Nacemos con él, con los años su tamaño aumenta hasta convertirse en un adulto. Aprende de sus errores, sufre, llora, se estremece, y en algunas ocasiones queda destruído. Es frágil, lo olvidamos con frecuencia, es tratado como algo desechable, algo que podemos conseguir de nuevo, pero no es así. Necesitamos protegerlo, mantenerlo sano, alegre, de el depende nuestra vida, nuestro futuro. Y pensamos que no le pasará nada, que tras el desastre que ocurre él se pondrá bien, pero no lo hace. Está gritando, ¿no lo escuchas? Ese pobre corazón que late delicadamente, agonizante, necesita de ti.