Madelyn

6 DE AGOSTO

Jenny abrió las gavetas de una en una.

—¿Qué buscas? —le preguntó Antón, mientras se vestía.

—Mi rosario, lo dejé sobre la mesita de noche, pero no está.

Si hubiera sido un rosario cualquiera no le diera importancia, pero se lo había regalado su padre unos días antes de morir.

—De seguro que lo dejaste en algún otro lugar de la casa.

Aquello no tenía sentido, ella solo se lo quitaba para dormir y siempre lo dejaba en el mismo lugar.

Abrió la última gaveta y se levantó de súbito.

—Antón —balbuceó.

—¿Qué pasa? —Su esposo se colocó el sacó.

—¿Qué es esto? —preguntó, señalando la gaveta abierta.

—Es para nuestra protección —respondió, sacando la pistola que allí se encontraba—. La compré cuando regresé de mi viaje, ya sabes cómo está la delincuencia y no quiero arriesgarme.

—Pero este vecindario siempre ha sido seguro.

—Lo sé, pero es mejor estar prevenidos. —Devolvió el arma a su lugar—. Ya me tengo que ir, nos vemos, cariño —agregó, besando sus labios.

Después que su esposo se marchó, Jenny abrió la gaveta y extrajo el arma.

Era la primera vez que sostenía una de esa en sus manos, el metal rozando  su piel, el dedo sobre el gatillo. La capacidad de elegir entre la vida y la muerte. Esa sensación le gustó.

 

*****

Samuel se despertó agitado, sudando frío y con el cuerpo temblando.

Su amante lo miraba en silencio y con el entrecejo fruncido.

—¿Quién es Jenny? —preguntó Arturo.

—Jenny… —tartamudeó—. ¿Qué Jenny?

—No sé, eso dímelo tú, no hacías más que llamarla.

El médico tragó saliva y se incorporó de la cama.

—¿Qué hora es? —preguntó Samuel.

—Casi las nueve de la mañana.

—¿Qué? ¡Santo Dios, mis pacientes! Y Dayana… Dayana va a matarme. —Se vistió rápidamente y miró a su compañero—. Jenny no es nadie, ya sabe que siempre me da por hablar cuando estoy durmiendo, pero eso no quiere decir que esa persona sea real.

—Me asustaste —confesó Arturo.

—¿Por qué?

—Estabas muy nervioso, parecías que tendrías un infarto en cualquier momento. Yo… —suspiró Arturo—. Quería despertarte, pero no me atreví, dicen que es malo despertar a alguien cuando tiene pesadillas.

—Boberías. —Samuel besó sus labios—. Nos vemos mañana.

Mientras conducía camino al consultorio, revivió aquella pesadilla, en efecto, Jenny estaba allí, atormentándolo, tanto como en la vida real.

Cuando llegó a la recepción, le extrañó no encontrar a su secretaria en su puesto de trabajo… Bueno, quizá había ido por un café.

Saludó a sus pacientes con un «buenas tardes» e ingresó a su consultorio.

Dejó de respirar apenas la vio, ella estaba allí, con esa mirada oscura que no hacía más que perturbarlo; helándole la sangre, las entrañas: paralizándole el corazón.

—Le dije que no pasara, pero ella insistió —se defendió la secretaria.

—Está bien, Ana, la atenderé —balbuceó el médico; la secretaria asintió y se retiró—. ¿Cómo estás, Jenny?

—Asustada. Muy asustada.                                                            

Samuel le hizo un ademán para que se sentara y ella obedeció.

—¿Por qué estás asustada? —preguntó, sentándose frente al escritorio.

—Y todavía lo preguntas… si Antón se entera, me va a dejar —confesó, mientras algunas lágrimas se comenzaban a asomar—. Samuel tienes que ayudarme… Tú —suspiró—, trabajas en el hospital algunas veces, ¿no?

—Sí, no es un secreto para nadie.

—Entonces, ayúdame, ayúdame a conseguir un bebé —lloriqueó—, por favor, te pagaré lo que sea… pero consigue a una niña recién nacida para mí.

—¡Pero te has vuelto loca, Jenny! —exclamó en un murmullo—. ¿Cómo crees que voy a robarme un bebé del hospital?... Jenny, tú no tendrás algo que ver con el intento de robo del Hospital de Santo Tomás. —Ella guardó silencio, y él se pasó las manos por el cabello—. Santo Dios, ¿qué estás haciendo? ¿Acaso quieres terminar en prisión?

—¡No me importa! —le gritó—. Haré lo que sea para salvar mi matrimonio y conseguir a mi Madelyn, ¡lo que sea!

—Tranquilízate, Jenny, te ayudaré —musitó, apoyando cariñosamente su mano sobre la de ella.

—¿En serio? —sonrió.

—Yo… —suspiró el médico—, lamentablemente no puedo hacerlo por mí mismo, sería muy riesgoso para mi carrera si alguien me descubre, pero te recomendaré a alguien, alguien que puede hacer el trabajo sucio por una buena tajada de dinero.

 

*****

 

Jenny volvió a casa.

Su esposo aún no había regresado, así que aprovechó para hacer la limpieza. Ahora que Samuel la iba a ayudar, se sentía más aliviada. Tranquila.

Abrió la manguera y regó el rosal del patio trasero.

Entonces, notó algo en el suelo. Algo que brillaba.

Agudizó la vista.

No podía creer lo que había frente a sus ojos.

Era su rosario. Su rosario hecho pedazos y sepultado a medias, debajo de aquella húmeda tierra.

Pero ¿cómo?

Miró a los costados, invadida por una sensación de que alguien la observaba, pero no vio a nadie.

¿Alguien había entrado a su casa y arrojado su rosario allí?

Primero aquel grito, después eso.

Antón tenía razón, el vecindario se estaba convirtiendo en un lugar peligroso.

Empezó a recoger las piedrecitas, tal vez podría mandarlo a arreglar en una joyería. Sin embargo, no encontró todas las piezas.



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En el texto hay: mentiras, intriga, amor

Editado: 02.03.2021

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