Luz oscura

02. Selección natural

Ángela se dio un último vistazo frente al espejo unidireccional de un edificio de oficinas, revisando los pliegues del vestido y las suaves ondas de su cabello, antes de encaminarse al restaurante en el que su padre había pactado un encuentro entre ella y su futuro guardaespaldas. Luego de mucho insistir lo había convencido de que la dejara tomar un taxi, que Balthazar sólo estaba a un par de calles de su casa y que todo estaría bien. Prácticamente no llevaba maquillaje: apenas algo de base y máscara de pestañas. El vestido era discreto, color índigo y a la rodilla, y apenas llevaba unos tacones de dos centímetros. A esa altura de su vida, ya no necesitaba seguir practicando la sonrisa angelical frente al espejo. Tomó una bocanada de aire nocturno e ingresó al restaurante.

«Tú tranquila, Ángela. Has hecho esto cientos de veces».

—Buenas noches, mademoiselle[1] —la recibió uno de los mozos, notablemente francés—. ¿Tiene reserva?

Oui, monsieur[2] —murmuró suave, con una sonrisa amplia—. A nombre de Nero Sforza.

—Oh, sí, el joven acaba de llegar. Acompáñeme por aquí, por favor.

Ángela supo casi de inmediato quién sería su acompañante esa noche luego de que girara la última esquina y comenzara el camino en línea recta hasta su mesa. Al fondo, junto a un hermoso espejo de acabados dorados, y bajo una araña exquisita poblada de pequeños focos como luciérnagas, un muchacho de edad similar a la suya la veía fijamente.

—Muy bien, aquí es. —El mozo se detuvo a un costado de la mesa—. En un momento les traigo la carta.

Y se retiró. Ángela se detuvo junto a su silla y el muchacho frente a ella se incorporó.

—Buenas noches, señorita Borgia —dijo, realizando una leve inclinación de cabeza. Luego tomó su mano y depositó allí un suave beso—. Es un placer conocerla. Mi nombre es Nero; Nero Sforza.

Ángela se quedó allí, sintiéndose absorbida por la intensidad con la que aquellos ojos azules la miraban. De acuerdo, diez puntos para Scarlett. Ese tipo era más que apuesto. Ciertamente resultaba fácil quedarse sin habla, pero ella tenía un objetivo allí. Y no era una niña ingenua.

—El placer es todo mío, señor Sforza. —Realizó una inclinación de cabeza similar—. Y, por favor, llámeme sólo Ángela. Lo demás no es necesario.

—Entonces yo le pediré que no me trate de usted y estaremos a mano. —Sonrió—. ¿Nos sentamos?

—Por supuesto.

Y procedieron. Ángela cruzó sus pies y se irguió derecha como una tabla, pero sin tocar el respaldo de la silla. Nero, más relajado, recargó los codos sobre la mesa y carraspeó la garganta.

—Su padre tiene buen gusto —comentó, dándole un vistazo al lugar—. Este restaurante es de primer nivel.

—Tú tampoco tienes por qué tratarme de “usted”, Nero. —Ángela rio suavemente—. Después de todo soy menor que tú, ¿verdad?

—Creo que sí. Yo tengo veinticinco, y tú… —Una sonrisa revoloteó en sus labios—. ¿Puedo adivinar?

Ángela alzó las cejas.

—Adelante. Ten cuidado de no ofenderme —bromeó.

—Pues… —Se acarició el mentón, pensativo, mientras la escrutaba con los ojos entrecerrados—. ¿Veintiuno?

Ángela apretó los labios, arrugando apenas la nariz.

—¿Sabes? Estoy en esta edad complicada donde no sé si sentirme halagada u ofendida cuando me dan menos edad. —Sonrió—. Le has errado, Nero. Tengo veintitrés.

—Oh, vaya. Igual, si me permites, ya sean veintitrés o veintiún años tu belleza permanece intacta.

Ángela contuvo las ganas de morderse el labio. Conque galante, ¿eh? ¿Acaso intentaba asegurarse el trabajo besándole el culo? Pues bien, no era el único allí con estrategias en mente. Después de todo, ella también pretendía ganárselo. Comenzando ahora.

—Oh, bueno —murmuró, desviando la mirada, incómoda—. Eso fue algo… repentino.

La expresión de Nero cambió radicalmente.

—Lo lamento si te puse en una situación complicada, Ángela —dijo, alzando las cejas—. No fue mi intención; sólo quería hacerte un cumplido.



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En el texto hay: mafia, amor y traicion, nueva york

Editado: 25.09.2018

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