Alán.
Unos golpes incesantes lograron despertarme abruptamente.
Me talle los ojos y a la misma vez maldije.
¿Quién en su sano juicio se aparece a las dos de la mañana a querer tumbar la puerta de mi casa?
Me levanté del sofá con pesar, y me dispuse a caminar hacia la puerta.
—¿Quién diablos osa perturbar la poca paz que me queda? -inquirí en el momento en que coloque mis manos en el pomo de la puerta. Gire oa perilla e inmediatamente vi el rostro de la persona que importuna mi paz. —¿Qué haces aquí?
Pregunte y el hombre sonrió.
—Vine a ofrecerte la protección que tanto necesitas, Alán Montero.
—¿A cambio de la cabeza de ella?
Él asintió.
Alán Sinclair entro a mi casa sin ser invitado, se sentó en el sofá y no me quedo más que suspirar.
—¿Como supiste donde vivo?
—Se todo de tí, Alán Montero.
Tomé asiento al frente de él.
—¿Qué tienes planeado hacer?
—Necesito que interpretes el papel de hombre locamente enamorado de esa loca.
—¿Para que?
—Necesito entrar en la casa de ella.
—¿Tienes algo que buscar en esa casa?
Sinclair se quedo en silencio por un momento.
—Tengo tantas cosas que buscar en esa casa, muchos recuerdos entre esas cuatro paredes, tantos sueños. Tantas palabras…
—¿Cuál es tu historia?
Él suspiro.
—Casidi es la media hermana de mi madre. -Sinclar formó sus manos puños tras esta confesión. —Mis padre y yo vivimos en tranquilidad por muchos años, teníamos tantas cosas por hacer y sueños por cumplir. Pero toda nuestra unión familiar de fue por el maldito caño cuando esa… mujer compareció delante de nuestra casa pidiendo posada. Al cabo de unos pocos días el infierno se había desatado en mi hogar. Todo por tener al mismo diablo debajo del mismo techo.
Él apretó su mandíbula tras esta confesión.
—Esa mujer volvió loco a mi padre, y justo cuando lo tenía entre sus manos fue a por mi. Me volvió adicto a ella y me dió a probar estupefacientes. Ese diablo vestido de mujer acabo conmigo, planeo la muerte de mis padre y la mía, de la peor forma en la que una persona podría morir. -las lagrimas salieron de los ojos de Sinclair y él no dudo en limpiarlas. —Ese demonio se quedó conto. Pero he vuelto entre los muertos para vengarme por todo el daño que le hizo a mi familia. Y no me detendré hasta ver su cuerpo inerte en el suelo. Tal y como quedaron mis padres ese fatídico día.
—Si decido ayudarte ¿como me protegerás?
—Tengo un par de amigos que me ayudaran en eso, no te preocupes.
—¿Si tienes los medios para acabar con ella, porque acudiste a mi?
—Porque sera más placentero para mi volverla loca.
Enarque una ceja. Y en cuanto iba hablar escuché el llanto de mi pequeña Alana.
—¿Eso es un llanto de bebé?
—Si. -tras emitir este monosílabo me coloque sobre mis pies. Y él imito mi acción. —Si gustas puedes esperarme aquí.
—Si insistes. -verbalizo para luego volver a tomar asiento.
Empecé a caminar y justo antes de alejarme por completo de la sala escuche la voz de Sinclair.
—Trae a tu hija. Montero.
Rodó los ojos.
Y seguí mi camino hacia la habitación de la pequeña Alana.
Después de unos minutos caminando me coloque en el umbral de la puerta y desde allí observé a la hermosa niña carada en su cuna.
—Pa…pa.
—¿Dime cariño? -pregunte mientras me acercaba a ella.
Alana extendió sus pequeños brazos hacia mi, para que la tomara en brazos. Y sin más yo la tomé entre mis brazos.
—Eres una pequeña traviesa. -verbalice.
Alana por su parte colocó su cabeza en mi hombro. Y a la misma vez soltó un pequeño bostezo.
Luego de dejar un beso en la cabeza de la pequeña, me encaminé hacia la puerta.
—¡Alán, ven hombre…!
—Callate… -medio grite porque no quería asustar a mi hija.
Camine con rapidez hacia la sala, antes de que al demente de Sinclair se ocurrirá a hacer otro escándalo.
—Ya era hora hombre.
Rode los ojos y me encaminé hacia la cocina.
—¿Por qué no tomaste otra hora para venir a irrumpir en mi casa?
—Porque no hay mejor hora para mi que las dos de la mañana.
Rodé los ojos. Y me dispuse a prepárale la mamila Alana.
Coloque la medida exacta de agua en el tetero y poco después le heche.
—¿Cuántos días te tomará volver loca a esa mujer?
—Una semana, como mínimo.
Sinclair se levantó del sofá y empezó a caminar hacia mi.
Pero justamente antes de llegar a la isla de la cocina detuvo su andar.
—¿Qué sucede?
Sinclair clavo sus ojos en Alana y la pequeña niña sonrió.
—Ella…
—¿Qué pasa?
Los ojos de Sinclair se cristalizaron.
—Ella es mi hija.
Esta confesión logró helarme la sangre.
—No. Ella es mi hija.
—No me toques las malditas bolas, Montero.
Él dio varios pasos hacia mi.
—He buscado a mi hija por cielo mar y tierra. Así que no me digas que no. -Sinclair extendió sus manos para tomar Alana entre sus brazos. Y yo para impedirlo di un paso hacia atrás. —Deja que la tomé entre mis brazos, Montero. Deja que tomé por primera vez a mi hija entre mis brazos.
—¿Quién me asegura que es tú hija?
—Ella es el vivo retrato de mi madre…
—Eso no es suficiente.
Sinclair dió un paso hacia mi.
—Te apuesto todo lo que tengo a que ella tiene una mancha de nacimiento en forma de corazón justo debajo de su oreja izquierda.
Por muy loco que sonara decidí comprobar lo que él me dijo.
Y mi sorpresa fue inmensa al ver la mancha de corazón debajo de la oreja izquierda de Alana.
—Ella es mía. Mi hija.
Sinclair dió un paso hacia mí.
—Ella es lo único que tengo Alán.
—¿Te la llevarás? -pregunte y él se encogió de hombros.
—Dejame conocerla. Deja que la tomé entre mis brazos.
Lo mire de forma exhaustiva por un minuto y tras suspirar le extendí Alana.
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Editado: 20.08.2024