22.01.2017
Asechada por la imposibilidad de dormir me sumerjo en la desesperación, buscando en cada rincón mis medicamentos. Tanto mi respiración como mi corazón adoptaban un ritmo desbocado; mi pecho se hacía cada vez más pequeño mientras que el sudor frío se fundía entre la humedad de lágrimas saladas.
Me preguntaba: ¿cómo pudieron desaparecer mis pastillas de un día para otro? Estaba segura que tenía repuestos suficientes ¿Cómo se supone que la contacte para obtener más?
Necesito más… si no… yo… yo…
Engullida por la vibrante frustración que contraía mi garganta haciéndome difícil el respirar, me encorvo para poder abrazarme manteniendo los ojos bien abiertos y perdidos en la inmensa oscuridad. Tiempo después, víctima de la más profunda incertidumbre, comencé a temblar mientras observaba como el exquisito tapizado del suelo se humedecía con esas gotitas que materializaban mi dolor. Cada célula de mi cuerpo vibraba en una despavorida frecuencia alertándome ¡qué sería mi vida sin esas píldoras milagrosas que hacían mi existencia medianamente normal! Me cundía el pánico con sólo pensar en aquellas cosas que distorsionan mi realidad, las cuales me arrastrarían al mismísimo infierno que no podía ser otra cosa que la fría oscuridad orquestada por la temible soledad que traía el abandono. No había luz posible que me alcanzare una vez encerrada en ese horrible lugar.
En un segundo de debilidad caigo al suelo, aquel hecho encendió mi pecho en furia, mis mejillas ardían evaporando el rastro de mi aflicción, y guiada por tal sentimiento golpeo con mis puños el suelo, dejando a su paso un sonido acallado por el grueso y suave tapiz, esto me enfurece más y por ello sujeto mi cabello con ánimos de tirar de él para ver si el dolor me hace despertar de esta pesadilla, sin embargo, aquí continúo, saboreando la salada y amarga agonía… nada me salvaría. Muerdo mi labio, dejando que mi paladar deguste el más frívolo sabor metálico… necesito más dolor, sino, no despertaré.
— ¿Por qué?... — susurro con voz rota — ¿Por qué?... — Las palabras se atoraban en mi garganta. Me palpitaban las cienes y mis ojos ardían al rojo vivo, mientras que el dolor se encargaba de desgarrar mi templanza reduciéndola a nada —. ¿Por qué no puedo ser normal? ¿POR QUÉ?
Iracunda, gateé hasta que conseguí ponerme de pie sintiendo como mis mejillas ardían. Boté al suelo todo lo que estaba sobre mi escritorio, pateé lo que estaba a mi alcance, desahogando así esa espantosa carga que pesa sobre mis hombros desde que tengo plena memoria, y cuya presión aumenta inmovilizando toda razón. Quiero gritar, pero no puedo, con suerte consigo respirar.
Quiero que se termine.
Me golpeo en varias ocasiones, y cada impacto hace que mis nervios detonen cada zona afectada y que mis lentes vuelan lejos de mí. Quiero que duela más, pues, solo el dolor físico desvía mi atención del arma mortal en la que mi mente se ha convertido ya que se manifiesta flagelando mi espíritu, siendo su deseo más íntimo: que no quede nada de mí.
¡Es mi culpa… todo es mi culpa… yo soy la que está defectuosa…!
Sin planearlo me reflejo en el espejo. Lo que veo me deja helada. Mi corazón trastabilla en un milisegundo y todo mi entorno pierde importancia, todo comienza a darme vueltas. Es imposible. No es mi reflejo lo que se muestra, es el suyo.
Ambos permanecemos de pie, luchando para recuperar el aliento, el terror y la amargura deja huella en nuestro semblante mientras nos miramos fijamente.
El universo pone mi cordura a prueba una vez más, mis ojos se cristalizan y el pesar llueve por mis mejillas al tener lista la implacable resolución ¿No es evidente ya? Hace mucho que esa luz destaca por ausente. El miedo debilita las piernas que son mi único soporte. Caigo de rodillas, apenas respiro, mi corazón se contrae en mi pecho.
Me ahogo…
“Daniela…” escucho vagamente en el caos que conforma mi mente.
Pongo atención a esa oscura mirada que refleja vestigios de culpa y tristeza, es absurdo siquiera pensar que me es posible percibir el cómo sus sentimientos se mezclan con los míos, como si hubiese un vínculo entre nosotros.
¿Cómo es posible que pueda verte? ¿Acaso eres real? Me pregunté en mis adentros. No podía creerlo, aunque lo tenía frente a mí.
— Mikele… — dejé escapar por lo bajo.
Intento razonar, cierro los ojos buscando conciliarme con la realidad, pero la cruel verdad me abofetea sin piedad, no lograré vencer esta crisis solo diciéndome que “no es real”.
Para cuando abro los ojos, Mikele ya no está, solo puedo ver mi deplorable estado, mi despeinado cabello, mi demacrada tez, profundas ojeras y ojos rojos. Veo mis heridas, los pequeños moretones comenzando a formarse. Observo el desastre que he causado a mi alrededor y termino ocultando mi rostro con mis manos, horrorizada de lo que me he hecho. Estando tan lejos de la puerta de la cordura, me doy por vencida y me encojo haciéndome una bolita, con la frente tocando el piso. No puedo hundirme más…
Mi cuerpo adolorido no puede soportar la postura por mucho tiempo y me echo a un lado. Mi mente permanece en silencio. Se me dificulta abrir mis ojos por la hinchazón, con lentitud busco enjugarlos para ampliar mi visión y cuando esto es posible no doy crédito a lo que veo. Al levantar los parpados pude ver como todos mis medicamentos yacen a mi alcance.
¿Se tratará de una alucinación? ¿Será verdad?
Esperanzada acerco mis manos, para tomarlos…
— Daniela — escucho. Su voz era tan suave como la seda, pero aun así me sobresalta.
Su mano acoge a la mía, erizando mi piel entera con el simple rose. Se encontraba a mis espaldas. Temerosa me niego a mirarlo, por miedo a todas las emociones que se desatarían en consecuencia, pero pude sentir el frío que su cuerpo emanaba, y con su rostro cerca del mío lograba que mi corazón nervioso galopara en mi pecho. ¿Qué era lo que pretendía? Tenía la salvación tan cerca, y él me impedía abrazarla ¿Por qué?
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Editado: 13.05.2022