ROMA
No sé qué es, no puedo encasillarlo, pero me arroja en este momento a escribir esta historia, quizás sea un dejavu o algún recuerdo de un futuro sin vivir o quizás alguna imagen de una vida pasada que viene a colarse en mis pensamientos, no lo sé, solo llegó, me asaltó como el ladrón que llega sin ser visto, llegó como la muerte súbita que no anuncia su llegada.
Con la mirada fija en textos de derecho que desglosaban pensamientos moralistas y otros no tanto sobre la prostitución, aquel tema tan espinoso que nadie quiere tocar pero del cual muchos gozan en secreto; En medio de esa lectura donde unos autores plasmaban el tema como si aquellas mujeres de las cuales se hablaba fueran meros entes, fichas de una economía y flujo de mercados, de un vaivén de tendencias y formas sociológicas de ver su actividad. Los juristas defendían de manera oscura el oficio diciendo: “en la medida que su práctica laboral este reglamentada y no genere ningún perjuicio al cliente y maneje de manera discreta su ocupación no tendría lugar la prohibición de dicha actividad” y de otro lado los moralistas argumentaban acaloradamente “no se puede comercializar el cuerpo, aquel templo sacro donde reside el espíritu humano, si se comercializa con algo tan íntimo como el placer, no terminará la sociedad por desinhibirse y empezar a perder su decoro y buen juicio”. Ambos lados no cedían en sus posiciones y hacían de dicho texto un campo de batalla, donde las armas eran argumentos y tesis de autores que esgrimían sus razones como espadas y de escudo ponían su prestigio y renombre.
Fue en ese momento que pasó, el libro que tenía en mis manos empezó a desdibujarse, las paginas parecían fundirse unas con otras, la tinta oscura de los párrafos fluía por los lados como el llanto de una mujer herida, pronto ese rio oscuro se extendió por el piso color gamboge y cubrió cada punto que pudiese observar, ese oscuro manto liquido se extendió por toda la habitación atrapando a su paso el sencillo sofá rojo en el que leía en mis ratos de ocio poemas de Thoreau o me desconectaba de mis problemas con la prosa de Eliot, la cama mediana en la cual dormitaba muchas veces hasta tarde sin importarme las obligaciones del día venidero, el escritorio sencillo que tenía desde niño, uno de los peculiares regalos de mi padre. Ese lago petro continuó creciendo, ya había empezado a subir por las paredes, sepultando fotografías y ventanas, sin reparar en lo que desparecía a su paso, la negrura se elevó por el techo dejando solo una pequeña cicatriz por la cual se filtraba un debilitado rayo de luz.
Es curioso cómo funciona la mente humana, en los momentos menos pensados empieza a evocar muchas cosas que en el instante no tienen una conexión tangible con la realidad, digo esto porque en el momento en que la negrura cesó su marcha una voz y una melodía me resultaban familiares, no podría confundir esa voz ya la había oído infinidad de veces, fue de las primeras canciones que escuche en mi vida, clara pero con potencia Billie Holyday se apoderaba de la negrura, podía oírse en el ambiente “All of Me”, bañaba mis oídos, sentía cada verso de la canción retumbar con exquisita sensualidad :
“All of me,
Why not take all of me,
Can’t you see I’m no good without you…?”
Su voz seguía creciendo cada vez más y los instrumentos parecían estallar en mis oídos, con la última tonada toda la oscuridad se fragmentó en miles de hojas que fueron arrastradas por el viento, casi no podía abrir los ojos ante el brusco cambio de ambiente, tardé un par de segundos en poder separar mis parpados, cuando lo logré el panorama era desolado, el sol se ocultaba tímido tras las nubes que apuntaban a un atardecer inminente, el sitio era desconocido para mí, una calle angosta con casonas imponentes a cada lado, la escena tenía un ambiente muy barroco, italiano sin duda alguna pensé, miré alrededor para encontrar algún indicio que comprobara mi apreciación y me topé con una inscripción en una de las casonas que decía Segreto Piacere.
Me acerqué a la puerta albaricoque de aquel lugar, cuando me disponía a tocarla de una de las calles adyacentes una fémina voz gritó con la delicadeza de un felino, pude sentirla recorrer hasta mi pecado más oculto, volvió a gritar y esta vez entendí en un acento castellano que decía —Buscas entrar, cuando deberías buscar cómo salir— di la vuelta y fui a su encuentro, era un espectáculo, una belleza digna de admirar, lucía un cabello negro, ondulado, que caía como una cascada sin un orden definido por sus hombros y ocultaba un poco el pronunciado escote de su vestidito rojo, aquel vestido era sencillo pero ella lo lucía como si se tratara de un diseño de alta costura, me acerqué mirándola fijamente a esos marrones ojos egipcios y lo único que pude decir fue —¿Por qué gritas así a quien está perdido?— ella me dedicó una mirada cargada de incredulidad y dolor