Mi esposa y su príncipe azul

Dos meses después

Ana María salió un momento de su oficina para ir a la cafetería de la esquina, e iba acompañada de su amiga Victoria Robles, una mujer hermosa de piel blanca y cabello rojizo que trabajaba como contadora en la misma empresa. Ana María había peleado con Leandro los dos últimos días, y comenzaba a arrepentirse de la decisión que había tomado. Victoria la escuchaba atentamente y de vez en cuanto asentía con la cabeza.

—Ya no lo soporto más, tengo dos días tratando de hacerle entrar en razón, tú sabes muy bien lo importante que es el estudio que debo hacer en Colombia, y a él solo le importa si tiene la ropa limpia o si la nevera está llena, no entiende que perderé mi ascenso si no completo ese estudio económico, y le presento los informes a la junta directiva. Él lo único que dice es que renuncie a mi empleo y me dedique a él, que gana suficiente, por favor, ni siquiera pudo pagar la reparación de su propio auto, y tuve que darle el dinero.

—¿No crees que ya es el momento que debas dejarlo?

—Por supuesto que no, él es mi primer y único amor, ¿cuántas pueden decir que encontraron a su príncipe azul?

—Yo sí.

—No te compares, tu esposo es un gran hombre, pero no puedes decir que ha sido el mayor amor de tu vida desde la secundaria.

—No, no puedo decirlo, sin embargo el día que lo conocí supe que él era el amor de mi vida, y que él sería capaz de bajarme la luna si se lo pidiera, me siento orgullosa que sea el padre de mis hijos. No lo habré conocido desde hace mucho tiempo, pero eso no me importa, con él a mi lado el tiempo se detiene y puedo ir para atrás y para adelante, y siempre está mi lado amándome con locura. No será azul, pero mi negrito es perfecto para mí.

—No exageres, ¿ya te olvidaste de los cuernos que te puso hace dos años?

—No, no lo he olvidado, pero no todo fue culpa de él, yo misma lo empuje a serme infiel. Además, tú precisamente no puedes hablar de cuernos, los de tu esposo ya no lo dejan salir de su casa y están rayando el techo.

—Él sabía que yo amaba a Leandro, nunca le mentí.

—Sí, y a pesar de todo él decidió amarte con esa sombra que tú misma pusiste detrás de ti, y te dio dos hijos hermosos, y peor aún, aceptó que le pusieras ese nombre horrible a tu hijo, y él lo hizo porque te amaba.

—Leandro es el nombre más hermoso sobre la tierra.

—Eso sería en la década de los 60, junto al nombre de Maricao, ese alcalde famoso que fue mi bisabuelo, ¿te imaginas que a mí se me hubiese ocurrido llamar a mi hijo así? Juan me hubiese matado tan solo de pensar que los chicos de la escuela lo llamarían sin la segunda A de su nombre. Yo no podría ni convencerlo, ni siquiera por el hecho de que significa el sacrificio de María, preferiría dejar de ser cristiano antes que llamarlo así, y se desteñiría su piel si le mentía diciendo que era un nombre africano.

—No es lo mismo.

—Si lo es, tu hijo merece llevar el nombre de su padre, date cuenta, Adriano lleva sus cuernos con dignidad, y todo porque te ama a ti y a tus hijos, él sabe muy bien que estás confundida. Si yo le hiciera eso a Juan, yo creo que se mudaría al pueblo más escondido de Alaska para que no lo encontrara.

—Adriano es un mariquita, ni siquiera sé cómo se me ocurrió tener dos hijos con él.

—Reacciona Ana María, apenas falta un mes para tu evaluación, y decidir tu destino, no seas tonta, quizás ya sea tarde para ti y él ya esté con otra mujer.

—Jajaja, no me hagas reír, que mujer en su sano juicio querría estar con ese mantenido bueno para nada.

—Amiga, siento decirte que ya te están soplando el bistec.

—Eso es imposible, él me ama demasiado, tú misma lo dijiste.

—Tú sabes bien que los hombres no pueden vivir sin una mujer en su cama, está en su ADN.

—A ver, dime quién crees tú que es capaz de quitarme el amor que siente por mí.

—Su nombre Margarita, desde hace un mes vive con él, y está encargada de cuidar a los niños mientras Adriano sale a buscar trabajo.

—¡Está viviendo en mi casa! ¡Con mis hijos! ¡Qué descarada!

—¿Por qué te enojas? Que esperabas, que se metiera a monje o algo así.

—No, pero que al menos respetara mi casa.

—Tú tienes la culpa, lo dejaste tirado y te fuiste con el príncipe azul, ¿no lo recuerdas?

—Eso no tiene nada que ver, Valentina vive en esa casa, Adriano es un degenerado.

—Te refieres a la hija que le regalaste a Adriano, ¿Desde cuándo te importa?

—Claro que me importa, es mi hija, además ¿de qué lado estás tú?

—Del lado de la cordura. Amiga reacciona, ese hombre Leandro no puede ni limarle las uñas de los pies a Adriano, estás perdiendo a un hombre maravilloso que hasta sacrificó su carrera por ti.

—Yo no se lo pedí, él lo hizo para que yo lo mantuviera.

—Sácate ese casete que te metió el tal Leandro, abre los ojos amiga, vas a perder lo más importante en tu vida por un hombre que ni te valora.



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En el texto hay: infidelidad, divorcio, hijos matrimonio

Editado: 23.03.2019

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