La vida sí que da vueltas. Ella, sentada en su camilla y yo, apoyado en la puerta.
—Puedes repetirme por qué estoy contigo.
—Porque soy genial. –Dijo, mientras se ponía lentes oscuros.
¿De dónde rayos los sacó?
—Eh. –Intenté crear un nuevo diálogo, aunque me arrepentí de inmediato—. ¿Como conoces al doc?
No es tan buena la pregunta, es más, parece un tanto descortés al estar asociada, lo más seguro, a su vida privada.
—¿El gorila? —Posicionó su mano en la boca, intentando no reírse—. Era un buen amigo de mi esposo.
—Ah. –Decidí no indagar más.
No es que fuera por respeto o algo así, más bien es porque no me interesaba involucrarme, más de lo que estoy, con Merly. Solo espero que ella se aburra pronto y note mi actitud desinteresada por todo.
—Alguna vez te han dicho que eres muy... —La interrumpo.
—¿Cretino, desinteresado, grosero o creído?
Dije las características más comunes con las que estaba etiquetado, las cuales escuchaba normalmente a mis espaldas en el colegio, antes de tener el accidente.
Merly miró mi rostro irritado, sé que ya percibió las ganas de largarme que tengo. Aun así, solo sonrió más, tanto así que pareciera disfrutar mi enojo.
—No. —Empezó a reír—. Nada de eso, solo quería decir que eres muy poco conversador.
—¿Ah? —Quedé sorprendido—. Supongo que sí. —Igualmente, mantuve mi expresión rígida.
Los segundos pasaban al compás del tic tac del reloj y ninguno de los dos trató de decir algo para romper el hielo. Se sentía incómodo a mi parecer, pero Merly parecía disfrutarlo.
—Oye. —Dijo campante—. ¿Por qué no te gusta hablar?
Quise reír, no se daba cuenta que no quería hablar con ella.
—Sé que no quieres hablar conmigo, pero.
Me retracto, se dio cuenta.
—Además, he notado como tratas de alejar a las personas que intentan conocerte. —Apreto los labios, mostrando nervios—. ¿Por qué lo haces?
Sin lugar a duda, ella es demasiado perspicaz, tanto así que asusta.
—¿En qué te basas para decir aquello? — pregunto.
—William es una buena persona, al nivel de que es muy querido por los pacientes y personal del hospital. —Hizo pausa a sus palabras—. Hasta por mí... —Guardó un poco más de silencio—. El caso es que el trata de ayudarte, pero no se lo permites. Es más, no lo quieres cerca.
Si él cae bien a todo el mundo, ¿es necesario de que a mí también?
No, las cosas no funcionan así.
—Las amistades van y vienen, el doc es una de ellas. —Comenté—. Todo es temporal en esta vida, cuando salga de este hospital estoy seguro que él se olvidará que existe Eliot, tan solo recordará mi apellido por medio de mi padre. —Ella mantuvo la mirada fija en mí, yo la imité—. Tener esas clases de amistades son lo peor que puede haber, solo existen para matar tu tiempo, ilusionarte y hacerte creer algo que no es.
—¿Qué quieres decir?
—¿Cuántos de tus amigos han venido a visitarte hasta ahora? —Quedó callada—. Seguro que vinieron los primeros días, pero esas visitas disminuyeron al pasar las semanas. ¿Lo entiendes? —Esperé cualquier tipo de reacción, menos una sonrisa—. Amistad, amigos o relaciones amorosas son solo sinónimos de hipocresía.
¡Deja de sonreírme! Es inquietante, me inquieta.
—Ya veo. —Rió—. Eliot. —Se levantó de la camilla, para caminar hacia donde estoy—. Todos merecemos al menos una oportunidad. —Quiso acariciar mi mejilla, cual acto lo evité bajando su mano—. Entiendo tu punto, pero si sigues pensando así de las personas antes de conocerlas, te aseguro que te convertirás en algo peor que un hipócrita y las consecuencias serán cada vez peores.
Chisté con la lengua, me parecía desagradable su opinión de ser yo una mala persona por no aceptar a los demás. Aunque, la verdad, muchas veces me he considerado así, pero no necesitaba a una desconocida para que lo recordara. Ya suficiente conmigo y mis padres.
—¿En qué me convertiré? —Pregunté sabiendo la respuesta—. ¿En una pésima persona? Créeme que ya sé que lo soy.
—No, Eliot, no. —Regresó a su camilla—. Tú nunca serás una mala persona... Te lo aseguro. —Quedé confundido—. Ya que, después de todo, la decisión te pertenecerá.
El silencio reinó de nuevo. Tenía ganas de preguntar sobre lo último, pero sentí que no era el momento, ni siquiera tenía la valentía de alzar la voz.
—Otra pregunta. —Merly se decidió por hablar—. ¿Cuál es tu canción favorita?
—¿Qué? —Ella se echó de costado, sin mirarme, tapándose con la manta.
—Siempre me gustó La Macarena.
Tuve que aguantar la risa, ¿cómo es posible pasar de 'conversación seria' a 'tema estúpido'?
—Say Goodbye, no la de Chris Brown o de Bon Jovi.
—La de Skillet. —Completó ella en susurro—. Ya veo.
No pensaba que ella escuchara este tipo de bandas.
Después de ingresar al cuarto, Merly cambió un tanto las reglas: bien podría irme a las ocho o esperar hasta que se duerma. Cualquiera de las dos resulta cansar a mi paciencia.
Ella entrecerraba los ojos con calma y neutralidad, pero seguía viéndome, como si dijera con la mirada que está vigilando y cuidándome.
Seguía inmóvil en el mismo lugar de siempre, preparándome para correr en caso de que duerma y así, no romper el trato.
—Eliot. —Merly cerró los ojos al fin, pero no dormía. Solo es cuestión de esperar pocos segundos.
Sin embargo, los segundos se detuvieron de andar al escuchar la melodía que Merly emanaba naturalmente, como si siempre estuviera preparada para recitarla.
«Oh, paloma mía, vuelve a mis brazos
Paloma mía, quédate en el nido de mi corazón.
En las noches de lluvia, te protegerán mis ramos.
En las noches ardientes, te refrescará mi canción.
Oh, paloma de vida, ten un poco de compasión.
Mi vida se volvió árida, desde que volaste a otro nido.
Me es difícil encontrar agua en esta costa de dolor.
Oh, paloma de sangre, aún puedo ver el envés de tu cara cuando dije 'se ha ido'.
Fustigaste mi ser con palabras hirientes, pero aun así te pido perdón.
Orillé en el desierto de lo mundano, dejando atrás a mi fiel mentor.
Editado: 10.06.2020