Mi corazón en laberintos

Estrella 1: Nueva vida

«¡Levántate Elizabeth! ¿Por qué sigues en la cama? ¡Apresúrate!» sonó mi alarma. Había grabado el tono una vez que Jessica había venido a sacarme de la cama para una mudanza. Irónico, ¿no?  

Al mismo tiempo, Leonard, como era de esperarse, volvió a entrar a mi habitación sin tocar, esta vez vestido con su camisa a cuadros habitual. Ni siquiera me había dado cuenta de que me volví a dormir.

     ― ¿Leonard, otra vez en mi cama? ―me quejé con tono adormecido. No estaba de humor para esto.

     ―Si quieres te ayudo a vestirte―sugirió con media sonrisa pervertida.

Ahí venía nuevamente con sus comentarios fuera de lugar.

     ―Lárgate de aquí, Leonard―lo eché de mi cuarto poniendo los ojos en blanco.

Esperé a que saliera para cerrar la puerta con seguro y poder alistarme para el horrible día que estaba a punto de tener.

     ― ¡Apresúrate Elizabeth! ¿Acaso quieres que me muera de hambre? ―gruñó Jessica desde el comedor.

¿No podía esperar un poco? Esta mujer me volvía realmente loca, me trataba como una sirvienta, no, como una esclava. ¿Y qué hacía ella? Solo se dedicaba a gritar órdenes desde su silla, con su horrible mascarilla en la cara y un montón de rollos en su cabello rubio teñido.

Me sentía como una estúpida cenicienta. Lastimosamente, no podía escapar de esa vida, porque técnicamente aún dependía económicamente de ella. No podía arriesgarme a que dejara de pagar mis estudios, después de todo, era lo único que recibía de esa bruja.

     ―Voy por las maletas―anuncié de mala gana.

     ―Están sobre mi cama. ¿Las tuyas, hijo? ―le preguntó a Leonard, usando ese tono de falsa millonaria que me fastidiaba.

Yo hablaba de mis maletas, pero al parecer Jessica era tan estúpida que no lo entendió correctamente.

     ―Al lado de mi armario―respondió él dedicándome una sonrisita de superioridad.

En ese instante el fuerte sonido del claxon de un automóvil me sobresaltó.

     ― ¡Es el chofer de Richard! ―se emocionó la bruja, arrancándose los rollos de la cabeza apresuradamente.

Cuando me asomé por la ventana, alcancé a ver un lujoso auto sedán negro aparcado a la orilla de la calle. Me preguntaba si cabrían todas las maletas allí.

     ― ¿Ya nos vamos? ―dudó Leonard con la misma emoción de su madre. De tal palo tal astilla.

     ―Sí, cariño―respondió Jessica con dulzura, mientras terminaba de enjuagarse lo verde de su horrible cara―. ¡Elizabeth, las maletas! ―su voz cambió drásticamente al dirigirse a mí.

Nunca me había tratado bien, ni siquiera cuando mi padre estaba con vida. Sólo fingía ser amable conmigo delante de papá. Traté de decírselo mil veces, pero él se negaba a escucharme, pensaba que me estaba inventando historias solo porque no me agradaba la idea de tener una madrastra. Ella era tan calculadora.

     ―Hola, mi nombre es Elizabeth―saludé al señor que estaba de pie junto al coche, con toda la amabilidad que mi mal humor me permitió mostrar. Parecía muy pacífico y su aura me daba cierta calidez familiar.

     ―Hola―sonrió―. Soy Roger Thocopher, el chofer del señor Collins.

     ―Mucho gusto, espero que podamos llevarnos bien―deseé con sinceridad.

Quería al menos sentir que podía tener un aliado en medio del territorio enemigo. Y él parecía ser buen candidato.

     ―Claro, señorita. Su madre y su hermano ya son como parte de la familia―aseguró.

El estómago me dio un vuelco al escuchar aquello. Me dio tanto coraje que no pude ocultar mi expresión de disgusto. Relacionarme con ese par era de las cosas que más me ofendían en el universo.

     ―Ella no es…y él no es…―intenté aclarar con excesivo dramatismo―. No somos familiares―me limité a decir finalmente.

     ―Vaya, disculpe mi ignorancia, no tenía idea. El jefe ha estado tan ocupado con los preparativos de la boda que no ha tenido mucho tiempo para hablarnos acerca de su prometida―se disculpó con notable arrepentimiento.

Un momento, ¿dijo boda? ¿Jessica planeaba casarse? Esto sí que era nuevo. Con todos sus novios anteriores no había pasado de un simple noviazgo fugaz. No podía creer que fuera a casarse. ¿Acaso sería una broma? Mi padre debía estar revolcándose en su tumba ahora mismo.

     ―No, está bien, no pasa nada. Ella es mi madrastra―dije en cuanto pude salir de mi asombro.

     ―Una relación complicada, supongo―respondió con calidez.

Asentí. Esa pequeña charla mejoró un poco mi día, al menos hasta que la bruja volvió a aparecer en escena.

     ―Escucha Randall, Rupert o como sea, ella es Elizabeth, la sirvienta de la familia, ¿entendiste? ―dijo, sin esforzarse en ocultar su verdadera cara.

     ―Roger, señorita, sí, entendido―respondió el chofer agachando la cabeza un tanto intimidado, para luego dedicarme una mirada inquisitiva.

Solo me encogí de hombros, prometiéndome explicarle con detalle todo ese enredo más tarde. Roger me hizo un gesto preguntando si no iba con ellos, a lo cual solo ladeé la cabeza.




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