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Fiesta en cubierta
Lo primero que debes saber sobre mí es que yo no nací para las fiestas en cubierta.
La tripulación había organizado un evento temático: luces de neón, música a todo volumen, cócteles que parecían experimentos de química fluorescente y un DJ con tanta energía que parecía funcionar a base de baterías recargables. Todo el mundo bailaba, gritaba, reía. Y yo… yo trataba de parecer divertida mientras rezaba para no hacer un espectáculo.
Olivia, por supuesto, estaba en su elemento. Saltaba en la pista con Eva y Ashley, todas brillando como si fueran parte de un videoclip. Yo me refugié cerca de la barandilla, disfrutando de la brisa y de mi trago color azul eléctrico.
—Brooke, ven a bailar —me gritó Olivia desde la pista.
—Estoy bien aquí —respondí, agitando la copa.
La verdad era que bailar rodeada de tanta gente me daba la misma tranquilidad que lanzarme en paracaídas sin paracaídas. Así que opté por observar.
Y entonces, como en toda tragedia griega disfrazada de comedia romántica, apareció él.
Oliver.
Con esa maldita sonrisa sobradora, camisa blanca arremangada, pelo revuelto como si el viento conspirara para hacerlo ver mejor de lo que merecía. Claro que él estaba bailando, rodeado de chicas que parecían modelos.
Rodé los ojos y di otro sorbo a mi bebida. Si me concentraba lo suficiente, quizá podía fingir que no existía.
—¿Disfrutando de la fiesta, princesa antisocial? —preguntó una voz detrás de mí.
Tragué de golpe, atragantándome un poco. Me giré y, por supuesto, allí estaba Oliver, con dos copas en la mano.
—¿No deberías estar bailando con tu séquito?
—Me aburrí —dijo, encogiéndose de hombros—. Además, pensé que alguien tenía que vigilarte para que no cayeras por la borda.
—Muy gracioso.
Le di la espalda, aferrándome a la barandilla para dejar claro que no necesitaba compañía.
—¿Sabes? —continuó él, poniéndose a mi lado—. Con esa cara de aburrimiento, pareces la mascota oficial del crucero: “la chica gruñona”.
—Y tú pareces la pesadilla oficial: “el hermano insufrible”.
Él rió, como si todo lo que yo decía lo divirtiera más de lo que debería.
Y entonces ocurrió.
No sé si fue el cóctel, mis tacones o el destino con un pésimo sentido del humor, pero cuando me giré para apartarme de Oliver, mi pie resbaló. Y en cámara lenta, vi cómo mi cuerpo se inclinaba hacia el océano.
—¡Brooke! —gritó Olivia en la distancia.
El aire frío me golpeó la cara cuando caí al agua. Tragué un sorbo salado, mis brazos patalearon instintivamente, y por un segundo, el pánico me envolvió.
Y luego, otro chapuzón detrás de mí.
Dos brazos firmes me sujetaron por la cintura, girándome para mantenerme a flote.
—¿No te dije que no cayeras por la borda? —dijo una voz jadeante, muy cerca de mi oído.
—¡Oliver! —tosí, empapada, temblando—. Suéltame, puedo sola.
—¿Ah, sí? Porque hace un segundo estabas nadando como una lavadora rota.
Intenté replicar, pero otro trago de agua me cerró la boca. Oliver me apretó más contra él, guiándome hacia la escalerilla del barco. Subimos a duras penas, ambos chorreando como peces recién sacados.
La gente aplaudía, gritaba, algunos hasta grababan. “¡Qué romántico!”, chilló Ashley desde la pista, mientras Olivia se tapaba la cara de la vergüenza ajena.
Yo, por mi parte, temblaba de frío, el maquillaje corrido y el orgullo hecho pedazos.
—Podías haberte ahogado —me regañó Oliver, quitándose la camisa empapada.
—Podías haberte quedado bailando con tu séquito y yo estaría feliz ahora.
Él me miró, serio, los ojos grises oscuros bajo las luces de neón.
—No bromees con eso, Brooke.
Por un segundo, creí ver preocupación genuina en su mirada. Un calor extraño me recorrió, que nada tenía que ver con el agua helada.
—Yo… estoy bien —dije, bajando la voz.
Él sonrió entonces, volviendo a su tono habitual.
—Claro, bien como una rata mojada.
Le lancé un empujón débil, y él rió, agitando el pelo para salpicarme más agua.
—¡Eres insoportable! —grité.
—Y tú eres imprudente. Pero tranquilo, princesa antisocial, yo siempre estoy para salvarte.
—¡No te pedí que me salvaras!
—Pues de nada, igual.
Quise decir algo más, pero Olivia llegó corriendo con una toalla y me arrastró lejos de él, murmurando algo sobre cómo “el universo conspira para emparejarnos”.
Yo lo negué todo, por supuesto. Pero mientras me cambiaba en el camarote, el recuerdo de los brazos de Oliver en el agua se me quedó grabado en la piel.
Y lo peor es que… no estaba segura de querer olvidarlo.
El vapor del secador de pelo zumbaba en el camarote mientras Olivia me frotaba el cabello con una toalla como si intentara arrancármelo. Yo me quejaba cada dos segundos, pero ella estaba demasiado ocupada poniendo cara de detective como para prestarme atención.
—No me mires así —le dije, apartando su mano—. No pasó nada. Fue un accidente y ya.
—Un accidente con rescate heroico incluido, aplausos del público y un tipo medio desnudo sosteniéndote en brazos —enumeró ella, arqueando las cejas—. Brooke, si eso no es una escena de película romántica, yo no sé qué lo es.
—Por favor, Olivia. Estaba ahogándome. No es que me hubiera caído encima de un montón de pétalos de rosa.
—Pero el modo en que te miró cuando salieron del agua… —suspiró teatralmente, apoyándose contra la pared—. Dios mío, hasta yo sentí la química.
—¡Cállate! —me tapé la cara con la toalla, roja como un semáforo—. No hubo química. Fue… adrenalina. Y agua salada en los ojos. Eso es todo.
Olivia se cruzó de brazos, observándome como quien mira a un niño que insiste en que Papá Noel existe.
—Sabes, puedes repetirlo todas las veces que quieras, pero yo estuve ahí. Y vi algo.
—¿Quieres saber qué viste? —bufé—. A una idiota resbalando porque no sabe caminar con tacones. Fin de la historia.