Mañana te Olvidaré

Capítulo X

(Narrador)

 

Amor, inexplicable e inidentificable. Uno de esos nombres que se da a todo pero que nada merece. Un mito. Una figura poética propia del mundo de un caduco romanticismo. El fantasma al que nadie deja descansar en paz.

La única forma de experimentar al amor es cegándose. La única manera de explorarlo en un escrito es tomarlo por invención. Construir un castillo en las nubes de la imaginación, tomando apenas una vaga referencia por parte de la realidad.

Eso es lo que Renata trataba de hacer. Era en lo que su vida se había convertido.

- ¿Ahora proteges a Alexis?

Los recuerdos de su discusión con Moonray vagaban vívidos por su cabeza.

- ¡Entonces quédate con ella!

Reaccionó según su naturaleza: irascible y descontrolada. Le gritó, cegada por los celos. Reclamó por cosas de las que jamás se había creído dueña. Herida en el orgullo, trató en vano de ocultar el por qué de sus palabras. Años de práctica no le ayudaban a disimular las emociones, nunca podría. Una mirada furiosa y un tono de reproche eran algo que distaba de su control.

- Protejo a quien lo necesita – contestó él con calma. Su sangre fría es algo que Renata le envidiaba -. No hay nada personal en mi auxilio a la srta. Carpio.

El pasillo más oscuro del colegio fue testigo de la discusión, con la puerta del laboratorio y las extensiones al jardín como únicos escapes. Los rayos del sol llegaron escasos hasta semejantes dominios, topándose contra las hojas de los árboles y produciendo sombras sobre la pared.

- ¡Miéntele a otra! Ella dijo que estaba enamorada de ti.

- ¿Qué tiene eso que ver?

- Todo héroe requiere una linda chica tonta que suspire por él, pues entonces ya encontraste la tuya. ¡Que te aproveche!

La miró fijamente, casi ofendido.

- No creo que la srta. Carpio sea tonta. Todo lo contrario.

Renata afiló sus ojos.

- No me sorprende que la defiendas. El amor enceguece – dudó -, eso dicen.

- Sí, eso dicen… repitió Moonray -. En todo caso, mi corazón pertenece a otra.

Sus ojos negros continuaban sobre Renata cuando dijo esto. Fue para ella como sentirse atrapada en una jaula de puerta sin cerrar, donde una fuerza mucho más poderosa le impide volar para alejarse.

- No te me vuelvas a acercar. No necesito tu ayuda.

Su tono bajó sin querer. Semejaba más una súplica que una orden.

- ¿Está segura?

Mintió. Las palabras de él le rondaban la mente todavía. Tendida sobre la alfombra, dudaba en creer que se tratase de ella: la otra. En los ojos oscuros de aquel personaje se encerraba una verdad que se negaba a aceptar, que apenas comprendía. Un misterio, tal como aquellos que Anthony deseaba revelar.

La identidad de Moonray debía ser la de un muchacho cualquiera, de edad semejante a la de sus protegidos y con una condición nada impresionante. Alguien común que bajo el antifaz negro y el traje de vengador se convertía en un ser inexpugnable y dotado de asombrosos poderes. Las flechas que portaba las había disparado solamente en una ocasión; dicen que arrojó estelas plateadas en su camino y partió en dos el árbol al que impactó. Renata no lo vio. No lo necesitaba. Hasta ahora la más indiscutible habilidad de Moonray era para ella su habilidad para robarles el sueño a las estudiantes.

- Empiezo a creer que tiene algo en mi contra.

- Eres listo. En efecto lo tengo.

- Ignoro lo que sea.

- ¿En serio? – su insensibilidad aumentaba con cada sílaba -. Es que detesto a los cobardes como tú.

Calló. Se distinguió en su rostro una expresión de duda.

- ¿Puedo saber por qué me llama cobarde?

Como buena mujer, Renata portaba un espejo de mano en el bolsillo de la falda. Lo sacó y su mano lo sostuvo a la altura de él, justo para que pudiera verse reflejado.

- Mírate. ¿Qué ves?

- A mí.

- ¿Y quién eres? Porque sólo tú lo sabes. Tu antifaz te protege del mundo. De él y de lo que sea que haya allí que no quieras afrontar.




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