Capítulo 5
Tres errores
Desperté en la cama más impresionante y cómoda que alguna vez pude ver.
Mis intenciones, después de explorar la habitación en la que dormiría los próximos quince días y la cual era prácticamente más grande que el piso completo en el que vivíamos Lulú y yo, eran las de desempacar la ropa y darme una ducha refrescante. El calor se estaba volviendo pegajoso y me sentía terriblemente sucia.
Iba a hacer eso, lo prometo. Pero entonces cometí el GRAVÍSIMO error de dejarme caer sobre la cama para comprobar cuán cómoda podía ser.
Visiblemente era enorme. Era la cama más grande que existía, estaba segura. Y cuando dejé mi cuerpo caer casi sentí que estaba siendo llevada al cielo por miles de angelitos.
¿Cómoda? Aquello era otro nivel. El colchón me absorbía, se adaptaba a mi cuerpo mejor que ese vestido de licra que me había regalado Scott para mi anterior cumpleaños. Era como estar tumbada sobre una nube.
Así que, como consecuencia de no haber dormido prácticamente nada, solo fue cuestión de segundos que mis párpados se cerraran por completo.
¡Ni siquiera recuerdo haber apoyado la cabeza sobre la almohada porque para entonces ya estaba dormida!
Solo dormí por dos horas. Y había descansado mejor que en los últimos...veintidós años de mi vida. Es decir, en toda mi vida. Me sentía igual que si hubiera dormido toda una noche de un tirón.
Me levante con cierto dolor de cabeza, así que me tomé una pastilla para aliviar el dolor y este no tardó mucho en aminorar.
Después de esto me sentía mucho mejor. Enérgica incluso. Así que aproveche toda esa energía que de repente sentí para hacer lo que había planeado hacer antes de caer rendida en la cama.
Ordené algo de comida al azar a través de la app y mientras esperaba a que llegase mi móvil vibró anunciando en la pantalla una notificación de la app tan rara que Cristina parecía haber instalado sin decirme nada.
Pulsé sobre la app e instantáneamente un mensaje se abrió ante mis ojos.
Queridos participantes.
Oficialmente ya estáis todos alojados en nuestras instalaciones. ¡Bienvenidos!
Con el objetivo de conocernos mejor hemos organizado una reunión y una cena especial esta noche. Os esperamos en el salón de celebraciones número dos a las 20:30 de la tarde.
Estamos deseando conoceros personalmente.
Os saluda amablemente Arthur Flores.
Mierda. A decir verdad no me hacía especial ilusión presentarme allí sin conocer a nadie. Me daba pánico.
Me sentí igual a cuando tenía tan solo quince años y mi mejor amiga por aquel entonces, Cynthia, me invitaba a alguna fiesta en la cual no conocía a nadie salvo a ella. Siempre decía que no. Inventaba cualquier excusa para no asistir, hasta que Cynthia se enfadó tanto conmigo que me dejó de hablar por una semana completa. Entonces accedí. Y fue una muy mala decisión...
Lo que ocurrió esa noche rompió nuestra amistad y también me hizo odiar cualquier evento de este tipo.
El alivio llegó hasta mi cuando noté que llamaban a la puerta y tras comer todo lo que había pedido llamé a Lulú para ver cómo les iba.
Mi intención era hablar por solo un rato, pues si quería verme un poco más decente para la cena tenía que darme prisa. Pero las cosas no siempre salen como una planea...
– Entonces... ¿no hay una caja de preservativos en el cajón de la mesilla de noche como cortesía?
Ni siquiera me había parado a mirar dentro del cajón de la mesilla de noche. Pero no podía creer que de verdad considerasen aquello.
– ¡Claro que no!
– ¿Pero has mirado bien, niña? – preguntó Vivi de fondo, ya que mi hermana había pulsado la opción altavoz para que ella también pudiera integrarse en la conversación.
No quería decirles que no había mirado, porque estaba segura que entonces me harían rebuscar en todos los cajones de la habitación. Y creedme, eran muchos.
– Em... Claro. Sí.
– ¡UY! – gritó Lulú – ¡ESTÁS MINTIENDO!
Maldición, pensé que había mejorado con ese problema mío.
Para hacer las cosas más rápidas, voy a enumerar algunos aspectos sobre mi que nunca he podido remediar y que odio con todas mis fuerzas.
1. Se me dan muy mal las indirectas.
2. Soy PÉSIMA mintiendo.
3. Cuando me pongo nerviosa en un nivel extremo me entra una incontrolable risa muy, muy, pero que muuuuy peculiar y ridícula. No pienso dar más detalles.
4. Soy bastante ruidosa en la cama. Y no hablo de cuando estoy durmiendo...
Vale. Dicho esto... ¿por dónde iba?
– Olimpia Vega Ederson, mira inmediatamente dentro de los cajones de la mesilla.
La voz de Lulú salió en forma de orden y yo resoplé sonoramente para que me escuchasen.
– ¿De dónde sacas que estoy mintiendo?
– No me hagas decir lo obvio.
Vale. Le callaría la boca, a ambas, a estos dos seres que Dios había creado y unido para que me sacaran de quicio.
Rodé sobre la cama hasta llegar al filo de la misma, exasperada, y de un tirón abrí el único cajón que tenía la mesilla de noche.
...
...
...
Santa mierda.
Esas dos inseparables tenían razón.
– ¡VIVIAN TENÍAMOS RAZÓN!
– ¿Qué? ¡NO! No, no, aquí no hay nada. Solo polvo.
– ¡Niña! Mándanos una foto, corre.
¿Sabéis lo peor? Que abrí la cajita y, efectivamente, el envoltorio era negro y llevaba escrito el nombre del hotel en dorado.
¿Y lo que me hizo querer ahogarme en la bañera? Que rasgué este envoltorio y ese maldito cacho de látex tenía brillantina incorporada.
Me costó acallar sus risas, tanto que perdí la noción del tiempo. Cuando al fin pudimos hablar de una forma adulta miré el reloj y me quedé en blanco.
Eran las ocho de la tarde.
Tenía que vestirme, peinarme, maquillarme y encontrar ese maldito sitio en un hotel inmensamente gigante en tan sólo media hora. MEDIA HORA.