—Profesor…Profesor Henry, ¿me escucha? Soy yo…soy Allie, Profesor.
—Uhmm, ¿Allie?... ¿Cuál Allie? Yo no conozco a ninguna Allie.
Las palabras, si acaso, se arrastran fuera de mi boca. La cabeza me da vueltas sin parar. Siento como si el cerebro, al igual que mis ojos, rebotasen de un lado al otro de mis pensamientos.
—Allison Creek, Profesor, ¿recuerda? —Su joven voz se introduce en aquel mismo desorden de ideas que aún no logro controlar. Quiero articular algo más…decir cualquier cosa; pero el desierto que habita ahora dentro de mi boca no me permite tal hazaña—. No se preocupe, Profesor, es el efecto de la anestesia, muy pronto se sentirá mejor. Déjeme ayudarle…Disculpe, ¿qué dijo?
—Agua —repito una vez más y en medio de todas mis dificultades.
—¿Agua?...Claro, permítame y ya le consigo algo de agua para beber.
Al instante escucho pasos apresurados, como si estuviesen descalzos, alejándose de mí. Todavía no logro percibir con exactitud lo que se desenvuelve a mi alrededor. Tan sólo escucho a lo lejos quejas y más lamentos de aquella misma joven voz y la cual se encuentra recriminándose a sí misma: “¿Dónde diablos va a conseguir ella algo de agua limpia en aquel maldito lugar?”.
—Allison… —Medio cuerpo, unido a una cabeza tambaleante y desgonzada, intentan incorporarse de lado. No así, el dolor en mi costado despierta de forma violenta golpeándome todos los sentidos. Un grito ronco y áspero sale de mi boca antes de que pueda, siquiera, sostener el punzante quejido que me hunde, de nuevo, sobre aquel remolino de sábanas.
Los pasos descalzos de Allison corren y se apresura, de una, a caer de rodillas junto a mí. Lo cual me permite deducir, en medio de más gestos cargados de dolor, que he de estar tumbado sobre una mugre colchoneta al ras del suelo astillado.
—Profesor…Profesor, ¿está bien? Permítame ayudarle…Déjeme ayudarle, Profesor.
—No…No, Allison, espera…!Ahggg!
—Lo siento, sé que le duele. Venga, apoye su brazo sobre mi hombro, déjeme acomodarle mejor sobre las almohadas. Se siente mucho mejor, ¿cierto?... ¿Cierto, Profesor?
—Cierto… —reitero liberando un enorme suspiro de alivio. No así, el dolor sobre el costado comienza a reprimirme de nuevo. Duele al ritmo de cada bocanada de aire que respiro—. Allison, ¿qué estoy haciendo aquí?
—Se desmayó, Profesor. ¿Ya olvidó lo que sucedió?
Mi rostro se desfigura con impaciencia en favor de esta niña.
—¡Por supuesto que no he olvidado lo sucedido! —Grito haciéndola retraer el semblante, al igual que la figura. Un nuevo punzón se hunde sobre mis costillas obligándome a guardar la compostura. Los tonos de mi voz se resguardan detrás del rastrillar de mis dientes.
—Cálmese, si no le dolerá más.
—¿Por qué no has llamado a los servicios de emergencia? —La increpo en medio de sus tontas recomendaciones—. Allison, ¿me estás escuchando? Creo que tengo las costillas rotas. ¿Dónde está mi teléfono?
—Allí, Profesor, en su saco —La timidez de su mano se apresura a señalar los límites de la colchoneta sobre la cual permanezco tendido. Aquellas rodillas desnudas, blancas y huesudas, se apresuran a salir de mi lado y se sumen de nuevo sobre el astillado y podrido piso de madera.
Por primera vez, en todo este tiempo, me aventuro y echo un vistazo al lugar que me rodea. Allison permanece a mi lado con aires de aprensión y ungidos con un toque de preocupación.
—Disculpe, Profesor… —Tartamudea en medio de un semblante, claramente, agobiado por el miedo—, ¿piensa llamar usted a las autoridades?
La adrenalina ha de haberse adueñado de ella, pues su pecho se ha comenzado a agolpar con fuertes y apretadas respiraciones.
—Ah, pero por supuesto que sí, señorita. —Es la inmediata contestación que sale de mi boca—. Creo que esa pregunta sale sobrando.
—Profesor, por favor, no lo haga.
—Pero, ¿de qué estás hablando, niña?
—Mire… —Y me dice esto mientras detiene el inminente avance de mi cuerpo con la ayuda de una sola mano y me sostiene del pecho para que no pueda levantarme. Comienza a avanzar con las rodillas hasta subirse de nuevo sobre las sábanas—. Escúcheme, por favor, yo le juro que no tiene nada malo. Ya le hice revisar por un médico.
—Si por médico te refieres al delincuente que estaba hasta hace poco aquí contigo…Por cierto, ¿dónde está? —Y me interrumpo a mí mismo comenzando a peinar la zona con la inquietud de mi mirada.
—¿Él?…Él ya se fue, Profesor, no se preocupe.
—Mira, Allison…
—Yo le aseguro que no tiene nada de gravedad —insiste ella con sus necedades. No deja de sostener mi avance con la fuerza de una sola de sus manos —; de otro modo no me habrían importado las consecuencias. Yo misma habría corrido con usted, en brazos de ser necesario, y no me habría detenido hasta dejarle seguro en un hospital…lo juro. Tan sólo son golpes y escoriaciones. La herida en su brazo está limpia y vendada. No necesitó de puntos. Un puente para contener el sangrado, no más. Además, recibió suero por vía intravenosa para hidratar su cuerpo y su costado…bueno, su costado…
—Mi costado tiene al menos dos costillas rotas, ¿no es así? Pero, qué importa dejémosle así.
—No, señor, jamás quise decir eso. Yo…
—Mira, mejor no digas nada más y dame mi teléfono, por favor.
—Escuche, qué le parece esto… —Su enclenque figura comienza a balancear unas delicadas formas y se afianza muy cómodamente sentándose sobre los talones, mientras acomoda el desorden de sus cabellos castaños detrás de las orejas.
Ahora que lo recuerdo los cabellos de esta chica eran largos y abundantes. Extensos mechones que oscilaban, de un lado al otro, hasta dejar caer el brillo de sus ondas sobre su espalda baja. Aquellas ondas largas y juveniles, llenas de salud, no existen más. Su cabello ahora es corto y liso, roza hasta llegar al nivel de su pequeño y delgado cuello. Se ve desprolijo y abandonado por la luz. Su tez también se mira demacrada y bastante opaca. No me extraña para nada después de escuchar sus conversaciones con el matasanos ese, y el cual estaba hasta hace poco aquí y junto a ella. Esto no me provoca otra cosa que situarme en un evidente estado de alerta. No sé qué otras sustancias habrá introducido este imbécil en mi sistema. Por eso debo ir ahora mismo a un hospital. Aunque aparte del dolor que percibo por los golpes y el que todavía sostengo con la mano sobre mi costado, debo admitir que me siento mucho mejor que hace cinco minutos atrás. Mi visión ahora es clara y me atrevo a decir que todos mis sentidos están alertas.
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Editado: 11.08.2024