Mariana

45-Mariana

El anciano abrió los ojos y Jorge pudo ver que los tenía húmedos.
—Nunca fue un chico feliz —me dijo —. La vida le trató siempre despiadadamente y con dureza. Pudo llegar a ser nuestro amigo, pero la sombra de su verdadero padre pesaba demasiado en él...
—¿Cómo se salvó usted?
—Mi tío y sobre todo mi prima se empeñaron en que siguiera viviendo y lo consiguieron. En el hospital me operaron a vida o muerte, pero yo sujetaba en mi mano, aferrado con fuerza un pequeño talismán que no solté en ningún momento. Aquel objeto me dio las fuerzas necesarias para seguir luchando. Era el talismán que le había entregado Esmeralda la pitonisa a Mariana y que yo encontré en la cueva. Ese amuleto me recordaba a mi prima y gracias a ella y a su imagen que nunca me abandonaba, sobreviví.
—Me parece una historia fascinante —dijo Jorge.
—Todas las historias verídicas tienen algo de fascinante y la mía lo es. Nada es más triste o más alegre que la realidad y nosotros los escritores, nunca podremos escribir una ficción más intensa que un relato extraído de la cotidiana realidad del día a día. No, por mucho que nos empeñemos lo real siempre supera a lo inventado...Sé cual es su siguiente pregunta. Puedo sentirla aún antes de que usted pueda pronunciarla. Quiere saber que sucedió con Mariana y conmigo, ¿verdad?
—Sí, ¿siguieron juntos?
—La guerra civil española nos distanció unos años después. Mariana y su padre emigraron al país vecino y vivieron en Francia a salvo. Yo me alisté y luche por el bando republicano hasta que de nuevo fui herido en combate. Aún tengo una fea cicatriz en mi pierna debida a la metralla. Al volver a casa, la encontré abandonada. No tenía idea de donde se encontraba mi familia. Decidí quedarme aquí, en esta misma casa, esperando a que volvieran. Aún conservo una carta que Mariana me escribió desde París, poco antes de finalizar la guerra, diciéndome que ella y su padre volvían a España. ¿La habrá leído, supongo?
Jorge puso los ojos en blanco. La carta. Se había olvidado completamente de ella. Si la hubiera leído, habría sabido lo que sucedió sin tener que venir hasta Asturias para encontrar el final de la historia. Claro que si la hubiera leído nunca habría conocido a Álvaro Herraez.
—No, no llegué a leerla. La olvide por completo.
—En ella, Mariana relataba sus planes de contraer matrimonio conmigo en cuanto llegase a casa. Nos casamos dos semanas después, en septiembre de mil novecientos treinta y nueve, aquí mismo, en estos jardines.
—¿Se casaron? —Exclamó, Jorge sorprendido —. ¿Por lo tanto?
—Sí, Álvaro es hijo nuestro. Sus dos apellidos son el mismo. Álvaro Herraez Herraez. Hijo mío y de Mariana. Como recordará le prometí a mi tío llamar a mi primer hijo por mi nombre, tal y como él me pidió. Cuando nació Álvaro, tanto su madre como yo aceptamos llamarle así.
—Sé que su tío murió hace poco y lo lamento, ¿qué fue de él?
—Siguió pintando hasta el final. Murió de un infarto hace unos meses. Pudo retratar a su biznieto y eso fue como un sueño para él. Mi hijo Álvaro fue padre hace muy poco. A pesar de que le hemos dicho infinidad de veces que se vengan a vivir aquí con nosotros él prefiere seguir viviendo en Oviedo. Ya sabe. Cosas de los hijos. Su hermana es como él, tampoco quiere ningún tipo de compromiso. Terminó la carrera y buscó un buen trabajo, pero no quiere saber nada de conocer a otras personas. Siempre le digo que se le va a pasar el arroz, pero no nos hace ningún caso y tampoco quiere venir a vivir con nosotros.
—¿Ha dicho usted con nosotros?
—Sí, conmigo y con mi mujer.
—¿Su mujer? —Jorge no había caído hasta ahora. No sabía porque, pero había pensado que Álvaro había vuelto a casarse de segundas nupcias. Pero ahora...una idea se abría paso en su mente —¿Su mujer, es...?
—Mariana, naturalmente. La única mujer que he tenido en mi vida... ¿pensaba usted...?
—Creía que ella había fallecido. ¿Sigue viva, entonces?
—¡Claro que sí! ¿Le gustaría conocerla?
—¿Est...está aquí?
—¿Dónde quiere que esté? Llevamos prácticamente toda la vida viviendo aquí, este es nuestro hogar.
Jorge se sintió mareado. Aquello no se lo esperaba. Mariana seguía viva y él estaba a punto de conocerla.
—Acompáñeme, amigo Jorge. Mariana, con los años, ha heredado la pasión de su padre. Pinta de una forma magistral. Estará por los jardines, donde le gusta pintar.
El anciano invitó a Jorge a acompañarle y salieron afuera, donde el sol caía con fuerza. A paso lento, Álvaro y Jorge fueron internándose en una recóndita parte de los jardines.
—Miré —le dijo Álvaro tomándole del brazo y señalando hacia el bosque —. Este es el famoso sendero que conducía a la cueva...
—¿Sigue existiendo la cueva?
—Únicamente una parte. La zona de la mina la clausuraron hace mucho tiempo. Era muy peligrosa... Ya me comprende, usted.
—Lo entiendo. ¿Apareció el cuerpo de Fermín?
—No, nunca apareció. La policía buscó durante casi un mes. El río subterráneo sale al exterior a varios kilómetros de aquí y estuvieron inspeccionándolo con perros y buzos, pero jamás lo encontraron. La otra zona de la cueva ahora si puede visitarse, pero hay que pagar por entrar desde que el ayuntamiento se ocupó de acondicionarla. De todas formas aún sigue ocultando muchos secretos. Secretos que nunca serán revelados.
—¿A qué se refiere?
—A algo que nunca conté a nadie, salvo a Mariana... Le puedo asegurar que la vi, vi a esa niña fantasmal de la que la gente hablaba y sigue hablando.
—¿Cuando fue eso? —Se interesó, Jorge.
—Cuando Fermín me hirió de muerte. La vi como le estoy viendo a usted ahora. Frente a mí. Ella me tomó de la mano y me susurró unas palabras. Yo pensaba que iba a morir y al ver esa aparición, algo me hizo seguir luchando.
—¿Qué fue lo que le dijo?
—Dijo: "Vivirás. Cuida de Mariana" y le juro que eso fue lo que hice.
Siguieron andando en silencio durante un rato. Cada uno atento a sus pensamientos.
—Debe de estar por aquí. Esta zona es su preferida, junto al estanque que mandó construir.
—Es un sitio precioso —reconoció, Jorge.
—El sueño de Mariana era crear un jardín acuático como el que hizo Claude Monet en Giverní. Lo consiguió y es un lugar mágico.
Una figura a lo lejos se irguió de entre las altas cañas y los lirios acuáticos. Los sauces sombreaban aquella parte del jardín. Flores de todo tipo: lirios, nenúfares y rosas silvestres daban color a aquella preciosa escena.
—Hay la tiene... —dijo, Álvaro señalándola y Jorge pudo ver en su rostro la huella de un amor imperecedero. Algo tan sublime que sintió una profunda envidia por no haber sentido nunca nada parecido.
—No sé si será buena idea. No me gustaría molestarla...
—No la molestará, amigo Jorge. Alguien como usted que ha viajado cientos de kilómetros para encontrar sus respuestas no puede molestarnos...Permítame que le presente a Mariana.




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