La primer Anabela es sin dudas la historia mas insignificante que podría contarles y curiosamente es la historia que mas he contado hasta ahora. He tenido tantas intenciones de relatar estos sucesos, en varios libros usando otras identidades y siempre dandoles entre un toque comico, un toque de importancia, un acontecimiento hito en mi historia personal y mi historia sexual, un sacrificio casi romantico pero a fin de cuentas es en realidad lo que es: una cagada. Creo que he llegado a la conclusión de que esta anecdoa que cueno al inició de cada relación, con amigos o que simplemente recuerdo cada tanto guarda su unico valor en lo literario, porque de esta puedo sacar dos historias: la perdida de mi virgindiad y el primer amor. Historias bien diferenciadas que se conjugan en una sola.
Empecemos por la mas aburrida. Su nombre era Daniela: morocha, de estatura promedio, de una belleza unica, morena, con una sonrisa bien marcada en su carita redonda, con un lunar en el labio que le daba un aire indecente y unos ojos que trasmitián madurez. Habiamos coincidido en el último año de secundaria y para mi sorpresa no fui yo quien se enamoró primero. Yo estaba totalmente enfrascado en los sueños de emigrar hacia alguna ciudad grande que no me dí cuenta que ella me miraba hacia arriba. Al ultimo trecho del año, yo me sorprendí descubriendo que también me habia enamorado pero ya estabamos bastante tarde y ni siquiera nos dimos un beso. Por eso, decidí que realizaría el galante gesto de la declaración en el viaje de fin de curso.
Aquí es donde entra Anabela, una tipa venida de otro colegio de otra localidad que coincidía en nuestro viaje. Una mujer con quien decidí practicar mis tacticas de seducción para luego aplicarlas con Daniela que era mi gran amor de ese año. El escenario: una playa a la luz de la luna, una caminata con los pies descalzos y el oleaje rozando nuestra piel. Un par de risas que se mezclaban la una con la otra. Un interes fingido, un experimento: practicamente la primera vez en mi vida (o al menos que recuerde) que jugué con las personas, que empecé a mentir en pos del amor, que dicho sea de paso también era una mentira.
La noche en la playa fue suficiente para engatusar a una persona, y Anabela (faltando a la humildad) cayó rendida a mis pies. Pero yo estaba sordo (al menos de momento que me convenía) y primero quisé cumplir mi objetivo. Cuando Daniela me rechazó en una noche de baile fue que retorne a los brazos de mi amor de verano.
Eran las cuatro de la mañana y ella tocó mi puerta. Me exigía explicaciones de mi rechazo, de mi desden, de mi hipocresía y yo le respondí con un beso impostor uno que escondía furia, deseos de otra persona y despecho. Esa noche tuvimos sexo y las noches siguientes, me refugié en una moral de cartulina y la aparté porque yo decía creer en el amor incondicional.
Ahí concluye la historia, jamás supe de vuelta sobre ella. Y ahí queda el más insignificante de los amores, ese que no pudo ser que yo ni siquiera deseaba porque aún era muy joven y muy imbecil para conocer lo que era el amor. Yo lo unico que quería era ponerla, y hoy me puedo sincerar y quitarme la mascara del adolescente romantico. Jamás me interesó Daniela, ni Anabela solo me interesaba el sexo y para colmo de males ni siquiera pude disfrutarlo. Por jugarmelas de noble y no aceptar mis propias fallas, mi propia asquerosidad tan común en la adolescencia. Hoy en dia se diferenciar lo que es sexo de lo que es amor porque a ambos les he mirado la cara. No puedo volver los días atras, y es aquí donde cobra significancia la segunda historia porque de haberme aceptado tan perverso tal vez habría disfrutado el perder mi virginidad. Pero esa es otra cosa, que no puedo recupera.
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Editado: 20.01.2021