MARIANA DE LA NOCHE.
Capítulo 17.
La ceremonia estuvo muy emotiva, la novia de Lorenzo sonreía con mucha ilusión viendo a los novios. Entre ella y Mariana empezaron a molestarlo, él solo se hacía el loco y poco a poco entre risas Mariana se olvidó de todo.
En la fiesta bailó como nunca con su hermano, Marlon y algunos conocidos, se reía tan natural, como hacía meses no lo hacía. Era ella, con su esencia, era Emanuel el que opacaba su brillo. Hacía mucho que no se le veía disfrutar tanto, ella y su hermano se gozaron esa fiesta más que cualquier invitado. Bromearon y rieron, como lo hacían antes de que Emanuel llegara a la vida de ella.
Fue una noche inolvidable que se quedaría en la memoria de estos dos hermanos que se adoraban con el alma.
Al día siguiente…
Después de la noche de risas era inevitable, tenía que volver a la realidad. Revisó su celular, tenía una infinidad de llamadas perdidas y mensajes llenos de ira y una cantidad de cosas. Era exagerada la cantidad de veces que le marcó. Mariana decidió esperar, no quiso responder. Ella pensaba que así las cosas empeorarían y era mejor hablar de frente. Además ella consideraba que no había hecho nada malo, solo se divirtió con su hermano y eso no era un pecado. Pero… ¿Será que Emanuel pensaba lo mismo?
Ambos hermanos acompañaron a Marlon hasta el aeropuerto, era hora de regresar a Cali, después decidieron pasar por un helado. Como todos los momentos de ellos juntos terminaban en risas y gestos.
Mariana empezó a recordarle su apodo, a Lorenzo no le hacía mucha gracia. En el fondo él se hacía el enojado para verla reír, porque desde que ella empezó una relación con Emanuel su luz se fue apagando. Era algo que se notaba demasiado, aunque no había querido decirle nada a ella, pero él la conocía muy bien y Mariana a veces se perdía en sus pensamientos, se quedaba tan distante del mundo. Lorenzo solo deseaba, que como decía Mariana solo fueran celos de hermano, porque ahora no podían compartir tanto tiempo como antes.
Mientras Mariana reía por sus gestos, él soltó una pregunta que llevaba tiempo queriéndola hacer:
—¿Eres feliz?
Mariana seguía riéndose, le dio un pequeño empujón.
—¡Obvio que sí tontito, tú me haces reír!
Con su gesto serio él le respondió.
—¡Yo no hablo de eso!
—¿Entonces? —indagó ella con una sonrisa.
—Con tu novio, ¿eres feliz?
Y de la nada esa sonrisa se desvaneció como la sal cuando toca el agua. Levantó la mirada al frente, sin duda esa pregunta la había tomado por sorpresa. Sería porque ni ella tenía esa respuesta, o tal vez sí la tenía, pero no quería reconocerlo.
—¡Claro que sí! —respondió aclarando su garganta—, ¿Por qué me preguntas eso?
Lorenzo se quedó observando cada gesto, era verdad cuando él le decía que ella no sabía mentir.
—Como dices tú, solo curiosidad.
Un gesto de tristeza se dibujó en su rostro, le dolía el solo pensar que ella no era cien porciento feliz. Lo que más tristeza le daba, era que Mariana no confiara en él.
—¡Te quedaste muy callado! —inquirió ella sacándolo de sus pensamientos.
—No pasa nada, vamos tengo que ir por unas cosas.
Se levantó y empezó a caminar, Mariana sintió un nudo en la garganta. Quiso decirle tantas cosas, pero a la vez temía hacerlo. Se subieron al auto y por primera vez Lorenzo estaba en silencio, ella solo se limitó a mirar por la ventana.
—Tengo que dejar el auto en el taller para que le revisen unas cosas, te llevo a casa y me regreso.
—No, yo puedo bajarme aquí, la casa está cerca.
Era verdad, el taller estaba a unas dos cuadras de la casa. Lorenzo le regaló una sonrisa de boca cerrada y ella hizo lo mismo. Se bajó del auto y empezó a caminar. Estaba llegando a la casa cuando alguien la tomó del brazo ejerciendo una fuerza brutal, haciéndola doblar del dolor.
—¡¿Por qué putas no respondes mis llamadas?! —su gritó la aturdió.
Ella trató de soltarse, pero Emanuel ejercía gran fuerza. Esa mirada ya la había visto antes.
—¡Me lastimas!
Trató de zafarse y él ejercía más fuerza.
—¿Estabas muy ocupada con el tipo ese, para no responder una puta llamada, ni un puto mensaje?
Mariana lo empujó alejándose de él.
—Así como estás no pienso hablar contigo.
Se dio la vuelta para entrar a la casa, pero Emanuel la tomó de los brazos sacudiéndola con fuerza. Empezaron a forcejear y justo en ese momento apareció Lorenzo en la esquina de la casa. Al levantar la mirada observó como discutían y la manera en que Emanuel sostenía a Mariana de los brazos. Sintió la sangre hervir al igual que su rostro, en cuestión de segundos llegó hasta ellos, empujó a Emanuel alejándolo de su hermana.
—¡¿Qué rayos pasa aquí?! —preguntó furioso.
Mariana estaba temblando y más pálida de lo normal. Trató de tomar a su hermano de los brazos, pero él estaba furioso.
—¡No pasa nada, Lorenzo! —susurró ella con la respiración acelerada.
—¿Por qué éste te estaba jaloneando?
Lorenzo se acercó furioso a Emanuel apuntándole en el pecho con su dedo índice mientras lo empujaba.
—¡A mi hermana no la empujas, a mi hermana no la tocas!
—¡No te metas! —bufó Emanuel—, esto no es tu problema.
Sin que lo esperara lo empujó. Lorenzo retrocedió tres pasos por poco termina en el suelo, lo miró a los ojos y se le fue encima como una fiera descargando un golpe en su rostro. Por supuesto Emanuel se lo devolvió. Mariana gritó.
—¡Basta! ¡No más!
Se interpuso en medio de los dos hombres, su pecho subía y bajaba rápidamente, sentía un nudo en la garganta.
—¡Lorenzo, te calmas! Esto es un malentendido.
—¡Escucha a tu hermana, no te metas!
Lorenzo trató de alcanzarlo, pero Mariana se aferró de sus brazos y le gritó.
—¡Lorenzo no más! No te metas en esto.
Lorenzo se quedó mirándola, ella seguía molesta diciéndole que no se metiera. Lorenzo pasó saliva y entró azotando la puerta con fuerza. Tenía tantas cosas en la cabeza, una tristeza tan grande de solo imaginar que su hermana sería una más que se dejaba cegar por el amor.
Editado: 04.04.2023