Atenas
Elías de Atenas sólo se aseguraba de proteger a su pueblo. No mataba por gusto era sólo su deber. La nación lo idolatra y a la vez lo aborrece. Cómo podía asesinar sin dudar ¿a caso no se lamentaba por todas las vidas que tomó? Susurraban al mirarlo. En sus años críos era adorado por su belleza pero ahora lo inundaba la soledad.
Elías lanzaba suspiros al aire, descansaba un poco antes de volver a la batalla. Las ciudades eran un caos. Se sometían unas a otras, el país ardía. El pueblo moría. La realeza peleaba por poder. Él sólo sobrevivía.
André de Atenas era su superior. No peleaba mejor que el, pero se destacaba por su inteligencia táctica y por la fama de sus maestros. Famoso entre las mujeres. Casado de nacimiento. Tenía un matrimonio arreglado con una princesa de Siracusa.
En cambio, él era sólo un fiel guerrero. Reclamado en su juventud, entrenó desde los 13 años, lo reclutaron al cumplir los 19, llevaba luchando por su vida 5 años. Durante todo ese tiempo siempre deseó una cosa, compañía. Una pareja de vida. Amor. Quería una mujer a la cual amar, anhelaba el calor de una mano junto a la suya, el calor de otros labios sobre los suyos, necesitaba el contacto y la emoción de unir su alma a otra.
— Elías levántate, tenemos invasión en el área norte. No podemos dejar que lleguen al centro. Ahí se establecen los mercados. Sería un gran golpe al pueblo.
Decía André con autoridad.
— Llamaré al resto, adelántate y fija una estrategia, estaré esperando tus indicaciones.
André solo asintió dirigiéndose fuera de la guarida. La infinidad de montañas de la zona les ayudaban a ocultarse, pero también daba ventaja al enemigo.
Salió de su comodidad, mirando con severidad al resto, algunos bebían alcohol, otros descansaban, unos eran atendidos por las curanderas.
—Atención, en guardia. Se acercan los espartanos, debemos tomar medidas de acción y combatirlos. Recuerden porque estamos aquí.
—Proteger al pueblo, llevar honor a casa.
—Adelante, tomen sus armas, equipen su armadura. No hay tiempo que perder.
Elías era un líder nato. El dominio era su destino.
Elías observaba a sus amigos de infancia, primos y hombres de la ciudad. Cada uno rogando a los dioses seguir combatiendo con éxito. porque salían 7000 hombres pero regresaban 5000. Todos con familias esperando en casa, lloraban y apreciaban la muerte de sus compañeros en batalla. Por esa razón debían ganar cada batalla. Necesitaban proteger sus hogares. Dar honor a los que ya no estaban, y cambiar la situación del país con armonía. Pero para llegar a eso, antes se debía derramar sangre. Un precio caro por la seguridad y estabilidad de los pueblos vecinos.
—Elías forma grupos de 300 hombres, los colocaremos al frente y el resto a los alrededores. Recuerda que no es bueno sacar toda la armadura al iniciar.
Demandó André con seriedad en la mirada. El se destacaba por sus rasgos finos, no era fuerte físicamente, pero su experiencia en el manejo de las armas lo mantenía con vida. Se rumoraba entre sus maestros que era descendiente de la misma Diosa Atenea o había nacido bendecido por ella. Sus habilidades estratégicas eran impecables. Estaba en su mejor época, 27 años. No había tenido oportunidad de visitar a su prometida. La vio en un par de ocasiones. Solo por formalidad. Nunca se tomó el tiempo de desarrollar sentimientos o afecto hacia ella. Alexia de Siracusa princesa heredera al trono. Famosa entre los hombres por su incomparable belleza. Parecía tallada por los dioses, facciones cálidas, un cuerpo hermoso y la sabiduría que se espera de un gran regente. Su familia era lo que la hundía, su padre era detestado por el pueblo. El cual sufría hambruna y esclavitud. Los profetas no aseguraban un buen destino a su familia. Pero la guerra de estados continuaba no podía detenerse solo por una mujer hermosa. Ya habría tiempo para ir por ella, pensó con serenidad.
—Guerreros al frente. A pelear. defiendan sus vidas sin titubeos. Volver a casa es la misión.
Dijo con emoción Elías.
Los Espartanos tenían miradas feroces. Conocidos por sus facciones toscas. Eran hombres grandes. Su desventaja era que crecieron enfocados en la fuerza y no en la sabiduría, no conocían de estrategia. Actuaban con el instinto de sus cuerpos. Un paso en falso y estaban acabados. No temían al enemigo, vivían de adulación, demasiado egocentrismo, esa era su motivación. No el volver a casa, simplemente recibir honor. Dominar al estado, acabar con los lideres de los pueblos y mantenerlos en esclavitud. Los espartanos tenían esclavos llamados hilotas, los cuales se ocupaban de plantar sus cultivos. Se decía que un soldado espartano valía por muchos soldados de otro tipo. Para los guerreros de Atenas no eran más que bestias sin razón. Eran tan inútiles que dependían de sus esclavos. En algún momento el pueblo protestaría, había augurios de ello.
Pero ningún gurrero nacido en Atenas se sometería a pensamientos tan pobres como el de los espartanos. Ellos buscaban la paz.
— Posición en falange. Su cuerpo es el arma soldados.
Exigió Leónidas Guerrero destacado y futuro regente de Esparta. Tosco, piel lechosa, sonrisa perversa. Mirada de superioridad. Era oro entre el bronce. Su presencia era imponente. Nadie se metía en su camino. El anhelaba el dominio y lo conseguiría fuese cual fuese el precio.