Marshellie

3

Se necesita algo concreto

entre las abstracciones de una cabeza indecente.

(Gaetano Longo)

—¿Y por eso la denunció?

—No me denunció. No exactamente.

—¿De verdad? ¿Sabe que hay una orden de alejamiento en su contra, y que por eso está aquí?

—Aclaremos: la orden de alejamiento no es por Johan y Lorna. Ellos la pusieron, cierto. Pero no es por ellos. Solo intentan superar a Ana sin que yo vaya y los atormente con suposiciones.

—¿Suposiciones? Llamas suposición a acusar directamente a Johan de matar a su hija. Eso es un crimen.

—La orden es temporal. Y no estoy en un psicólogo por una orden judicial, estoy aquí porque Johan y Lorna me lo propusieron, como condición para quitar la orden más adelante. Solo será hasta que me... cure de todo esto.

—No hay nada de lo que curarla, señorita Giovanni. No está enferma. Pero claro: las circunstancias en las que murió Ana la afectaron psicológicamente. Como a cualquier persona que deba pasar por una situación de tanto estrés. Lo vas a superar, pero paso a paso.

—Usted tampoco entiende lo que sucede aquí.

—Porque carece de lógica, Sam.

El hombre se apoyó sobre la mesa para crear un espacio más pequeño, bajó la voz para que quedara solo entre nosotros lo que diría a continuación:

—¿Me dirás que un hombre que fue capaz de darle amor a una niña que no era suya, pues según tú, ellos adoptaron a Ana, podría matar a esa misma niña veintiún años después? ¿Con qué fundamentos? Me contaste que él ni siquiera sabía que Ana era consciente de la adopción, hasta que tú se lo dijiste. Entonces reitero la pregunta: ¿Con qué fundamentos? No obstante, cuentas que el auto en el que iban fue embestido dos veces, ¿crees que alguien que haya pasado por una situación tan violenta podría estar en un buen estado físico minutos después?

—Yo estaba entera.

—No estabas muerta. De milagro, porque tengo el informe de las múltiples lesiones que sufriste tras el accidente, y las cuales fueron atendidas en el departamento de urgencias. Además tuvo un episodio psicótico, en otras palabras: perdió la percepción de la realidad, comenzó a decir incongruencias. A desvariar.

—Nunca dije que fuera él quien conducía.

—Sam, no tienes fundamentos.

—Al diablo tus fundamentos. Mi mejor amiga fue asesinada.

—Si la intención hubiera sido matarla, ¿no crees que alguien querría matarte a ti también por ser un testigo vivo del crimen? Dime, ¿has resivido alguna amenaza en estos últimos dos meses? ¿Alguien te ha seguido, alguien ha hecho algo en tu contra? Respóndeme.

—No, pero me siento vigilada.

—También te sientes irritada, molesta, nerviosa. Se llama estrés post traumático.

—¿Francis, para ti todo es estrés o algún mal de la mente?

—No todo, pero por algo estás aquí. Debo rellenar un informe sobre tu avance en las sesiones, ya sabes como funciona esto, ¿mantienes la idea de que Johan Bourelle mató a su hija, Ana Bourelle?

Pensé seriamente antes de dar una respuesta. Sí, hubo algo extraño la noche en que ella murió. No, no puedo probar que Johan tuvo algo que ver. Realmente no tengo ni siquiera un argumento válido en su contra. Pero él sabe y Lorna también. Todos mienten y esperan a que les crea. Pero ahora debo velar por el bien de mi estatus mental.

—Sam, ¿lo mantienes?

—No. —Hice un recorte; tras el "no" iban las palabras: puedo asegurar eso. No puedo asegurar eso. Pero de pequeña nunca fui buena para comunicarme, así que me di por satisfecha con la respuesta. Él hizo unos apuntes, asintió con aprobación y se quitó lentamente los pequeños espejuelos con la actitud marcada de un cincuentón cansado.

—Mira: hay un hombre en prisión que ya dio su testimonio. Lo sabes, se llama Jons Sander y dijo que fue él quien provocó el accidente bajo el efecto de LSD. Estaba drogado, Sam. Le habían dado libertad condicional y lo primero que hizo fue hacer que lo metieran preso de forma definitiva. Le hicieron pruebas toxicológicos; esta historia no tiene cabos sueltos. No hay más aquí, Sam. No hay artimañas, ni asesinos. Solo un prófugo drogado y dos jóvenes que tuvieron poca suerte esa noche.

—Poca suerte dices...— Escupí un engrudo de inconformismo sobre sus palabras — Él también está mintiendo.

Me miró del mismo modo que lo hizo Johan cuando dije que él estaba involucrado en la muerte de Ana: con asco. Sé que me contradije a mi misma, pero él no lo apuntó en su cuaderno ninguna de mis palabras.

—Se acabó el tiempo.

No me molesté en despedirme. Me levanté de la silla, tomé mis pertenencias y antes de atravesar la puerta alcancé a escuchar a Francis dirigiéndose hacia mi, seguramente para hacerme una de sus preguntas o comentarios sin sentido, lo ha hecho durante seis meses y medio, al final de cada sesión.

—Giovanni—Se detuvo en mi apellido— ¿Eres italiana?
—Hija de una italiana.

—Nos vemos en la siguiente cita. Y espero que no falte, señorita Giovanni.

Lo tomé por loco, cerré la puerta y me fui.

(...)

Han pasado ocho meses desde el accidente en el que perdí a Ana y sí, me siento vigilada e irritada. Estoy nerviosa todo el tiempo, es cierto. Pero no tiene nada que ver con estrés post traumático. Aquí pasa algo, a pesar de que Francis, mi terapeuta, esté tan obsesionado con hacerme "entrar en razón" y ya me haya dado mil argumentos lo suficientemente contundentes para validar mi posición psiquiátrica.
Mantengo mi propia teoría, una en la que alguien planeó la muerte de Ana, quizás para silenciarla. Para que no dijese nada de lo que yo estaba escuchando esa noche, porque de alguna forma sus palabras podrían afectar a esa persona. Una en la que los Bourelle saben más de lo que callan y que, por bien o por mal, se abstienen de contarlo. En esta teoría el tal Jons Sander fue comprado, ¿por quién, cómo o por qué? ¿Sus motivos? Son otra pieza perdida.




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