(Renata)
Para mí, la muerte llega siempre como una opción de alivio al sufrimiento. Fuera físico o espiritual, había algo en él que me era francamente insoportable.
Los detalles me son confusos todavía, pero en esa larga noche que estuve sentada frente al excusado, vomitando, pude atar varios cabos que me servirían para mantenerme del lado de la realidad. Maldije al alcohol, me maldije a mí, incluso a Vanessa e Iriana por volver tan tarde. Me sentí morir durante horas mientras me lamentaba por cada sorbo de bebida y por cada palabra no sopesada que dejé escapar de mi boca.
¿De verdad había dicho todo eso?
Lo poco que conseguí dormir -apoyada mi cabeza sobre la tapa del retrete- no ayudó más que a marcar las ojeras que esa mala noche me había heredado. La mañana siguiente me empeñé en ocultar mi miseria tras varias capas del maquillaje, pero la culpa era algo que no se disimulaba con bases o correctores. Todo el viaje de regreso me la pasé durmiendo, agarrada a Vanessa para impedir que me abandonara, y tomando litro tras litro de agua.
Los días del fin de semana apagué mi celular y me encerré en mi habitación, a pan y agua como penitencia a cometer tanto pecado de estupidez.
Mi mayor tortura fue pensar en qué impresión tendría Tomás de mí. Si me había rechazado sería por lástima, por lo patética que debí verme al echar mi dignidad a la basura. ¡Tonta! ¡Mil veces tonta, y débil!
Pero fuera como fuera, habíamos dicho lo que cada uno necesitaba escuchar. Tantas verdades que conocíamos en silencio, que ocultábamos por orgullo y por temor. ¿Habría quedado algo que no me dijera? ¿Tendría como yo, secretos inconfesables incluso al borde de la tolerancia alcohólica?
Aquello que callaba en mí, gritando en mi inconciente, era algo que jamás debía decir. Mi anhelado deseo funesto, mi sangrienta rebelión contra las opresiones existenciales. Una manifestación de su cumplimiento se reflejaba en los ojos de Tomás cuando se tornaban del rojo carmesí que me desquiciaba. Mi imaginación me regalaba la imagen de mí misma, muriendo en sus brazos y con la extrañísima y maravillosa sensación de ser asesinada lentamente.
Sonreí, mirándome al espejo antes de salir de la habitación. La falda del uniforme lucía más corta –me dio la impresión-, pero eso me fue grato en lugar de causarme molestias. Como serpiente, sigilosa y mortífera, me deslicé por el camino hacia el colegio. El medallón en mi cuello me recordaría a qué especie pertenezco, y que más que una presa era yo una depredadora.
La semana significaría un duro reto, contando los entrenamientos del equipo, la avalancha de información del nuevo trimestre, y el ambiente psicológico que me rodearía en el salón. Decidí hacerme la invisible, más bien la cínica. Que huyeran de mí y no yo de ellos.
“Mañana te olvidaré” – le había advertido yo a él, pero su imagen se me venía esa mañana más que nunca a la cabeza. No existía atajo a la amnesia selectiva ni manera de aceptar y superar un hecho sin antes aprender de él. ¿Aprender qué? Si ya sé que lo amo y lo odio porque deseo morir en sus brazos aunque no lo confiese. ¿Qué más puedo aprender?
Aprenderé que me he vuelto loca. Los demás lo aprenderán también.
- Buenos días a todos – me asomé por la puerta abierta de la clase -. ¿Tuvieron un buen fin de semana?
Vanessa e Iriana me miraron con extrañeza, girando después hacia Tomás, que parecía haber visto un fantasma.
- ¿Pasa algo malo?
- Nada – dijo él, esquivando mi enfrentamiento visual -. ¿Te sientes bien?
- Oh, perfectamente – le di la espalda para sentarme y cruzar las piernas de forma seductora -. ¿No se me nota?
El calor debió serle intolerable, puesto que se levantó y salió corriendo de mi presencia. Me dediqué a leer el diccionario, buscando palabras al azar como acostumbro en mis ratos de ocio, pero al poco rato noté que la hora transcurría y el timbre no había sonado aún.
Me inquieté, pero viendo a mis compañeros tan felices con el retraso, no hice más que volver a mi anterior actividad.
“Orgullo.- Arrogancia, vanidad, exceso de estimación propia.”
Retrocedí varias páginas, en busca de otra palabra:
“Amor.- Afecto por el cual busca el ánimo el bien verdadero o imaginado, y apetece gozarlo.”