El ser humano había estado anhelando hace más de miles de años el fin de los tiempos, cosa que incluso ha intentado vaticinar sin ningún éxito. Sin embargo, el apocalipsis tan bien descrito en la biblia, se empezó a manifestar justo después de que nuestros héroes llegaran a la dichosa flor de loto, en donde recibieron varias terribles revelaciones que, a su vez, los motivaron a reparar en su enorme equivocación. No obstante, se encontraban frente a un inapelable predicamento, pues la mitad de sus collares estaban descargados, y ahora sólo tenían como opción la rendición… cosa que no iban a aceptar.
—¡Nunca! —gritó Abel.
—¡Ahora Kadmiel! —indicó Lena separándose así de los demás junto a su protector. El hecho de haber realizado tal acción, hizo que el demoniaco individuo pusiera una sonrisa invertida en sus facciones, pues vio volar hacia las manos de esos elegidos unas armas avanzadas que no pertenecían a ese mundo, lo que le permitió entender enseguida, que esa castaña y el samurái las habían creado en lo que hablaba con Abel; esto era un punto para ellos.
—¡No van a escapar! —de repente, la tierra empezó a temblar gracias a ese sujeto, pero antes de que el desgraciado pudiera hacer algo de significativo valor, Alan, con su impecable puntería, le había dado en el hombro con un rayo, lo que daba por hecho, que su habilidad no había decaído con los años. Aun así, ese buen tiro, no lastimó a ese profanador de mundos, más sólo le hizo un rasguño, y dio a entender que aquellos dos no eran los únicos armados gracias a la pareja—. ¡Desgraciado! —gruñó aquel con el hombro manchado por el hollín que había dejado dicho disparo, así que volteó hacia el responsable de su mal genio, lo que lo llevó a arrancar con sus habilidades psíquicas de la tierra algunos escombros, y de inmediato, se propuso arrojarlos contra el susodicho para brindarle una muerte horrorosa, acción que no llegó a concretar, porque sus demás camaradas empezaron también a disparar desde diferentes direcciones, causando que las rocas volvieran a su posición original.
—¡Malditos humanos de pacotilla! —se quejó Uriel, pues su atrevido proceder no le permitía levantar un dedo frente a la insistencia de su contrataque. Sin embargo… los rayos que le arrojaban no eran lo suficientemente poderosos como para infringirle un real daño a Lucifer, por lo tanto, debieron tomar otras medidas para decidir de qué otra manera sería la indicada para hacerle frente, y como Kadmiel junto a su compañera entendían la funcionalidad de sus creaciones, se dispusieron a hacer un buen uso de ellas.
—¡Cuerdas de Luz! —al gritar esto en conjunto, de las armas de los cuatro, salieron unas lianas de color dorado, que atraparon tanto las piernas como los brazos de su enemigo y desde luego, la apropiada maniobra, dejó sorprendidos a sus camaradas y a un Uriel gravemente irritado, pues no podía moverse, no obstante, un minuto más tarde éste se calmó y empezó a sonreír con cierta ironía.
—Pero qué juguetes más interesantes han creado —alegó él queriendo doblar un poco su muñeca derecha en vano pues, de cuyos miembros atrapados, salía un sospechoso vapor, cosa que daba a entender que los látigos lo estaban quemando, aun así, las expresiones de Uriel permanecían casi inmutables, dejando en evidencia que era una actitud propia del rey del bajo astral. Mientras tanto, nuestros héroes, se tomaron un instante para hablar entre ellos por el intercomunicador que había dentro de los aparatos recién creados, ya que necesitaban un plan, de modo que debían aprovechar la inexplicable calma de ese tipo.
—Chicos, hablaré rápido. ¿Alguien tiene alguna idea para detener a este desgraciado? —interrogó el samurái por lo bajo.
—Para ser sincero… —respondió Alan con angustia.
—¿Aún queda algo de energía en sus collares? —preguntó Abel.
—Un poco —indicó Lena.
—Puedo escuchar todo lo que están diciendo —canturreó en voz alta el oscuro, lo que hizo que los cuerpos de los presentes se enfriaran, acompañando a esto una fuerte sensación de miedo, en donde la respiración de los implicados, se cortaba mientras que sus miembros terminaban estremeciéndose por lo mismo.
—¿Cómo es posible? —susurró Kadmiel frustrado.
—Su autoconfianza me tiene sin cuidado —declaró Uriel quien, al dar un aleteo para ponerse a más altura, tironeó de los lazos y, en consecuencia, dejó a los chicos suspendidos de los cables brillantes, pues no les dio tiempo a soltarse, aunque ahí no quedó la cosa, porque inconforme con ese resultado, apenas los levantó dio un rápido giro que, los mandó a volar por la abrupta sacudida. Por desgracia, los cuatro elegidos aterrizaron de mala manera como era de esperarse, obteniendo así varios raspones y algunas heridas expuestas a considerar.
—Mierda —se quejó agitado Alan por el resiente golpe en lo que se intentaba incorporar, no obstante, el dolor en una de sus piernas le impedía levantarse.
—Esto no es todo —con los chicos derribados y adoloridos, Uriel aprovechó el momento para quitarse por su cuenta las cintas de luz que lo apresaban, aunque en el proceso sus manos se quemaran, de ahí arrojó las mismas al suelo—. Creo que ya me han entretenido lo suficiente —informó. Y así, con la misma prepotencia con la que los había tratado hasta ahora, sacudió su mano a un lado, arrancando de los cuellos mortales, los cuatro dijes, que más tarde se perdieron entre los escombros y las flores destruidas.
—¡No! ¡Los collares! —gritó Lena desesperada sujetándose un brazo; la lesión que cargaba se encontraba en su hombro.
—Todos… ¿están bien? —preguntó Kadmiel estando junto a Lena; por su parte, su espalda fue la que más salió perdiendo.
—Podría decirse —informó Abel sangrando de su cabeza.
Todos consiguieron inútilmente una marca de guerra, y ahora no tenían tampoco sus collares como opción, lo que dejaba a Uriel con la última palabra. Semejante desarrollo de los acontecimientos, llenaba de un intenso regocijo al diablo; este demonio se divertía a cuestas de ellos, cosa que los protagonistas sabían y les infundía impotencia.