Capítulo 23
Café de Flore, París, Francia
10:15 a. m.
Aurora Flecher
Iba tan feliz por los pasillos de la biblioteca que de repente recibí un pequeño golpe en el abdomen haciendo así que el libro que tenia en las manos se me cayera al suelo.
—Lo siento mucho Señorita — Escuche una suave voz pedir disculpas.
El chico de cabello marrón, piel clara y ojos marrones fue tan amable de ayudarme a recoger el libro que había caído al piso.
—Mis mas sinceras disculpas de verdad — Volvió a decir
—No te preocupes, no hay problema — Sonreí mientras el me devolvía el libro
Teniendo el libro en mis manos, intente seguir mi camino, pero la voz del chico nuevamente escuche.
—¿Aceptarías un café a modo de disculpas? — Pregunto causando que yo volteara hacia tras la cara.
—No es necesario — Sonreí
—Por favor — Insistió
Lo pensé por unos cuantos segundos y luego dije — Iré a pagar ¿Me esperas? — Pregunte a la vez que levantaba lo que tenia en las manos.
—¡Claro! — Exclamo
Me había sorprendido bastante con Evans, en los pocos minutos que habíamos llegado a la cafetería. Tiene veintiséis años, es argentino, vino a París por trabajo, es pintor y también muy optimista.
—¿Aurora, sos soltera? —preguntó para después darle un sorbo a su taza de chocolate.
—No, soy casada —respondí sonriendo.
Evans casi se atraganta con el líquido y yo lo miro preocupada.
—¿Estas bien? —pregunté mirándolo.
—Sí, tranquila —dijo rápidamente— ¿Vos estás casada siendo tan joven? —preguntó sorprendido.
Reí un poco.
—Sí, estoy casada siendo tan joven.
—¿Lo amás mucho? —preguntó y, no sé por qué, me sorprende la pregunta.
—Sí, lo amo.
Por primera vez fui totalmente sincera con respecto a lo que sentía por Alexander.
—Él es muy afortunado de tenerte. —Me miraba a los ojos.
—Gracias —le agradecí tomando de mi chocolate.
—Es la verdad —volvió a decir—. Me encantaría seguir en contacto contigo. ¿Cómo podemos hacerlo? Claro, siempre y cuando tú quieras.
Creo que hemos compartido lo necesario como para tomar la decisión de poder confiar en él. Tomarse un chocolate con un desconocido en una cafetería probablemente no sea la mejor idea y menos darle tu número telefónico, pero Evans no parecía ser una mala persona; tal vez me equivocaba, pero le daré la oportunidad.
—Lo digo porque dentro de poco tendré que irme de la ciudad, a Nueva York exactamente, y no quiero que perdamos la comunicación —explicó sonriendo.
—Creo que no la perderemos —le hablé devolviéndole la sonrisa.
—¿Por qué? —preguntó frunciendo el ceño.
—Porque mi esposo y yo iremos a Nueva York al acabarse nuestra luna de miel —le expliqué feliz.
El rostro de Evans se llenó de felicidad.
—Eso me pone feliz. —Mostró sus dientes blancos—. Me alegra saber que no te perderé de vista.
—A mí también me alegra saber que no perderé a mi amigo —dije, pero en el rostro del chico con cabello marrón de un momento a otro solo se vio tristeza y algo llamado decepción.
—¿Qué sucede Evans? —pregunté con el ceño fruncido.
—No, nada; no te preocupes. —Miró su reloj y luego dijo—: Aurora, me encantó tu compañía, pero debo irme.
¿Qué? Pero ¿qué sucedió?
—Está bien, ¿seguro que no sucede nada? —volví a preguntar.
—Sí, está todo bien. —Recogió sus cosas—. Ah, casi se me olvida. Tu número telefónico. —Sonrió. Yo le devolví la sonrisa y en mi bolso busqué donde anotarle mi número y luego se lo entregué.
—Prometo llamarte —habló para luego irse.
Estuve sentada en una de las mesas de la cafetería, pensando, pero una voz bastante conocida para mí resonó en mi cabeza.
—Al auto —ordenó Alexander.
Me levanté de la silla para luego correr hacia donde él y darle un beso, pero cuando lo iba a hacer, Alexander volteó la cara.
—¿Qué sucede? —pregunté.
—Al auto, Aurora. —Estaba enojado. ¿Y a este, qué le pasa?
Fruncí el ceño, no pensaba llevarle la contraria; fui con él al auto y ambos subimos al vehículo. Alexander estaba enojado y no podía ocultarlo: su ceño fruncido, su rostro impasible y en sus labios una temible línea recta.
—Alexander, ¿puedes decirme lo que sucede? —le pregunté esperando una respuesta que nunca llegó.
Luego de llegar al hotel, cruzar la recepción, entrar al elevador y llegar a la suite, comenzó el caos.
—¿Ese quién demonios es? —preguntó por primera vez.
—¿Quién? —pregunté sin entender.
—¿Tú quién crees? —preguntó con el enojo casi a tope.
Este hombre y sus malditos cambios de humor... Me quedé observándolo por unos minutos, hasta que un grito de su parte casi hace que grite.
—¿Quién diablos es el imbécil con el que hablabas? ¡Mierda!
¿Todo este espectáculo es porque estaba hablando con Evans? ¡Dios mío!
—¿Estás así porque estaba hablando con alguien? —pregunté enarcando una ceja.
—¿Quién es?
¿Qué preguntadera es?
—Es un amigo —respondí.
—¿Qué amigo? —Se acercó a mí.
—Un amigo —dije.
—Defíneme «amigo» —pronunció, haciendo comillas con sus dedos. ¡Está celoso!
—¿Estás celoso, Alexander? —pregunté sonriendo.
—Sí, lo estoy —dijo para luego acercarse a mí y besarme.
Nos fuimos al hotel y así fueron transcurriendo los días. En algunos días comíamos en algún que otro restaurante, visitábamos las diferentes tiendas de ropa, comprábamos y mirábamos; mientras que, en otros amaneceres, Alexander y su malhumor decoraban el día, en las noches se le veía firmando y revisando documentos de quién sabe qué cosa. El whisky era su mejor amigo y este lo acompañaba en largas madrugadas.
Editado: 04.08.2023