Luz oscura

10. Bailando con el diablo — Parte I

El departamento de Ángela solía ser territorio pacífico. Ella no era una muchacha demasiado extravagante ni dada a elevar la voz salvo ocasiones particulares. Siempre caminando sin chocar el suelo con los tacones y depositando la taza de té sobre la mesa delicadamente. La decoración de su hogar avalaba sus costumbres: floreros poblados de jazmines y orquídeas sobre manteles bordados al crochet; lámparas vintage desperdigadas aquí y allá, ya sea colgando del techo o adornando pequeños rincones del living; sahumerios de variados aromas, entre ellos vainilla, canela y café, que alternaba dependiendo la semana; pinturas, pinturas y más pinturas sobre las paredes color crema: floreros, retratos, paisajes montañosos, paisajes invernales, paisajes silvestres… Toda la naturaleza de la que carecía la ciudad de Nueva York yacía allí, contenida entre pinceladas.

Una relajante pieza de Chopin infundía paz y armonía en el ambiente cuando se escucharon unos cuantos golpecitos en la puerta de entrada. Ángela, suspirando apenas, le indicó con la mano a uno de sus estilistas que abriera. Ya se imaginaba de quién se trataba, así que se estaba dedicando a disfrutar con toda la intensidad que sus oídos le permitieran los escasos segundos de melodía que le restaban antes de que fueran interrumpidos por su adorable y tan oportuno guardaespaldas.

Estaba siendo irónica, obviamente.

—Nero, qué agradable sorpresa —musitó.

Nero la observó con la extrañeza plasmada en el rostro. Su cabello oscuro estaba sujeto y dividido con pinzas y ruleros de un lado mientras que del otro una mujer adulta se encargaba de peinar y darle forma a los brillantes bucles que se habían formado. Otra, una muchacha un poco más joven, permanecía arrodillada frente a Ángela pintándole con la delicadeza de un ángel las uñas de los pies, mientras su mano derecha permanecía dentro de un pequeño y extraño aparato con luces violetas. Por último, el hombre que le había abierto la puerta esperaba de pie a que la chica de la manicura acabara para así poder maquillarla.

—Siento que estoy viendo un grotesco documental tras bambalinas de alguna grotesca película de Hollywood.

Ángela se resignó a la idea de seguir deleitándose con el exquisito piano de Chopin y dirigió su mirada imperturbable hacia Nero, quien mantenía en su rostro aquella sonrisa burlona que de no ser por su alto grado de templanza y relajación le habría crispado los nervios.

—Veo que ya estás listo —murmuró, observando su traje absolutamente impecable—. Hice tan bien en elegir yo misma la ropa que usarías. Le he dado en el clavo con el talle, ese saco te queda fenomenal.

—Si pretendes un cumplido a cambio, espera sentada —dijo con sorna, sentándose en el sofá.

—¿A qué has venido, Nero? —inquirió, apacible. Nadie, ni siquiera el tonto de Nero, opacaría la felicidad de esa noche.

—Me aburría, así que vine a molestarte.

—Ah, tu sinceridad me perturba.

Nero contempló cómo aquel estilista decoraba las pestañas de Ángela con rímel, y se sorprendió a sí mismo sabiendo lo que era el rímel. Sacudió la cabeza, preocupado; Danielle lo había llevado por el mal camino.

—Sabes que es broma —murmuró, sonriendo divertido—. Tu padre llamó; dijo que te había llamado a ti y no le contestaste.

—Ah, el celular se está cargando en mi habitación. Debe estar en silencio.

—Como sea, me dijo que te avisara que en media hora pasará la limusina a recogernos.

—Está bien, gracias. —Abrió un ojo para mirarlo—. Espera aquí, si quieres. O ve a tu departamento. Haz como gustes. Hay galletas en la cocina.

—¿Piensas que soy un niño?

—Más bien un perro.

—Y, ¡listo! —exclamó el maquillista, emocionado—. Estás divina, cariño. Ahora ve a ponerte ese lindo vestido del que tanto has presumido. —Le guiñó un ojo y se alejó de ella.

Ángela carcajeó y observó a Nero, el cual permanecía muy cómodo en el sofá.

—¿Qué pasa? ¿No es que podía quedarme?

La joven Borgia sacudió la cabeza. Debió haberse quedado mirándolo con expresión desconcertada en vista de la reacción de Nero.

—No, no es eso. Sólo que… —Renovó su sonrisa; si él podía molestarla, ella también—. ¿Qué es eso en tu cabello? ¿Gel? Brilla más que un árbol de Navidad.



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En el texto hay: mafia, amor y traicion, nueva york

Editado: 25.09.2018

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