Elena
El sol de la tarde ilumina las calles adoquinadas del pequeño pueblo a las afueras de Barcelona. Alejandro y yo caminamos de la mano, disfrutando del aire fresco y la tranquilidad del lugar. Es nuestra luna de miel, y aunque el motivo detrás de nuestro matrimonio no es el amor verdadero, no puedo evitar sentirme feliz y esperanzada mientras estamos aquí.
—Este lugar es increíble —digo, mirando los coloridos edificios y las flores que adornan cada rincón.
—Me alegra que te guste —responde Alejandro, apretando suavemente mi mano—. Quería que fuera especial para ti.
—Lo es —le aseguro, sonriendo.
Nos detenemos en un pequeño café al aire libre y nos sentamos en una mesa con vista a la plaza principal. Pedimos café y unos pasteles típicos de la región. Mientras esperamos, Alejandro me observa con una mirada pensativa.
—Siempre he querido ser padre —dice de repente, rompiendo el silencio.
Lo miro, sorprendida por su confesión.
—¿En serio? No sabía que te sentías así.
—Sí, desde siempre. Mi abuelo fue una gran influencia en mi vida, y siempre quise tener una familia propia, criar a mis hijos y enseñarles todo lo que he aprendido.
Mi corazón se acelera al escuchar sus palabras. Saber que Alejandro desea ser padre me llena de una alegría inexplicable, quiero ser yo la que le cumpla ese sueño.
—Creo que serías un padre increíble, Alejandro. Tienes un gran corazón.
Él sonríe, mirándome con ternura.
—Gracias, Elena. ¿Y tú? ¿Alguna vez pensaste en tener hijos?
Asiento, sintiendo una mezcla de emociones.
—Sí, siempre he querido tener una familia. Me gustaría que mis hijos crecieran en un hogar lleno de amor y apoyo, como el que tú tuviste.
Alejandro asiente, perdido en sus pensamientos por un momento.
—Elena, quiero que sepas que aprecio todo lo que haces. Quiero que este año sea lo mejor posible para ambos.
—Yo también, Alejandro. Quiero que este año sea especial, sin importar lo que pase después.
Nuestros cafés y pasteles llegan, y empezamos a disfrutar de las delicias locales. La conversación fluye de manera natural, y nos reímos y compartimos historias del pasado. Cada momento juntos en este pintoresco pueblo parece acercarnos más, y me permito soñar con la posibilidad de que este matrimonio podría convertirse en algo más.
Después de dejar el café, exploramos las estrechas calles del pueblo, deteniéndonos en pequeñas tiendas y galerías de arte. Alejandro compra un pequeño cuadro de un paisaje local para nuestro hogar, y no puedo evitar sentirme conmovida por su gesto.
—Quiero que tengamos algo que nos recuerde este lugar —dice, mientras me entrega el cuadro.
—Es hermoso, Alejandro. Gracias.
Al caer la noche, nos dirigimos a un restaurante acogedor y probamos más de la deliciosa comida catalana. Mientras cenamos, Alejandro me toma la mano sobre la mesa.
—Elena, me alegra que estés aquí conmigo. Esta luna de miel ha sido increíble gracias a ti.
—Para mí también ha sido maravilloso, Alejandro. No podría haber pedido un mejor compañero.
Terminamos la cena y regresamos al pequeño hotel donde nos hospedamos. La habitación es cálida y acogedora, con una vista espectacular del pueblo iluminado por la luz de la luna. Nos sentamos en el balcón, disfrutando del silencio y la belleza del momento.
—Quiero que sepas que, aunque este matrimonio comenzó por necesidad, me siento afortunado de tenerte a mi lado —dice Alejandro, mirándome a los ojos.
—Yo también. A veces, las cosas inesperadas pueden resultar ser las mejores.
Nos quedamos en silencio, mirando las estrellas, y en ese momento, siento que todo es posible. Alejandro y yo tenemos un año juntos, y estoy decidida a hacer de cada momento algo especial. Tal vez, con un poco de suerte, nuestros sueños y secretos puedan llevarnos a un futuro que nunca imaginamos.
De pronto, siento su mano entrelazada con la mía, y un calor reconfortante se extiende por mi cuerpo.
Lo miro, experimentando una oleada de emociones. No puedo recordar la última vez que me sentí tan conectada con alguien. Hay algo en su mirada que me hace sentir segura, querida, como si estuviéramos destinados a estar juntos.
—Alejandro… —empiezo, pero las palabras se quedan atrapadas en mi garganta.
—Elena, no necesitas decir nada —dice, acercándose más a mí.
Siento su respiración en mi piel, y mis latidos se aceleran. Hay una tensión palpable entre nosotros, una mezcla de deseo y ternura que nunca había experimentado. Sus labios rozan los míos, primero suavemente, como si me estuviera pidiendo permiso. Y yo, sin dudarlo, respondo con un beso que es a la vez apasionado y lleno de amor.
—Te amo, Alejandro —susurro, mientras sus manos recorren mi espalda, acercándome más a él.
—Y yo te amaré a ti, Elena —responde, con una intensidad que hace que mi corazón salte.