Lena había resultado tener un gusto pésimo para la decoración. No solo era una hortera a la hora de elegir los colores sino que además discutía a las clientas si le llevaban la contrario. Me avergüenza admitir que me escondí en el armario de mi despecho cuando escuché a una clienta pedir a gritos hablar con la encargada. En mi defensa os diré que no había nada que yo pudiera decir para excusar aquella escena.
A Lena se le había ido la olla con tanta meditación y tontería. Pero como le dices a tu mejor amiga que es una puta loca y que te va a buscar la ruina. No hay forma humana.
La mujer, que claramente había perdido la paciencia y la compostura, salió de la tienda con un intento fallido de portazo de despedida. Dios bendiga al fuelle que había puesto en la puerta de cristal.
Salí de la trastienda como alma que lleva el demonio. Miré a mi amiga como si fuera el mismísimo demonio y alcé las palmas de las manos en señal de interrogación.
Mi amiga me miró confundida. Realmente pensaba que la culpa de todo había sido de aquella clienta cursi. Bendita paciencia.
Mi amiga se quedó mirándome con ojo clínico, como si procesase la información, finalmente suspiro y me dijo:
Justo cuando gritaba cómo una posesa mi clienta estrella atravesó la puerta del despacho. Quise disimular espantando moscas, aunque estaba segura de que había podido ver toda la escena desde el otro lado del cristal. Cuando había decidido forrar todas las paredes de cristales para que todo el que paseara frente a mi local pudiera verlo no había pensado en preservar mi intimidad. Claro que tampoco imaginaba que tendría que lidiar con alguien como Lena que cada día me parecía más una extraña. Toda lo segura e implacable que parecía en el bufete de abogados había desaparecido por completo y en su lugar había resultado una neurótica que pasaba el día hablando de chacras y de rituales que no había escuchado jamás.
Al menos fue capaz de entender eso y desapareció rumbo a la trastienda. la señora, impolutamente vestida, me contemplaba con aire de suficiencia desde la puerta. Le hice un gesto para que tomase asiento junto a mí en la mesa que hacía las veces de lugar de reuniones. Saqué la carpeta que contenía su nombre y recaté los bocetos que había estado haciendo hasta las tantas la noche anterior.
La mujer las revisó con ojo clínico sin hacer ni un solo comentario al respecto. Empecé a ponerme nerviosa, lo hacía con su sola presencia, y noté como el sudor me resbalaba por la nuca. ¿Era mi impresión o hacía demasiado calor? Puse instintivamente el aire acondicionado, a pesar de que fuera estábamos a quince grados y no pasé por alto la mirada que me dedico la mujer. Esos ojos fríos me atravesaban el cuerpo. Los cinco minutos que tardó en decir algo se me hicieron eternos, pero no me atreví a importunarla.
La mujer me miraba con una sonrisa en los labios, satisfecha por la reacción que causaba en mí, contra más nerviosa me veía más disfrutaba ella.