Luz oscura

28. Vacío en la fluorescencia

Pese a haberse criado en el seno más lujoso de Manhattan, Danielle nunca había gustado de alardear o utilizar su posición social para sentirse con el derecho de observar a los demás por sobre el hombro. Su madre, Elle, era una mujer elegante pero sencilla, y siempre había abogado por inculcar dichos valores en su única y adorada hija. Debido a causas laborales, Jonathan casi nunca estaba en casa. De modo que Elle, para Danielle, siempre había sido el modelo al cual ella aspiraba ser. Y fue por esta misma razón que la niña, cuando su madre fue repentinamente baleada frente a un mercado, comenzó a perderse lenta y progresivamente. Incluso hasta ese día, siendo ya una adulta, mientras sostenía la mano grande y rasposa de su padre. La tibia calidez que emanaba le dio a Danielle la sensación de que su piel podría congelarse en cualquier minuto, tal y como su madre se había tornado pálida y vacía en cuestión de horas. ¿Cuánto empeño le ponen las personas a olvidar las verdades desagradables, con tal de poder vivir felices? ¿Acaso no sería mucho más fácil aceptar y naturalizar la inminencia de la muerte?

La consciencia de Jonathan llegaba y se esfumaba de a ratos. Cuando Danielle pudo descansar unos minutos de su vigilancia, aprovechó el tiempo para sentarse junto a su padre y sostener su mano en silencio. El sonido de su respiración asistida, el aroma a lejía; la fluorescencia blanca de las luces entubadas, el reflejo demasiado brillante en los azulejos. Toda la situación le traía recuerdos dolorosos de su infancia. Se veía a sí misma, pequeña y asustada, sosteniendo de igual forma la mano sobria y delgada de su madre; con la esperanza de volver a apreciar su sonrisa, de oír su voz llamándola.

Se preguntó si esa vez, tal y como había ocurrido antes, sería también en vano conservar esperanzas.

—¿Dani? —Uno de sus compañeros, Brooke, se había asomado por la hendija de la puerta abierta—. Kev irá por unas bebidas. ¿Quieres un café? ¿Algo?

Danielle sacudió la cabeza y le sonrió. Apreciaba el gesto, pero no sentía su estómago apto para retener ningún alimento o bebida.

—Gracias, chicos, pero descuiden. Estoy bien.

Brooke vaciló unos segundos antes de sonreír en respuesta y retirarse. Después de todo, ya llevaban allí un día entero y Danielle no probaba bocado desde la mañana. Wickham suspiró, buscando la hora en el reloj de pared y, luego, dándole un último apretón de manos a su padre antes de incorporarse.

—Perdona, viejo. El deber llama, y ese deber es protegerte, así que luego no me eches la bronca encima.

Se sintió un poco mejor al oírse bromeando. Lenta, casi perezosa, enderezó su camino hacia la salida. Junto a la puerta, en el pasillo, se encontró con Edmund, quien permanecía sereno e inmóvil. El perfecto vigía.

—¿Adriano? —inquirió Danielle.

—Lo mandé a casa —respondió, taciturno—. Me tomó trabajo, por supuesto, pero Stephen me dejó a cargo de la operación y estamos en medio de ella. Su presencia sería sólo un estorbo.

La rubia asintió, comprendiendo que era lo mejor. En su casa estaría a salvo.

—¿Cómo te sientes? —continuó Sinclair, viéndola de reojo.

—Lúcida, bien. Estoy bien.

—Genial. —Sacó su celular y chequeó algo—. Ve con Chic al Gol Trend y vigila desde allí. Cualquier inconveniente o anomalía, ya sabes la señal.

Danielle asintió y obedeció, encaminándose hacia el ascensor. Eran sólo tres pisos hasta la planta baja. La cabina repiqueteaba apenas, y se detuvo con un suave brinco. Al abrirse las puertas, Wickham se encontró con el rostro risueño de Kevin, quien la saludó e ingresó al ascensor con una ridícula cantidad de bebidas encima.

—¡Oye, Kev! —exclamó, recorriendo la sala de espera prácticamente vacía—. ¿Seguro no naciste en un circo o algo así?

En respuesta, Danielle recibió la expresión cada vez menos divertida del muchacho, quien soltó las bebidas al instante en que ella chocó de frente contra algo macizo. Sin recibir tiempo de prórroga, Wickham sintió cómo una fuerza descomunal la obligaba a girarse y sujetaba su cuello. Sus pies apenas rozaban el suelo y tuvo que utilizar ambas manos para impulsarse hacia arriba y conseguir respirar. Frente a sus ojos, Kevin había buscado refugio detrás de una columna para abrir fuego frente a quienes, supuso, estaban ingresando al hospital. Las pocas personas aguardando en la sala de espera se habían arrojado al suelo, gritando y provocando un clima de conmoción general.



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En el texto hay: mafia, amor y traicion, nueva york

Editado: 25.09.2018

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