— ¿Cómo te llamas? —le pregunté, esta vez yo.
—Ela.
Ela, como la piba que había desaparecido el año pasado, precisamente a dos cuadras de ahí. La recordaba bien porque en los noticieros pasaban su foto a cada rato, era muy molesto, pero al final descubrieron que era el padrastro, que a la pibita, luego de violarla con una botella de vidrio, para deshacerse de ella, la había golpeado con un martillo en la cabeza hasta matarla y la había metido, envuelta en mantas debajo de su cama, nadie sospechaba de él, pero con el pasar de los días, el olor se hizo más fuerte. Mientras la familia de la piba y su madre pedían ayuda en los programas de tv, el tipo, en la desesperación, agarró un cuchillo y cortó el cadáver de la pibita en pedacitos y la guardó en el refrigerador, a la cabeza la había enterrado debajo de la cama, esperando que nadie lo notase.
—Che, ¿a vos que te pasa? —Pibebank me descubrió absorto, mirando a la chica.
—Nada, ¿qué me va a pasar a mí?
En ese momento Juanjo, que había terminado de comerse todas las Lays, mandaba por el chat la dirección de la casa a algunas minitas, trataba de convencerlas para ir a la fiesta, y para hacerse el interesante, nos contaba que la noche anterior por fin, se había cogido a su jefa, y que lo habían hecho encima del escritorio del marido. Eso me sonaba a mentira, nosotros sabíamos que a ese gordo pedorro ni las abuelas le ponían el ojo encima, menos su jefecita que estaba bien rica, pero el que se mantenía callado y apartado de todos era el Aldo, miraba a la piba con ganas, con hambre, podía imaginar lo que quería hacerle, pero fue idea suya, no mía, yo ni siquiera estaba de acuerdo. En el chat, hablaban de llevarla con nosotros. En el barrio el Aldo era bien conocido por llevarse engañada, a su cama, a cuánta mina se topara en su camino, eso a mí no me parecía buena idea, además que, por culpa de tipos como él, nos crucificaban a nosotros, a los tipos tranquilos que buscamos vivir en paz, sin molestar a nadie.
—¿En cuál calle vivís? —Aldo le preguntó a la piba.
—Cerca del cruce. Allá. —Ella señaló la misma dirección por la que doblaríamos.
— ¡Mira la casualidad! Vamos a dar una pequeña fiesta, muy cerca de allá, ¿te animas a venir?
Ahí tenía que intervenir yo, no me parecía buena idea permitirle que la arrastrara con él.
—Che, ¿no te parece que todavía es una nena? Mira que yo no quiero problemas legales... —señalé. Pero el Aldo se exaltó indignado con mis palabras, como si quisiera, con eso gustarle a la piba.
— Eeeeh ¡No seas grosero! No hay necesidad de ofenderla. Que lo decida ella ¿no? ¿Te animas? Te apuntas o no, te aseguro que habrá mucho alcohol y... buena música. Fija la pasamos bien.
Para sorpresa mía, la piba se mostraba interesada por el Aldo, y al final aceptó.
Cuando pasamos la recién inaugurada iglesia evangélica, Luisito detuvo la Kombi, y tuvimos que bajar para que el hijo de puta del Juanjo termine de vomitar, se estuvo bebiendo todas las cervezas en el camino y había manchado con sus vómitos los asientos de atrás, la Kombi apestaba. El Luisito se estaba lamentando por los asientos, y como sabemos que es bien maldita su vieja, sabíamos que no era para menos. Yo recordaba bastante bien la otra vez que Luisito no le devolvió a tiempo la kombi, y su vieja le sacó los dientes con el alicate. Me daba pena mi amigo Luisito, era muy sumiso con su vieja. En ese momento fui por un trapo, y entre los dos tratamos de limpiar los vómitos de los asientos. En eso escuchamos al Juanjo.
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Editado: 11.10.2020