Luego de encender la luz puedo apreciar la habitación a plenitud, es hermosa. Las paredes exhiben un sobrio color ocre con detalles en azul rey. En la parte superior de estas, se ubican estratégicamente unas lámparas que brindan una perfecta iluminación. El área del Vestier es muy extensa. Visualizo un pequeño estudio con una estantería de libros vacía y, un escritorio de fina caoba blanca.
Mientras esculcaba y buscaba en cada rincón de la alcoba, aquello que no se me había perdido, la atmósfera tensa que había reinado antes se disipó por completo. Hasta se podía decir que en su interior me sentía a gusto.
Con curiosidad, me acerco a la gran ventana de cristal y allí, me di cuenta de que la edificación estaba construida sobre un acantilado, y que éste, desembocaba en las orillas de un mar revuelto.
La altura era impactante.
Elevo la vista, y por la espesura de las nubes grises que cubren el cielo, pude deducir que se avecina una tormenta.
Todo era frío, lúgubre y perturbador... ¡Qué buena primera impresión!
A lo lejos, un relámpago llama mi atención, creando en el vidrio un leve reflejo. Casi puedo jurar que hay alguien detrás de mí.
De inmediato me vuelvo para confirmar lo que mis ojos han captado, pero sólo puedo corroborar que mi imaginación me jugó una mala pasada, después de todo no había nadie más que yo en ese lugar.
Me acerco a la ventana de nuevo, dejando atrás lo ocurrido, contemplando — en su lugar y con algo de inquietud — el paisaje tormentoso, donde las corrientes del viento danzan violentamente, meciendo el agua a su voluntad.
Sí, distráete con eso, me digo.
Pero por alguna razón no soy dueña de mi conciencia. Cierro los ojos en cuanto sufro una extraña sensación que me obliga a apartarme de la ventana y me pasma, estática en mi lugar puedo presentir que alguien me observa...
«No estoy sola» alerta mi fuero interno. Quiero ignorarlo, deseo ignorarlo, pero me es imposible.
Para cuando abro los ojos, miro a mi alrededor buscando en la nada.
«No hay nadie» repite mi mente poco convencida.
Procuro deshacerme de todos esos pensamientos y me impulso a ir hacia la cama. En el camino retiro mis zapatos con ayuda de mis pies, negándome a enjugar cualquier pensamiento extraño. Me siento sobre el colchón en consecuencia reboto levemente, aquello me causa diversión, «Sí, piensa en eso» ruego para mis adentros.
De repente mi lado infantil me pide a gritos que salte, y lo más extraño de todo es que yo deseo saltar.
Lo que sea para alejar la paranoia.
Tal vez buscaba un poco de diversión, la necesito; tal vez solo quiero dejar de pensar en las cosas raras que me suceden, lo deseo; tal vez solo deseo ser feliz, aunque sea por un segundo, es lo que merezco…
Mientras me elevaba y caía, miles de carcajadas escaparon de mí. Deseé ser feliz, y lo logré, mi corazón salta de alegría por unos segundos. Aunque debo decir que es extraño, ¿Acaso he logrado autoconvencerme? Parecía que todas mis penas habían sido menguadas de momento, dando paso a un repentino ataque de euforia debido a una especie de encanto que no comprendía, pero que tampoco me atreví a cuestionar. Se siente tan bien.
Hace mucho que no me reía así, de hecho, estar brincando en una cama es algo que propiamente yo no haría, sin embargo, ahí estaba yo, con la mente enfocada en todas esas sensaciones agradables que apartaban mi tristeza y me inundaban de una rica sensación, que hacía mucho no disfrutaba. Ya no pensaba en lo miserable que era, en el dolor de la pérdida, en la fría soledad que me asedia siempre.
Cuando me canso de brincar me dejo caer de espaldas, y permanezco quieta con los ojos cerrados, centrada en el acelerado ritmo de mi corazón, inhalando y exhalando de forma prolongada, lo cual, hacía que mi pecho se expandiera y se encogiera a un ritmo constante casi apresurado.
Como apareció, dicha felicidad se desvaneció, yéndose tan lejos de mi alcance. Todo volvió a lo que era. Un par de lágrimas rebeldes se abrieron pasos entre mis párpados. No puedo engañarme, después de todo, no se puede tapar el sol con un dedo. Pienso en mi madre, en mi hogar perdido y, suelto un sollozo, después de unos segundos llevo ambas manos a mi rostro para secar mis mejillas. La templanza no era mi fuerte, jamás podría negar cuánto me afectaba mi situación actual.
Asaltando mis pensamientos, una imagen vino a mi mente. Fue como un destello. Me vi recostada, y junto a mí estaba una persona, mirándome con pesar. Todo fue muy borroso y tan rápido que la imagen de disolvió hasta desaparecer para siempre.
Mi corazón se contrajo del susto. Abro los ojos y miro ambos lados, pero no hay nadie. Con Alivio, suelto un respingo. Al parecer volví a ser víctima de mis desvaríos.
Termino restándole importancia, como siempre — después de todo, como ya he dicho, no es nada del otro mundo teniendo en cuenta mi condición —, antes que nada, debía mantenerme calma y serena. Cuando estaba más pequeña me costaba mucho, por ello llegué a sufrir episodios muy severos y mis pobres nervios pedían de un frágil hilo. Por suerte, pude madurar y disociar de la realidad, este tipo de eventos, que, si bien no puedo evitar, aprendí a diferenciarlos.
— ¿Puedes verme? — escuché en un leve susurro que me puso la carne de gallina.
Mi paz se quebró tan rápido como una copa al impactar contra el suelo, aquel inédito suceso merma la tranquilidad que tanto me esfuerzo por conservar. Mi corazón casi llega hasta mi garganta, de momento, no puedo respirar, todo me da vueltas....
¿Qué fue eso?
Sin poner reparo en analizar lo que escuché, bajo de la cama y comienzo a mirar a todos lados, en busca del dueño de esa voz.
«No, Daniela. Tú estás sola. Eso que escuchaste, no es real...» azuzo internamente al momento que me cruzo de brazos para protegerme.
Al cabo de unos segundos asimilo que todo fue producto de mi mente, la cual, a veces altera mi realidad materializando cosas que no son reales, tomando la forma de alucinaciones, ya sean visuales o auditivas. Síntomas adjudicados a mi mediano grado de esquizofrenia.
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Editado: 13.05.2022