[Mauricio Carlisle ministro de Justicia, pasó la noche sin dormir pensando en cómo plantearle al empresario Thomas Spencer que necesitaba protección personal, más allá de la que podía ofrecerle su cargo, le urgía un poder económico que no tenía ya que se había dedicado a la política y aunque tenía dinero, este provenía de una herencia familiar, él tomó lo que le correspondía y vive de eso y de su sueldo público, cómo no estaba involucrado en ningún negocio, esa fortuna solo disminuía cada mes.
Estaba convenciéndose de que una alianza con alguien relativamente desconocido, pero con mucho éxito empresarial, podía darle el respaldo que requería para enfrentarse al mafioso que quería acorralarlo, si demostraba que tenía tantos o más recursos que él, se lo pensaría antes de volver a amenazarlo.
Con todo eso en mente, apenas aclaró el día, tomó el teléfono y le hizo una llamada a Thomas Spencer, quien al ver el número que ya tenía identificado sonrió y respondió:
–Buenos días, ¿quién habla?
–Señor Spencer soy Mauricio Carlisle, el ministro de Justicia, pero lo llamo a título personal, ¿podríamos hablar en persona?
–¿Tiene algún problema señor ministro?, con mucho gusto le ayudo –le respondió fingiendo preocupación.
–Prefiero tratarlo cara a cara. ¿Dónde podríamos hablar sin indiscreciones?
–¿Su despacho no es seguro? –preguntó Thomas Spencer aguantando la risa y recordando el micrófono que él mismo colocó allí.
–No es un asunto oficial, como ya le dije es personal.
–Tengo un lugar, enviaré a alguien por usted, deme su dirección.
Mauricio comenzó a dictar y Thomas mientras tanto encendió un cigarrillo, ya que sabía exactamente dónde vivía su hermano.
–Perfecto, en media hora pasarán a buscarlo. Lo invito a desayunar.]
***
[Fionna colgó la llamada con su madre y cerró los puños hasta blanquear sus nudillos, además de enterrarse las uñas en las palmas de sus manos, se mordía el labio inferior hasta casi hacerlo sangrar, así de mal le cayó la noticia de que su “esposo” tenía una conquista, eso no podía estar pasando, él no tenía ningún derecho a olvidarla, ella era su esposa, el amor de su vida, ninguna otra mujer ocuparía su lugar y mucho menos sería madre para sus hijos.
Tenía que actuar rápidamente y ya sabía por dónde empezar. Se dirigió a la casa de un hombre viudo cuyos hijos ya adultos se habían desentendido de él porque era sumamente autoritario y estricto, solo que con ella se volvía un osito de peluche con el que podía jugar todo el tiempo que deseara, por lo que ese era el objetivo ideal para su plan.
Una señora un poco mayor le abrió la puerta y ella sin saludar preguntó:
–¿Está el señor?
–¿Quién le busca?
–No es la primera vez que vengo aquí, ¿aún no sabe quién soy?
En ese momento un hombre de unos setenta y algo se acercó a la puerta y exclamó:
–Cecilia, déjala pasar. ¿Cómo estás preciosa?, ¿qué te trae por aquí?, no me digas que extrañabas a este viejo.
–Extrañarte es poco querido mío, pero he tenido dificultades para poder llegar hasta aquí.
–Pasa, ven y cuéntame. Cecilia por favor tráenos café al salón.
–Querido yo –no terminó la frase, Fionna comenzó a llorar, emitiendo sollozos ruidosos y calculados– perdóname, estoy abrumada.
–¿Qué sucede preciosa?, ¿cómo puedo ayudarte?
–Te diré, pero solo para desahogarme, es mi madre, ella me llamó ayer pidiéndome una gran suma de dinero para un tratamiento médico, yo no puedo ayudarla, sin embargo, pensé en ti por si tienes algún trabajo que yo pueda realizar y así me permita ir reuniendo algo de dinero para enviarle.
–¿Cuánto dinero te pidió?
–Dice que necesita diez mil dólares para iniciar el tratamiento, yo no le entendí bien de que enfermedad se trata, aunque imagino que es grave, seguro no me dio detalles para no angustiarme más.
–Querida tendrás que trabajar mucho para ahorrar diez mil dólares, déjame ayudarte, sabes que esa cantidad no es nada para mí.
–Me muero de la vergüenza cariño, ¿cómo podría pagarte?
–Con una mujer como tú, sería un sueño hecho realidad al menos disfrutar de tu compañía durante una cena.
–Eres demasiado generoso querido, yo haría por ti mucho más que acompañarte a una cena, –dicho eso se aproximó a él y sentándose en su regazo lo besó apasionadamente.
La señora Cecilia entró al salón y casi derrama la bandeja con su contenido, ante la impresión de la escena que encontró, solo atinó a decir:
–Discúlpeme señor, no quise interrumpir, aquí está el café.
–Cásate conmigo Fionna –pidió el hombre apenas quedaron solos nuevamente.
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Editado: 22.05.2024