Respiro profundo y me pongo de pie, armándome del valor que no tenía. Con cautela pego la oreja del madero, no se escucha nada. Fue entonces que un sonido mecánico me puso en aviso, alguien o algo estaba manipulando el picaporte. Casi fallezco cuando el rechinar de las viejas bisagras rugen tras el clic del pestillo, mientras la puerta se abre delante de mí.
Pude ver el cuarto de mi hermana muy pulcro, las altas paredes lucían una tonalidad ocre y detalles en vino tinto, la cama de madera de olmo blanco poseía un soporte de cuatro columnas doradas, de las cuales se extendían cortinas de tul y seda en combinación con los colores de la habitación. Junto al closet había un hermoso espejo de pie con bordes de bronce, también pude apreciar un cuadro de arte impresionista donde se mostraba una mujer sentada en un hermoso jardín.
Avanzo y con mis pies descalzos palpo el suave suelo tapizado, mis piernas parecían moverse solas. Miro al techo y veo la hermosa lámpara de cristal, la cual germinaba a lo largo de la placa como un rosal deslumbrante, dentro de cada capullo había una bombilla. Mi embelesamiento fue muy breve pues mi sentido común comenzó a enviar alertas de peligro que no atendí, mi cuerpo actuaba por su cuenta. La puerta se cerró a mi espalda tras un fuerte portazo, sin poder preverlo, pero aun así mi cuerpo se tambaleó.
Respiro hondo y me evoco en mantener la calma, pero unos ruidos extraños, de golpes y lloriqueos que provienen del baño implantan un fuerte pensamiento que me dice: “¡escóndete!” Por ello me oculto bajo la cama.
Por el reflejo del espejo vi un hombre saliendo del baño, y tras este una menuda niña, unos años menor que yo. Su bata estaba rasgada y unos moretones estigmatizaban su lívida tez, mi estómago se contrajo. Después de que el agresor salió, en busca de su otra víctima, aquella joven que se iniciaba en la pubertad se encaminó a la peinadora, donde aplicaría maquillaje para ocultar sus heridas.
Estaba atada del miedo, en mi mente sólo había una clara advertencia: “no te muevas”
Todo mi cuerpo se tensó, luego de que ella comenzara a tararear una melodía, la dulzura de su voz intentaba apaciguar la amargura de su corazón. Mi respiración se paralizó de inmediato cuando me miró por el reflejo del espejo, en su mirar enrojecido y lloroso, había odio y resignación, entonces claras imágenes me inundaron. El agresor era su tío, quien ardido porque su hermana desposó a un hombre que no era él y encima tuviera a lo que a su criterio no eran más que bastardos, lo hacía visitar cada noche la alcoba de la niña para desahogar sus frustraciones. En un instante, encarné todo su dolor y cada una de las cosas horrendas que esa bestia inhumana le hizo.
Muy afectada no me percate de cuando comencé a llorar.
En un parpadeo, ella ya no estaba en la peinadora, sino jugando con sus muñecas sentada frente al espejo de bronce. Con una frívola expresión las desplazaba en el aire, como si estuvieran volando en libertad, cumpliendo lo que su corazón deseaba con fervor. Fue entonces que el armario se abrió un poco, esto fue suficiente para que la joven palidecerá, de inmediato se puso de pie y tras decirle al que parecía ser su hermano menor: que se quedara adentro, que en cualquier momento el tipo malo podía aparecer. Volvió a cerrar la puerta y regresó a su lugar, haciendo como si nada pasó.
Mi corazón se arrugó, y mi pecho se hizo pequeño. Podía sentir el temor de la jovencita, y los nervios de la pobre criatura que, escondida en el armario, aun no entendía los extraños juegos de su hermana mayor. Ella lo hacía para protegerlo, se sacrificaba para que su hermanito amado no sufriera a manos del monstruo. Llena de muchas emociones me preguntaba ¿Cómo sus padres no lo notaban? ¿Por qué permitían que algo como eso les pasara a sus hijos? Las lágrimas no paraban. Y mi garganta estaba hecha un nudo. Un niño no debería saber que es la resignación, ni el dolor que acarrean tales trasgresiones.
Pese a la oscuridad implantada en su corazón por el terrible destino que la asediaba, parecía una muñeca hermosa, sus rizos negros eran adornados con moños violeta y su vestido lucia vistosos lazos y cintas rosas en la falda, la cual tapaban sus piernas amoratadas. No me costó mucho saber que no era de mi época. De pronto, esos ojitos negros me miraron a través del reflejo con una sonrisa la cual no inspiraba más que estoicismo.
Rápidamente cerré mis ojos y me dispuse centrarme, ¿Por qué estaba viendo esto? Quiero que pare. Basta… me decía mentalmente. Consciente que todo formaba parte de una pesadilla.
— Esto no es real, yo veo cosas que no existen —, me digo, pero mi corazón no estaba convencido de eso y aceleró sus palpitaciones. De pronto me faltaba el aire, asique me esfuerzo para decir unas simples palabras con las cuales, creía que recobraría el poder suficiente para calmarme —, todo está en mi mente — susurro.
— sshh... — me silenció, otra vocecita junto a mí —. Si nos escucha, nos va a encontrar.
Al escuchar aquello me quedé estática lentamente viré la vista y encontré a un niño a mi lado, oculto bajo la cama. Me miraba con unos ojos tan profusamente negros que me perdí de momento en ese abismo oscuro sin vida. No podía creer lo que tenía ante mí.
Las puertas se abrieron de repente, rompiendo nuestra conexión visual. Simplemente supe que se trataba de ese animal despiadado. La niña se puso de pie de inmediato, abrazando su muñeca atemorizada por aquel hombre.
Él le preguntó hostilmente donde estaba su hermano, ella negó saber algo. Por lo que lleno de ira tomó a la niña y la encerró en el baño, luego se acercó a la cama buscando al pequeño, quien ahora no era más que era una bolita temblorosa. Mi corazón latió como nunca durante esos angustiosos segundos. Iracundo abrió el armario, pero estaba vacío. Luego de proferir algunas maldiciones al aire, se fue al baño para descargar su ira con la pequeña.
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Editado: 13.05.2022