(Narrador)
El verano continuaba su camino. En el colegio, los ensayos para el día del juramento a la bandera se intensificaron, llegando a posponerse algunas clases para extender el tiempo de la preparación. El rector parecía más estricto ese año, cuidando cada detalle para que todo saliera perfecto. En su sonrisa había algún rastro de satisfacción ante la seguridad de que pronto se liberaría de la generación más problemática de su carrera. Y de entre aquellos cientos de estudiantes le confortaba deshacerse de una en especial.
Renata soportaría en silencio la ofensa de llevar la segunda bandera, viendo desfilar a su némesis con el trofeo que durante años luchó por conseguir. Le daba rabia todavía, aunque en el fondo entendiera las razones que tuvieron las autoridades para negarle el derecho. Su conducta dejaba mucho que desear, no obstante sus calificaciones fueran las mejores. Para una institución que se aprecia de formar ciudadanos civilizados y correctos, Tomás ayudaba más a conservar la apariencia.
Su venganza llegaría. Sin pretendérselo, el privarse del título de abanderada le quitó de la mente las últimas barreras morales que se interponían entre su curiosidad y ella. Cada tarde, tras finalizar los ensayos, acudía a la biblioteca y permanecía algunas horas aguardando la primera oportunidad. Entonces salía sigilosamente, deslizándose hasta las escaleras prohibidas. Por sus pacientes días de vigilancia conocía ya a qué hora realizaban su vuelta los inspectores. Tan sólo le restaba poner en marcha su plan, utilizando la llave que –tras tomar medidas aproximadas al cerrojo- había mandado a fabricar para abrir la puerta.
El momento ideal sería la recepción tras el juramento. Todos estarían tan entusiasmados que nadie patrullaría la zona. Bastaba con desaparecer entre la multitud y poner manos a la obra. La única preocupación de Renata era si Moonray intentaría detenerla. Tenía tiempo sin verlo, tiempo sin meterse en problemas. Él se presentaba a salvarla solamente, tanto de los demás como de sí.
La noche anterior al suceso los ojos de la chica se forzaron a cerrarse. En la ventana chocaban las ráfagas heladas mientras en vano trató de acurrucarse entre las sábanas. Fingió dormir, descansar olvidando lo que al siguiente amanecer le deparaba el destino. Era cuanto deseaba y más. En algún lugar de su alma debió adivinarlo.
La alarma sonó a las seis y treinta de la mañana, arrancándola de su estado pasivo. Los minutos le fueron rápidos desde entonces, en medio de los preparativos para salir. Un uniforme nuevo estaba reservado para el día, de falda algo más corta que siempre y con una chaqueta azul sobre la blusa tradicional. El complemento daba elegancia al traje, tal como las medias bajo las rodillas y los lustrosos mocasines negros.
En un gesto especial, después de que Cristina y Marlene ayudasen a maquillarla de manera suave, su madre la abrazó para colocar en su cuello una cadena de plata con un extraño símbolo antiguo que Renata no tardó en reconocer.
- Esto es…
- La serpiente. Ya es momento de que la tengas.
La chica se acercó al espejo, tomando la figura entre sus manos para observarla detenidamente. Aquel era el símbolo de su familia, creado a partir de las coincidencias por las que la mayor parte de sus ancestros nacieron bajo el influjo de la serpiente, sexto animal del horóscopo chino.
- No lo sé. Cristina es la mayor, ¿no debería ella tenerlo? Yo no soy serpiente.
Renata se sonrió al confesar. Su signo era el mono, con todas las virtudes y defectos que significaba ser nativa. Entre sus más adoptadas características despuntaban la competitividad, el egoísmo, la creencia de ser superior, la curiosidad y el ingenio. Con eso podía describírsela sin fallo, aumentándole –si era posible- la parte en su interior que bullía en un instinto serpentino, así de letal, silencioso y refinado.
- Te pertenece a ti – dijo su madre, en tono bastante más comprensivo de lo normal -. Cristina tampoco es una serpiente. Además recuerdo lo mucho que te gustaba jugar con ese símbolo cuando eras pequeña.
El color plateado de la cadena iba muy bien con el atuendo azul y blanco de Renata. La figura de serpiente enroscada que pendía de su cuello resaltaba su escote por encima del corbatín azul que estaba obligada a llevar. Los ojos negros del animal brillaban místicamente, como si tuviesen vida.
- De acuerdo. Lo cuidaré.
Permaneció de vista a la ventana durante el viaje al coliseo. En las calles aledañas podía notarse con anticipación el magno evento de patriotismo que sucedería. Estudiantes de varios colegios transitaban libres y mezclándose por ahí, unos entusiasmados y otros aburridos aguardando la hora de inicio.