Luz oscura

08. Frágil acero

Ángela tenía una idea sobre a lo que Nero se había referido con “buenos tiempos”. Es decir, se conocían hace una semana, ¿cuántos “buenos tiempos” podían haber recolectado en apenas siete días?

Por lo que, de camino al lugar sorpresa, Ángela se giró hacia él y dijo:

—Es Marquee, ¿verdad?

Nero, al volante, le lanzó una sonrisa afable.

—Has adivinado, lindura. ¿Qué quieres como recompensa?

—Que dejes de fumar en mi auto.

El muchacho frunció el ceño y, chasqueando la lengua, bajó su ventanilla y estiró la mano que sujetaba el cigarrillo fuera del vehículo.

—¡Hace frío, Nero! —exclamó Ángela, indignada; sobre el vestido llevaba una chaqueta fina que servía como decoración más que como otra cosa—. ¡Sube el vidrio!

—Te dije que trajeras algo más abrigado, tonta. —La vio de reojo y sonrió—. ¿Quieres que te de calor?

—No, gracias. —Borgia bufó, resignándose a la idea de que no conseguiría que Nero cierre la ventanilla, y se abrazó a sí misma para mantener temperatura.

—Difícil, ¿eh? —murmuró, dándole una calada a su cigarro—. Son las mejores.

Ángela lo vio realizar aquella acción; cómo sus mejillas se hundían al inhalar, acentuando aún más la mandíbula angulosa y los pómulos marcados, y cómo luego entrecerraba los ojos al liberar el humo fuera de su boca lentamente. Cuando giró el rostro hacia afuera, se fijó en su ropa y alzó las cejas, sorprendida. Llevaba un jean oscuro, borcegos y una camisa negra. Además de que olía a colonia para hombre.

Estaba… arreglado.

—Linda, si me sigues mirando tan fijamente me voy a sonrojar —ironizó, con el cigarrillo en la boca y los ojos fijos en la autopista.

—No puedo creer que estés bien vestido —murmuró—, y por mérito propio.

Nero la miró con el ceño fruncido.

—¿Recién ahora ves lo que tengo puesto? Me ofendes, Ángela. —Suspiró melodramáticamente—. Y pensar que yo me encargué de elegirte el vestido y todo.

Borgia apretó los labios y giró el rostro hacia su ventanilla, dedicándose a contemplar los edificios y a las personas pasar.

—Te ves… bien —confesó, sin saber muy bien por qué lo había dicho.

Escuchó a Nero sonreír y sintió cómo le palmeaba la pierna.

—Tú también te ves bien. —Ángela lo miró y el muchacho rió—. Amarías que te dijera eso, ¿verdad?

—No lo dirás porque eres un idiota egocéntrico —espetó, cruzándose de piernas—, pero sé que lo piensas.

—¿Ah, sí? —Sonriendo, se llevó el cigarrillo a la boca.

Ángela se preguntó si fumaría por alguna razón en especial o simplemente porque un día comenzó y no pudo parar. Algo le decía que se trataba de la primera razón, pero no estaba de humor para sacarle el tema. Seguro saldría con algún comentario sarcástico y la haría enfadar. Suspirando, dejó caer la cabeza contra el respaldar del asiento y se dedicó a mirar por la ventanilla.

El resto del viaje transcurrió en silencio.

(&)

Una vez más habían acabado en Marquee. Sin embargo, el ambiente era muy distinto al sábado anterior. Esta vez no se había presentado ningún DJ famoso a tocar y, además de la música electrónica, intercalaban muchas canciones lentas.

Nero estaba en la barra, bebiendo. Tan pronto habían pisado el club Ángela se había esfumado de su lado, y no la había vuelto a ver sino hasta ahora: a unos metros de distancia, en la pista de baile, se encontraba pegada a un muchacho riendo y sacudiendo el cabello. Miró a los costados y no pudo evitar sentirse como un cuarentón soltero, desolado y desesperado; o como un veinteañero ahogando sus penas, en todo caso. Sin embargo, ¿qué iba a hacerle? No era su costumbre cazar chicas en la pista de baile apoyándoles su amiguito por detrás para seducirlas. Claro que no. Él tenía mucha más clase. Había veces que ni tenía que tocarlas para que cedieran a sus encantos. Y muchas otras, siquiera las buscaba: iban a él como abejas a la miel.



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En el texto hay: mafia, amor y traicion, nueva york

Editado: 25.09.2018

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