CAPÍTULO 4
El viaje
Hablar con Charlie fue mucho más fácil de lo que imaginé. Incluso pareció aliviado cuando le dije que no iba a poder trabajar durante mínimo quince días. No es que me lo dijera, pero para una persona tan seria como él cualquier mínima expresión en su rostro decía mucho más que mil palabras.
No me ofendí. Lo entendí al instante. Él estaba tratando por todos los medios de sostener un negocio prácticamente arruinado. El hecho de no despedirnos no era más que un acto de caridad. Y en el fondo todos éramos conscientes de que esa caridad no sería eterna.
Astrid y Jacob estaban eufóricos, tanto que parecía que se habían tomado toda la fábrica de redbull entre los dos, se habían presentado en mi casa ese mismo día al ver que no respondía a ninguna de sus veinte llamadas. Cuando revisé el móvil y vi tropecientas notificaciones en mis redes sociales, que normalmente estaban desiertas de interacciones, decidí dejar el teléfono a un lado en modo silencioso. Solo lo utilicé para enviarle un mensaje a Scott.
Olimpia: Necesito que vengas esta noche a mi casa.
Scott: Allí estaré bebé.
¿Sabía que había sido elegida? Por supuesto que sí, no había nadie a mi alrededor que no lo supiera. Lo noté en cuanto puse un pie en la calle y quienes se cruzaban conmigo mantenían su mirada curiosa sobre mí.
Escuché incluso algún: "¿es ella?" justo antes de salir a correr.
Lo que menos necesitaba era eso. Aún me estaba costando asimilarlo, y asumía que aquella sensación se quedaría conmigo varios días más.
El problema es que sentía que ni siquiera tenía tiempo para agobiarme o pensar fríamente sobre lo que viviría en las próximas semanas, ¡y es que estábamos a ocho de mayo! ¿Que qué quería decir eso? Que mi avión partía a la mañana siguiente.
Astrid me había prestado una maleta roja bastante decente. La que Lulú y yo teníamos servía en ese momento para almacenar ropa de invierno. Cuando la metimos ahí no pensamos que fuéramos a necesitarla. Así que Astrid me salvó de te er que buscar hueco para los jerseys de cuello vuelto.
Y en esas me hallaba. Con Scott a un lado y la maleta abierta sobre el suelo, metiendo cosas que pensaba necesitaría allí.
– Es que no entiendo que es lo que ganan ellos – confesé.
– ¿Quiénes? – levantó la mirada para observarme mientras me debatía sobre si meter o no algo de ropa de baño.
– El hotel en sí. No entiendo qué ganan con todo esto.
Me decidí por meter dentro un bikini color negro, muy básico, que tenía desde hacía varios años.
– Ah, fácil – dijo divertido. – Publicidad. Es todo marketing, bebé.
– ¿Pero es rentable? No sé, es mucho dinero lo que están dispuestos a pagar.
– Espera, voy a probar mi teoría. Verás – dijo agarrando su móvil y buscando algo en él.
Mientras sus dedos teclearon me dediqué a observarlo.
Llevaba su cabello negro muy corto. Con un corte militar que recordaba igual desde la primera vez que lo vi. Me gustaba pasar los dedos sobre él, y sentir el cosquilleo de las puntas sobre la palma de mi mano. Sus ojos color café combinaban a la perfección con su tono de piel. Era de los que parecía que acababa de tomar el sol durante todo el año. Daba igual la época que fuese.
Yo y mi piel paliducha lo envidiabamos por ello.
Scott era un chico guapo, pero sin duda había mejorado con el paso de los años. Sus facciones se habían definido y la barba uniforme que siempre llevaba le daba un aire interesante.
Estaba mucho más cañón a cuando lo conocí.
Tengo que admitir al principio no me fijé en él. Ni tan siquiera un poquito.
Él era simpático conmigo, pero yo no noté nada más. Ni atracción sexual, ni nada de nada. Quizá estaba ciega, porque después de hablar todos los días durante todo un año, un antiguo amigo que teiamos en común, me confesó que Scott le había contado que estaba pilladisimo de mi, pero que yo no cogía las indirectas.
En eso no había cambiado. Soy pésima con las indirectas.
Pensé entonces en hacer como si esa conversación nunca hubiera ocurrido. Pero enseguida me sentí mal por él y tuve que hacerle frente.
Y bueno, entre confesiones acabó pidiéndome salir... ¿Qué hice yo? Pues ser fiel a mis sentimientos y decirle que solo lo veía como un amigo.
Vale. No, eso no fue lo que pasó realmente.
Acepté por pena y porque no sabía cómo diantres decirle que yo no me sentía igual sin romperle el corazón.
Con el tiempo por suerte aprendí a quererlo más allá de la amistad.
¡Por favor, no me juzguéis! Era una niña y me daba pánico hacerle daño a los demás.
Y en cierto modo aún me sigue pasando...
– Mira, mira – se acercó hasta donde yo estaba mostrándome la pantalla de su celular. – No hay disponibilidad hasta dentro de seis meses.
– ¿Qué?
– El hotel, bebé. Que sólo con el revuelo que se ha formado estos días han conseguido el 100% de reservas para los próximos seis meses.
– Eso es muchísimo... — musité asombrada, mirando como en el calendario que aparecía en su móvil, en lo que debía ser la página web oficial del hotel, se encontraban todos los días con un fondo rojo.
— Exaaaaacto. Van a ganar más de lo que van a pagar.
¿Pero cuánto podría valer una noche ahí? No era barato, eso seguro.
¿Y tanta gente podía permitírselo?
— Venga, vamos a terminar de hacer la maleta. Si no nos damos prisa vas a dormir muy poco y mañana tendrás unas ojeras que te llegarán a los pies. ¿Quieres meter esta blusa?
Asentí. La blusa celeste con la frase: "Más amor, por favor" era un sí rotundo.
Tenía una clara obsesión por las camisetas con frases en ellas.
Después de una hora más terminando de preparar todo hice un repaso mental a mi lista de cosas que llevar y me despedí de Scott que a pesar de invitarlo a dormir tuvo que irse a su casa para seguir estudiando.