Mi historia junto a ella

3

Las reglas eran las siguientes:

“Estarán siempre al lado de sus asignados manteniéndose invisibles a ellos, los protegerán, los cuidarán, los guiarán, si es necesario les inculcarán pensamientos para fomentar el bien en ellos pero nunca y escúchenme bien: NUNCA revelarán su identidad. Si por alguna razón sus asignados los ven, ustedes inventarán cualquier excusa, cualquier pretexto, pero ellos no deberán saber la existencia de ustedes.”

Caleb, que así se llamaba el otro ángel guardián, y yo, bajamos a la tierra y nos pegamos a nuestros asignados pues nos estábamos tomando nuestro trabajo muy a pecho. Fuimos llevándolos por el camino del bien y no nos despegamos de ellos ni un segundo. No teníamos nada más qué hacer, no teníamos necesidades de comer, ir al baño, dormir, y aún no se descubrían las hermosas artes de leer, escribir, pintar, etc. Así que estábamos con nuestros asignados las veinticuatro horas del día y los siete días de la semana, aunque en ese tiempo aún no se hubieran inventado esas cosas.

Nunca hablaba con Caleb, ese ángel de cabello recogido en una cola detrás de su nuca. Él, por su físico, era más fuerte que yo, aunque yo no era ningún debilucho. Juntos podríamos hacer muchísimas cosas, sabíamos que éramos fuertes y sabíamos que esa fuerza era equivalente a la de unos diez humanos juntos, o quizá más.

Mi asignada, Eva, era una mujer sorprendente y yo no me cansaba de admirarla. Y no era porque fuera la única mujer en la tierra, compañera fiel del único hombre, sino más bien era algo muy distinto. Eva era… hermosa. Sí, hermosa. Comencé a seguirla siempre y no sólo para protegerla, sino también para ver lo que hacía y cómo lo hacía. Veía como miraba a Adán, cómo lo acariciaba, cómo se entregaba a él sin esperar nada a cambio y la admiraba completamente.

Una noche, cuando Eva cayó dormida profundamente, observé cómo Adán muy despreocupado soltaba su abrazo. Era algo muy común en ellos, Eva quería dormir siempre pegada a él pero en cuánto ella caía dormida, él enseguida se separaba, incluso algunas noches hasta se alejaba del lugar donde dormían para irse a dormir a otra parte. Así que esa noche, estando seguro que los dos dormían, cubrí a Eva con mis brazos y deseé con todas mis fuerzas que no se despertara para que no se diera cuenta de mi presencia. El hecho de haberla abrazado había sido solamente como un modo de protegerla, para que no se sintiera sola o rechazada.

sin embargo, esa noche mientras la sostenía tan cerca que su olor natural me embriagaba, me enteré que estaba enamorado de ella. Ese hecho me llegó de golpe sin ni siquiera sospecharlo, pues yo como ángel no sabía lo que era amar. Pero sí, yo, siendo un ángel de la guarda, me enamoré de mi asignada, y lo más triste era que ella nunca sentiría mis abrazos, ni mis caricias, ni siquiera me podría ver. Tendría que conformarme con vivir en las sombras, protegiéndola.

Caleb me miró. Se encontraba junto a su asignado, así que estaba muy cerca de mí. Aunque en ese momento, supongo, se dio cuenta de lo que me estaba sucediendo, no dijo nada, pues en realidad yo no estaba infringiendo ninguna regla.

A partir de ahí mi vida cambió, el color del cielo se hizo más azul y el aroma de las flores era más dulce. No podía vivir un segundo sin mirar esos hermosos ojos y viajar dentro de ellos para visitar su alma. Estaba enamorado y ya no sabía si era una bendición o una enfermedad.

Por muchos años la protegí, la cuidé y la amé. Ella tuvo hijos y se hizo vieja, hasta que un día su cuerpo dejó de funcionar. Yo lloré demasiado cuando vi que había dejado de respirar y Caleb sólo me miraba de lejos sin decir nada.

Supe que mi tarea era recibir el alma de mi amada y llevarla hacia la luz. No lo podía creer, esos años, aunque hubieran sido muchos, para mi habían sido nada, pero aún así cumplí con mi deber y lo hice con lágrimas en los ojos.

El alma de Eva era aún más bella que su cuerpo y yo lloraba al verla, lloraba por no tenerla y porque se estaba yendo de ahí. Sin duda extrañaría esas noches en que yo la abrazaba mientras Adán dormía plácidamente a un metro de ella, extrañaría tocar sus cabellos mojados mientras ella se bañaba, contarle cuentos mientras ella pensaba, extrañaría todos y cada uno de esos momentos especiales.

Eva, o más bien su alma, me miraba de reojo mientras caminábamos hacia la luz. Yo le había explicado entre pequeños lamentos que su hora había llegado y que tenía que tomar mi mano para cruzar hacia el otro lado. Ella no dijo nada, simplemente me siguió, pero supo que algo no andaba del todo bien conmigo, así que antes de cruzar, se paró en seco y me miró directamente.

—¿Los ángeles lloran? —preguntó así sin más.

¡Dios, era hermosa!

—¿Qué dices? —el hecho de que ella me hubiera hablado a mí, me había dejado totalmente tonto por un rato.

—Tú eres un ángel, ¿cierto? —asentí torpemente mientras me secaba con discreción las lágrimas— y ¿por qué lloras?

—¡Oh, lo siento! Te cuidé demasiados años y se me hace muy triste esto de la muerte.

—Pero… presiento que iré a un lugar mejor ¿o no es así?

—Claro, tú irás a un hermoso lugar y yo te llevaré a él —para ese momento mis lágrimas ya no salían y ahora mi sonrisa había aparecido.

¡Había hablado con ella, con el amor de mi vida, y ella me había contestado! Además me había dado la mano. Era feliz. Ahora sí podía dejarla ir.



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En el texto hay: angeles, demonios, amor

Editado: 15.03.2024

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