—¿Por qué tengo que ir a esa academia?— pregunta la chica pelirroja recargando su cuerpo en la encimera de la cocina. Su madre, pelirroja al igual que ella, la mira frunciendo las cejas.
—Creo que sabes muy bien cuál es la respuesta— le dice mientras coloca las ollas en el armario.
—Pero… dejaré toda mi vida aquí.
—¿Y?
—¿Y? ¿Cómo que y? ¡Mamá!— chilla con frustración.— No me apetece ir a ese lugar, estará repleto de fenómenos y eso no me gusta.
—Tengo que recordarte que tú también eres un fenómeno— su madre arquea una ceja con diversión. La joven suelta un bufido y se cruza de brazos resignada.
—Supongo que papá también está de acuerdo.
—Así es, de hecho él te llevará mañana muy temprano.
—¿Y tú?
—Bueno, como yo no tengo poderes como ustedes ni pertenezco a ningún linaje mágico no podré atravesar la barrera— responde.
—Pero eres una princesa ¿no?.
—Soy la princesa de Inglaterra lo cual no me da ningún poder sobre la tierra a la que tú y tu padre pertenecen.
—Que injusto— ella infla los cachetes con molestia.
—Basilisa, deja de buscar excusas. Te conozco bien y sé que todo este rodeo es tan solo para convencerme de que no te deje ir y créeme eso no va a suceder…— ella la mira— después del incidente del año pasado estoy más que segura de que no puedes seguir aquí sin aprender sobre tu magia.
Basilisa bufó.
—Además tu prima Jade estudia ahí desde hace dos años, no tienes nada de qué preocuparte.
—Mamá, Jade y yo no somos muy amigas que digamos… es más ella me odia así que sí tengo de qué preocuparme. Me hará la vida imposible dentro de ese lugar.
—Bas, no vas a convencerme así que mejor ve a tu habitación y prepara tus cosas que mañana irás muy temprano— le besó la frente y luego la dejó sola en la cocina.
—¿Tiene la lista de los ingresantes?— pregunta el hombre sentado tras el escritorio de madera barnizado.
—Sí— la mujer de largos rizos amarillos asiente con la cabeza delicadamente, sus pequeñas orejas puntiagudas repletas de aretes de oro la hacen lucir como una gran rebelde—, hay ocho chicas que vienen de la tierra, dos que vienen del planeta Orusco, tres princesas, dos que vienen de intercambio y una que aún no se ha dicho de qué lugar es.
—¿Y los otro dieciséis chicos?.
—De los dieciséis ninguno es de la tierra. Tenemos a dos magos, tres elfos, un príncipe, dos demonios, tres ángeles, un noble, tres de intercambio y...
—¿Y?.
—Y al hijo de la luna— soltó con algo de temor en la voz. El hombre la miró con los ojos muy abiertos, no podía creer lo que oía.
—¿Qué está diciendo?— la elfa retrocedió unos pasos al ver que el la forma humana del director iba desapareciendo para tomar una forma oscura y cornuda,— ¿cómo es posible que ese chico esté aquí?
—El consejo lo decidió de ese modo, señor— habló con voz diminuta la elfa.
—¿El consejo?— los ojos violetas del demonio recorrieron toda la oficina, iracundo tenía ganas de asesinar a todo el consejo.— ¡No tiene ningún derecho sobre mi academia!
—Ningún otro lugar acepta al joven y… el consejo de los Quince creyó que traerlo aquí…— el demonio golpeó el escritorio con sus enormes y oscuros puños.
—Pida una audiencia al consejo, no permitiré que mi academia esté en peligro por aceptar al hijo de la luna.
—Pero… señor, el consejo no aceptará ninguna excusa.
—¿Y los quince mundos qué? No tenemos derecho a tomar decisiones acerca de nuestro destino— bufó. La elfa se alejó más, sabía que la furia de su amo podría alcanzarla de nuevo como aquella ocasión en la que le provocó la horrible cicatriz que carga en la espalda.
—Iré a pedir la audiencia— susurró y haciendo una leve reverencia abandonó la oficina del director.
Una vez solo, Gringoire Irving marcó unos números en la pantalla de su celular y aguardó a que la otra línea contestará.
—Tenemos un problema— dijo al desconocido de la otra línea,— el hijo de la luna ha sido enviado aquí. No podemos…— fue interrumpido— ¿qué? No puedo hacer eso, no…— otra vez fue interrumpido, las gruesas cejas rojas de su cabeza oscura y cornuda se fruncieron— está bien. Pero si ocurre algo malo…— la línea se cortó.
Miró la pantalla del celular por acerca de un minuto, contuvo la respiración y luego estalló. Lanzó el celular contra la pared y este se hizo pedazos.
—Encargarme… ¿encargarme de qué?— rugió en un grito ahogado. Debía tranquilizarse para darle la bienvenida a los nuevos alumnos de la academia y en su forma demoníaca no podría hacerlo.
Basilisa soltó un suspiro al mirar la enorme academia que alzaba frente a ella, parecía sacada de una película de terror, la academia era una réplica perfecta de la catedral de Notre Dame, incluso podía imaginar al jorobado tocando la campana.
—¿En serio?— miró a su padre con un mohín de disgusto.
—Anda, no queremos llegar tarde ¿cierto?
—Bueno… podríamos mejor dar marcha atrás y regresar a casa— sonrió con ternura. Su padre le enseñó sus colmillos de dragón.
—No creo que eso sea una buena idea— dijo él. Ella se cruzó de brazos y frunció las cejas.
—Está bien, vamos entonces— tomó la manija de su maleta y la arrastró hasta el otro lado de la barrera mágica.