Sentí que lo abandonaba, pero qué le iba a hacer, los dos sabíamos que nos vendría lo peor si no me apuraba. Recuerdo en un momento saqué el celular por primera vez desde la noche anterior y vi que tenía miles de mensajes de la Lucila, en unos me decía que me amaba con locura, luego, al ver que no le respondía, asumía que la ignoraba y me maldecía, en su cabeza retorcida se imaginaba que estaba con otras minas y me amenazaba con armarme un gran escándalo. ¿Vos sabes por qué las minas están re locas? La verdad es que no las comprendo.
Estando solo, el camino se me hizo mucho más largo y tedioso, y comencé a pensar en el Juanjo, hasta ese momento no dudaba de él, era un pibe buena onda, y al Luisito le sacó de más de un apuro, pero también se ganaba la vida extorsionando a ancianas, cosa que no nos molestaba, cada uno con lo suyo, ¿no? Sólo había algo que no me gustaba, en más de una ocasión para librarse de la policía, había entregado a sus compañeros, y yo comenzaba a pensar que quizás, si ese día algo saliera mal, y la policía pilla a uno de nosotros, el Juanjo bien podría hacernos lo mismo. Yo no quería volver a la cárcel. Antes que nos vendiera prefería verlo bien muerto.
Al entrar a la casa, vi que no había rastro del Juanjo, parecía que desde que nos fuimos no regresaba, comencé a sospechar que quizás se había ido derecho a la policía... Con ese temor en la garganta sentí mi piel de gallina. Por los ronquidos del abuelo de Luisito, asumí que el anciano no había bajado para nada en toda la noche. Enseguida marqué el número de Juanjo, pero no contestaba.
Sorpresivamente, Juanjo pasó por la puerta de entrada, solo y completamente agotado.
—¿Diste con la pibita?
—Obvio.
—¿Dónde la tenés?
—¿Cómo que dónde la tengo? Me deshice de ella... obvio.
—¿Te deshiciste de ella dejándole en su casa, o...?
Juanjo estaba irritado y sonaba mal.
—Dije que me deshice de ella y eso hice. Basta, estoy cansado, me dio mucho trabajo la zorra esa. Pensé que para esta hora ya se habrían encargado de estos dos...
Pensé que había escuchado mal, no me lo creía, y por eso insistí.
—¿Dices que la mataste? ¿Sabes lo que se dice de eso? Matar mujeres y niños te llevan al infierno...
—Basta de boludeces... Esa maldita zorra lo vio todo, TODO, ¿qué pensabas hacer en mí lugar? ¿Dejarla libre luego de prometerte guardarte el secretito? ¿Sin olvidar que prácticamente la raptamos? No, no, no me mires con esa cara... acá el que empezó todo esto eres vos. Mataste no sé por qué motivo al Aldo, luego te cargaste al flaco Pibebank... Me debes la vida... hice lo que tenía que hacer, no me vengas con boludeces. ¿Dónde está Luis?
—Te dije que en el monte...
—No lo mencionaste antes, ¿Qué te pasa?
—Nada más estoy cansado.
—Maldición, no estarás resentido conmigo, ¿no? Sólo quería divertirme, pasarla bien...Tengo hambre... ¿dónde están las lays?
—Vi unas en la cocina.
—Maldición, quiero que acabe ya esta pesadilla...
Mi viejita siempre lo repetía. Matar a una mujer trae desgracias. No señor, yo no me lo soportaba, tenía que morir, el Juanjo tenía que pagar por su crimen. Sin que se diera cuenta agarré el cuchillo de cocina y le apuñalé una y otra vez por la espalda. El gordo, sorprendido se defendía, pero, por mi laburo, yo era el más ágil con las manos.
— ¡La zorra esa lo confesó, lo confesó, ¡Pará! ¡Pará! —rogaba el gil. Me miraba indignado, capaz no se lo esperaba, pero yo no iba a detenerme. Así que todo el tiempo fue la pibita, mirá la sorpresa, pero a mí me parecía ser buena gente, no se lo merecía, no se merecía morir de esa forma. A las mujeres no se las maltratan, imagina que es tu hermana, que es tu vieja, o quizás tu hija...
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Editado: 11.10.2020