Y el pájaro voló de repente, se elevó presuroso, lejos de la plazoleta, escapando oportunamente del susto que acogió y refugiándose en la serenidad de la altitud. Una pluma se liberó entonces, se redimió de su amo, de su absoluto dueño, y se formó de esa manera para surcar su profesado viaje con majestuosidad. La bella, alígera y solitaria pluma gozaba de su libertad en el aire. Percibió que la humedad que ascendía del suelo era fresco, que los rayos del sol eran cálidos, mas no podía admirar nada que la rodeada, así advirtió que no tenía ojos, que era tristemente ciego. Cuando una ráfaga la trasladó al sur, más allá de la ciudad, comenzó a exasperarse, y no pudo comprender como defenderse; su microscópica herencia genética la hizo acudir en su alma nívea y pequeña el ayer de su progenitor: el pájaro había nacido junto con sus dos pequeños hermanos, sufrió hambre varias veces cuando aún era cría, por culpa de la muerte de sus padres, tuvo que sobrevivir abandonando prematuramente su nido en busca de un mejor horizonte, así vivía con la nostalgia en su sentimiento... Fatigado por los recuerdos sombríos y ponzoñosos, la pluma se dejó dominar por el aura del crepúsculo. Un perfume amazónico desatinado rozaba sus diminutas barbas magníficamente diseñadas para permitirla suspenderse. Danzaba en la agradable e invisible fragancia de la noche, disfrutaba del armonioso silencio de las estrellas. La luna reflejaba con su tenue luz la hermosura de su silueta sobre el río más caudaloso y silvestre; allá abajo, más abajo que su pavor a desplomarse para malograr su misión, muy debajo, el horizonte nemoroso parecía un averno sin fuego, sin brasas, sin luz, la oscuridad atiborraba todo de misterio... perfectamente todo.
La aurora mágica la halló encima de una ciudad que medraba entre unas montañas prominentes. Su despertar se produjo cuando unos gélidos vientos del destino la transportaron más, pero más al sur. El sol amenazaba, el día prometía ser más caluroso, la pluma se marchitaba con el calor sofocante, mas no podía confiar a sus anhelos el privilegio de descender por un refrescante bálsamo en la gran afluente que gobernaba debajo.
Súbitamente, un extraño e inmenso desamparo del hálito la desplomaba de su armonía. Se sintió frágil y débil, la caída la aturdió durante unos momentos. El temor la acorraló y sin perder tiempo bregó para elevarse, trató una y otra vez en retornar a su palacio de aire, pero todo fue en vano; el suelo de repente estaba cerca. Eludía como podía las ramas de los frondosos árboles de una plaza. Unos ojos marrones admiraban sus movimientos. La pluma embistió levemente contra unas hojas, perdió la orientación y se abandonó a la desesperanza, entonces se dejó caer vertiginosamente, y la niña de los ojos marrones extendió su brazo y consintió que ella se desmayase en la palma de su mano. La pluma languideció entre los dedos de su protectora. La dueña de los ojos marrones sonrió, pues noches anteriores había soñado que una hermosa pluma se detenía a descansar sobre su palma, después se marchaba y volvía a detenerse, pero esta vez encima de un cofre lleno de tesoros.
La niña sopló fuertemente a la pluma con la esperanza de que reviviese su vuelo y su destino. Y así fue, de nuevo estaba volando alto, un poco más alto que las copas de los árboles; mas sus heridas no sanarían nunca y siendo así su muerte era inminente. La pequeña la siguió esperanzada de encontrar el cofre lleno de tesoros, pero la moribunda pluma no continuó mucho, pasó un adoquinado y, desorientada se aventuró en el interior de una suntuosa casa funeraria y empezó a flotar débilmente por entre las personas vestidas de negro. Y con su último respiro, con el último suspiro de su existencia, se posó exánime en el centro del pecho del difunto. La niña de los ojos marrones permaneció boquiabierta en la entrada, pues había hallado el cofre lleno de tesoros y era el hombre acostado en el féretro; mas lo que ella ignoraba en aquel instante memorable fue que ese extinto, un militar veterano, era un glorioso estratega que triunfó en muchas batallas de grandes guerras, célebre por su proeza bélica que hundió a su ocaso al imperio de los Estados Unidos de América.