… MARIANA DE LA NOCHE.
Capítulo 27.
Me alejé.
—¡Discúlpame! —bajé la mirada.
Ella ladeó la cabeza mientras limpió sus lágrimas.
»Por abrazarte así, fue un impulso, no quiero que pienses cosas que no son.
Asintió y bajó la mirada.
—No te preocupes, tus intenciones son buenas puedo sentirlo, sé que me ayudarás.
No quise preguntarle nada más, no quería atormentarla con preguntas. Si ella decidía contarme lo que le pasó, que lo hiciera cuando se sintiera lista. Miré el reloj, eran casi las dos de la mañana. Mis amigos no regresaron, esperaba que estuvieran bien.
—Bueno, si queremos salir de aquí creo que es hora de descansar, nos espera un largo camino. Si quieres puedes dormir en una de las carpas de mis amigos, por lo visto no regresarán.
Giré sobre mi propio eje para entrar acomodar su carpa y que estuviera cómoda.
—Matías, ¿verdad? —habló.
Asentí.
—No quiero estar sola, ¿me puedo quedar con usted? —preguntó.
A algo, o a alguien le tenía miedo, lo sabía por la manera que a veces miraba a todos lados, como buscando algo, o como si alguien la persiguiera.
—Si no te incomoda, no tengo ningún problema.
Acomodé unas sábanas y le dije que podía entrar, entró y se acomodó, se cubrió con la cobija. Cerré la carpa, me quité los zapatos y me acosté.
Sí, era extraño, por estar en un espacio tan pequeño con alguien que acababa de conocer. Pero no podía dejarla sola, era evidente que no quería estarlo. Cerré los ojos y pensé en mi Verónica, tal vez ella en algún momento sintió miedo, antes de lo que pasó. Solté todo el aire acumulado acompañado de una lágrima.
Abrí los ojos, moví mi cabeza encontrándome con su mirada.
—¿No puedes dormir? —Murmuré.
—No —levantó la mirada al techo de la carpa—, me da miedo cerrar los ojos.
No sabía qué decirle, no quería preguntarle qué le pasó, no quería hacerla sentir incómoda.
—Si te sirve de consuelo yo estoy aquí, velaré tus sueños —susurré.
—Dirás mis pesadillas —,me miró—,en eso se convirtió mi vida, en un mundo de tinieblas y pesadillas.
Habló con tanto dolor, me sentí mal por ella, alguien la había lastimado profundamente.
—Bueno, entonces velaré tus pesadillas para que puedas estar tranquila.
Me regaló una sonrisa de boca cerrada.
—Deberían existir más hombres como tú en el mundo —soltó.
Me acomodé de lado y ella hizo lo mismo.
—¡Verdad que vos puedes leer los ojos! A ver, no terminaste de decirme, ¿Qué ves en ellos?
Sonrió. Una pequeña sonrisa, que la hacía ver tan bonita.
—Tanto como leerlos no, según lo veo yo, puedo decirte que tienes un alma pura y noble, se ve que tienes un gran corazón, no tienes maldad. Pero…
Sonreí.
—¿Pero? —Indagué para que continuara.
—Tienes una tristeza muy grande que cubre tu interior.
Me acomodé y levanté la mirada al techo.
—¿Me equivoco? —preguntó con curiosidad.
Negué.
—La tristeza es parte de mi vida —respiré profundo y la miré—, ¿puedo decirte lo que reflejan los tuyos?
Parpadeó varias veces.
—En los míos sólo verás oscuridad, no tienen luz.
—En tus ojos veo mucho dolor, miedo, pero detrás de todo eso hay algo más.
Cerró los ojos.
—Nada, solo oscuridad —respondió cortante.
Lo confirmé, le habían roto el corazón y el alma, podía verlo en sus ojos. No dije nada más, era mejor no remover heridas, no cuando estaban tan recientes y el dolor era tan grande. Cerré los ojos y me dormí.
….
Fui el primero en levantarme, eran las siete de la mañana. Miré dentro de las carpas y ni rastro de mis amigos, no podía creer que me habían dejado solo. Prendí la fogata para preparar un café, levanté la mirada, Mariana estaba saliendo de la carpa. Me saludó con un movimiento de cabeza que yo respondí de la misma manera, se quedó mirando el lugar.
Serví el café y me acerqué, pero me detuve. Con la luz del día todo era más claro, tenía unas marcas en su cuello, en los brazos y las muñecas. Marcas rojas demasiado notorias, su piel era blanca como la nieve, al igual que su cabello. No se imaginan la sensación tan fea que sentí, fue como un choque emocional. Me dejé caer de rodillas, cerré los ojos con fuerza. ¿Quién pudo lastimarla así, de esa manera tan salvaje? Solo una bestia podría hacerlo.
—¡Ma-Matías!, ¿estás bien? —indagó preocupada.
No podía responder, tenía tanta rabia, que ni yo podía entender la razón. Sentí sus pasos acercándose al pisar las hojas. Se hincó de rodillas con sus manos algo temblorosas tocó las mías.
—¿Qué pasa? —volvió a preguntar preocupada.
Levanté la mirada encontrándome esos perfectos y hermosos ojos azules, tan intensos y profundos como el mar, era tan fácil perderse en ellos. Tomé su barbilla obligándola a mirarme.
—¿Quién te lastimó de esa manera? —fruncí el ceño.
Ella bajó la mirada hasta sus marcas, se incorporó y retrocedió dos pasos. Me incorporé con un maldito nudo en la garganta.
—¿Quién pudo lastimarte así? — le volví a preguntar con un nudo en el estómago.
Negué y ella me miró aleteando sus largas pestañas, parecía confundida.
»No entiendo, ¿Quién podía atreverse a tanto? —me froté el pelo—. Tal vez ella sintió lo mismo que sientes tú, el mismo dolor, el mismo miedo, la misma angustia.
Sentí un dolor tan grande, imaginar que mi hermana también vivió algo así, pensar en sus últimos momentos. De verdad que no pensé reaccionar así, una lágrima rodó por mi mejilla, ella se acercó y me miró preocupada.
—Matías ¿De quién hablas? —preguntó preocupada.
Hundí la cabeza en mis manos y me froté la cara, sentí un nudo en el estómago, como si no pudiera respirar. Me senté en el suelo y respiré profundo, ella me seguía mirando perpleja. Limpié mis lágrimas, inhalé y exhalé.
—Discúlpame, no quise asustarte —susurré.
No pensé que eso me iba a afectar tanto, tal vez porque yo lo viví con mi hermana, por eso me daba rabia e impotencia. Mariana mencionó a un hermano, yo haría todo por llevarla con él, porque si él la quería tanto como yo quise a la mía, estaría feliz de verla otra vez. Mis lágrimas cobraron vida propia, no podía contenerlas. La miré y murmuré.
Editado: 04.04.2023