Manual de una mamá para no rendirse

Capítulo 32: Flores para Teresa, fuego para Jimena

"A veces, una foto puede decir más que mil palabras. O solo decirte: 'No estás sola'"

La foto llegó por correo electrónico a las 23:48. María Fernanda la abrió con la taza del cuarto café del día entre las manos. Estaba cansada, sí, pero al ver la imagen, el sueño se apartó como una hoja que alguien sopla desde la ventana.

  • Teresa , sentada en la barra, rodeada de gente. No posaban. Reían. Estaban en mitad de algo que parecía un comentario cómplice, un chiste, una anécdota repetida. Teresa tenía una flor en el delantal. Nadie miraba a la cámara. Todos miraban entre ellos.

Y luego estaba la otra foto: Teresa Solá . Frente al ventanal del local. Mirando afuera. Como si supiera que algo estaba por venir. Como si intuyera que alguien —quizá María Fernanda, quizás nadie— ocuparía su lugar algún día.

María Fernanda imprimió esa segunda imagen en tamaño grande. La enmarcada. La colgó en la esquina junto a la repisa de las mermeladas.

Debajo colocó un pequeño recipiente de cristal con agua y una única flor blanca, fresca. Una nota, escrita con su mejor letra, decía:

"A Teresa. Si alguna vez te acompañó, dejale una flor."

Y empezaron a llegar. No todas eran perfectas. Algunas eran flores silvestres robadas al paso. Otras venían con cinta. Algunas eran ramos. Una vez, alguien dejó una ramita de menta. Otra vez, un niño dejó un diente de león.

Pero cada día había una flor. Y cada flor era una historia. Cada pétalo, una gratitud silenciosa. Un "no te olvidamos" en idioma vegetal.

"El juego de los niños no siempre es inocente. A veces, es un eco de sus miedos"

Esa tarde, mientras preparaba café con Carla en la cocina, María Fernanda oyó la voz de Jimena jugando en el cuarto de los libros.

—Tú no te acerques al horno, ¿sí? Ya estás quemada, mi amor. Pero mamá te va a curar. Como Teresa. Aunque mamá también se cansó mucho ese día.

María Fernanda se quedó quieta. Esa frase. Ese tono. Ese eco helado en su espalda.

Asomó la cabeza. Jimena tenía sus muñecas sentadas en fila. Una, la más vieja, la chamuscada, estaba acostada en una caja que hacía de cama. Le hablaba suavemente. La cubría con una servilleta como si fuera manta. Le ponía una gota de perfume en la frente.

— ¿Qué estás haciendo, mi amor? —preguntó María Fernanda, disimulando la inquietud con dulzura artificial. —Jugando a que soy mamá. Y que esta muñeca se quedó. Como en mi sueño.

María Fernanda no respondió de inmediato. Porque sintió una punzada en el estómago. Porque sentí miedo. Porque entendió que hay juegos que no son solo juegos.

“Cuando tu hijo juega con el fuego, tú sientes el calor antes que él”

—No juegues a eso, ¿sí? Mejor haz que esté sano. Que juegue con las otras. —¿Por qué, mami? —Porque algunas cosas… no hay que repetirlas ni siquiera en los juegos.

Esa noche, María Fernanda cerró la puerta de la cocina con doble traba. Le pidió a Carla que se ocupara del horno. Le dijo a Jimena que, por unos días, no tocara nada caliente.

Le dijo a sí misma que era solo por prevención.

Pero en su interior, algo se agitaba. Porque hay fuegos que empiezan en la imaginación. Y hay heridas que avisan antes de hacerse carne. Y hay madres que tiemblan por dentro aunque suenen firmes por fuera. Y hay niñas que, sin saberlo, sostienen su historia en una muñeca quemada. Y hay madres que quieren salvarlas. A toda costa.

“Emprender es como caminar sobre lava recién enfriada: sabes que puedes caer, pero también que debes seguir”

Los Primeros Tropiezos de la Tribu – Decisiones Urgentes

La mañana siguiente comenzó con entusiasmo contagioso. Pero Café y Tribu no tardó en demostrar que los sueños, por muy bonitos que sean, también necesitan tuercas, cables y un plan de contingencia.

El primer problema llegó con el amanecer. El refrigerador industrial, una reliquia que había servido a Teresa por décadas, se detuvo por completo. Un pitido agudo, y luego el silencio ominoso. La panadera, la misma que ponía canela a escondidas, casi lloró al ver cómo la masa del día empezaba a echarse a perder y los productos lácteos se calentaban peligrosamente.

—María Fernanda, no podemos seguir así —dijo, desesperada—. La leche, la crema… se va a perder todo. Y el pan de anoche, si no lo enfriamos bien, no dura.

María Fernanda sintió el pánico burbujear. Un técnico tardaría horas, quizás un día entero en aparecer. Y en medio de esa urgencia, tomó una decisión rápida y dolorosa: necesitaban un refrigerador nuevo. Y lo necesitaban ya.

Llamó a varios proveedores. Uno de ellos, milagrosamente, tenía un modelo industrial disponible y aceptaba crédito con entrega inmediata. Era una deuda más, una presión nueva sobre los frágiles números del café. Pero era la única solución.

El refrigerador llegó en tiempo récord, imponente en la entrada. Pero con él, un nuevo obstáculo: no podía conectarse inmediatamente. Los electricistas explicaron que requería una instalación especial, un voltaje diferente al antiguo. Solo podría enviar a alguien al día siguiente a primera hora.

Un día sin refrigeración, con un equipo nuevo esperando ser conectado. Significaba seguir perdiendo productos y dinero, incluso después de haber invertido en la solución.

No era el único inconveniente. El sistema de cobro con tarjeta empezó a fallar intermitentemente. Los clientes, acostumbrados a la rapidez, se impacientaban. Una señora mayor, después de tres intentos fallidos, se fue murmurando: "Teresa nunca tuvo estos problemas".

El dinero en efectivo no era suficiente para cubrir las compras de los proveedores, y la deuda del nuevo refrigerador ya pesaba.

Y como si el universo conspirara para poner a prueba su plantilla, la entrega de café y azúcar de su proveedor principal se retrasó, sin explicación. La panadera, que siempre ponía dos azucaritos sin que se lo pidieran, tuvo que racionar las pocas bolsas que quedaban. Las tazas de café empezaban a salir menos dulces de lo habitual, y las quejas, aunque tímidas, no tardaron en llegar.




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