Luz oscura

27. Día de Colón

Jonathan permanecía de pie junto al muelle inspeccionando que la descarga se efectuara con eficacia, mientras hombres jóvenes y robustos iban y venían con cajas de madera. Marty se acercó a él por detrás, con las manos enterradas en los bolsillos de su pantalón.

—Esta entrega estaba pautada para mañana —comentó, sus ojos observando el pequeño carguero estacionado. No parecía haber gran movimiento por parte de la tripulación.

Jonathan lo miró con el ceño fruncido, a lo que Marty aclaró:

—Stephen lleva un registro muy meticuloso de nuestras transacciones comerciales, el cual está alojado en una de las redes privadas que establecí para Scuro Luce.

Wickham soltó un suspiro rasposo y sacó una caja plana y metálica de su saco, de la cual extrajo un habano.

—Pues sí —respondió, exhalando el humo lentamente—. Se ve que hubieron contratiempos. Al parecer, Bratton está doblando la vigilancia de las rutas marítimas. No me extraña, considerando que está ahí gracias a De Blasio. Al alcalde le desagradan bastante los comercios negros que se inmiscuyen por debajo de sus narices, sobre todo porque no consigue tajada de ellos. Se ve que convertir al Departamento de Policía en su circo de títeres le resultó mucho más fructífero.

—Una caza de brujas del bajo mundo, ¿eh? —murmuró Marty—. El alcalde pisándonos los talones. Qué desafortunado giro en los acontecimientos.

—Una lástima, con Bloomberg veníamos tan holgados. —Jonathan soltó una risa agria—. Pero su campaña electoral fue desastrosa, y aquí tienes los resultados —exclamó, alzando los brazos hacia el frente—. Descargando mercancía de noche, en silencio y a oscuras, como ratas en su madriguera, evitando que nuestro olor llegue a narices del comisario. Es lamentable.

Marty asintió comprensivo y emprendió su camino de vuelta hacia la Tana. Segundos más tarde, un muchacho se acercó a Jonathan.

—Señor, ¿dónde van estas? —inquirió, haciendo referencia a la caja de diferente etiqueta que llevaba encima.

Wickham vio sobre su cabeza que habían comenzado a descargar las armas.

—Ah, déjenlas junto a la despensa.

—Pero ahí están las otras, señor.

—¿Cómo? —replicó, y bufó—. ¿Acaso nunca me escuchan?

De mala gana se encaminó hacia la Tana, seguido por unos cuatro hombres. Volvió a bufar al comprobar que, efectivamente, habían dejado la mercancía donde no correspondía.

—Bueno, déjenlas por allá —indicó, señalando hacia la otra esquina—. Ya está.

Estuvo a punto de volver al muelle cuando vio las luces de un auto colándose entre los árboles por las puertas abiertas del galpón. Qué extraño, ya nadie se suponía que llegara. Con el ceño fruncido, estiró el brazo y corroboró la hora en su reloj de muñeca.

Las agujas marcando la medianoche fueron la última imagen que se grabó en la retina de Jonathan antes de que el infierno se desatara.

(&)

Danielle no recuerda el momento en que decidió ponerse de pie y empezar a correr. Los gritos, el calor del fuego, las explosiones aún sucediéndose, el pitido en sus oídos, incluso los vidrios que habían rasguñado su piel. Todo ello permanecía en segundo plano. Lo único que se repetía una y otra vez en su mente era el rostro de su padre. Una voz obtusa la llamó desde atrás, pero Danielle no obedeció. Sus pies hicieron contacto con el piso de cemento y sintió la intensidad abrasadora del fuego sobre cada centímetro de piel desnuda.

—¡Papá! —exclamó lo más fuerte que sus pulmones le permitieron, recorriendo la Tana con sus ojos a una velocidad frenética—. ¡Papá!

Quizá fue su imaginación, quizá fue real, pero juró oír un angustiante lamento provenir del fondo del galpón. Sorteando decenas de cajas y esquivando pedazos de techo que habían comenzado a caer como bolas de fuego por entre las vigas, Danielle se aventuró lo más rápido posible hasta el otro extremo de la Tana. Cerca de la salida trasera, tendido en el suelo, reconoció el cuerpo inmóvil de Jonathan. Una alacena alta de hierro había caído sobre sus piernas. Danielle no midió las consecuencias al abalanzarse sobre ésta para quitarla del camino, y soltó un alarido al mismo tiempo que retiraba sus manos por reflejo. Observó sus palmas por un breve momento, enrojecidas y ardientes, y luego le dio repetidas patadas al mueble hasta lograr quitarlo. Cuando lo consiguió, se agachó junto a Jonathan.



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En el texto hay: mafia, amor y traicion, nueva york

Editado: 25.09.2018

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