?

Matteo sintió la mirada gélida de Borgia clavarse sobre él y comprendió el mensaje al instante: “no te pases de la raya, mocoso”. Por un efímero segundo, pero que para Salemi significó la derrota absoluta, estuvo a punto de retroceder. Sin embargo, mantuvo la barbilla en alto y renovó sus aires de grandeza, buscando disimular el prácticamente inexistente flaqueo que había ablandado su mirada y su ceño fruncido de forma casi imperceptible.

—Bien. Si eso es todo, puedes retirarte. —Procurando que su voz no temblara las palabras salieron pausadas y rígidas, ensayadas. Se maldijo por ello.

Nino, sin abrir la boca, hizo una inclinación de cabeza a modo de despedida y se incorporó de su silla. Se giró y comenzó su camino hasta la puerta, no sin antes lanzarle una pequeña, satisfactoria y enervante sonrisa a su querido y tan honorable jefe.



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En el texto hay: mafia, amor y traicion, nueva york

Editado: 25.09.2018

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