Llevaba una semana dedicada en cuerpo y alma ha plasmar todas las peticiones que esa vieja arpía me había hecho. Llamarla <<persona muy exigente>> se quedaba bien corto en su caso.
Nos comunicábamos por mail, porque el Whatssap parecía ser un medio demasiado informal para ella, y aunque siempre llegaban escritos en primera persona seguía teniendo sendas dudas sobre que los escribiera ella misma. El caso es que me habían llegado veinticinco email distintos en la última semana y todos se contradecían de alguna manera.
Hasta el momento, había caminado con la cabeza bien alta sintiéndome orgullosa por tener un súper poder. Era capaz de preceder los gustos de mis clientes. Saber lo que me iban a pedir antes de que ellas mismas lo supieran. Eran muy fácil anticiparme a los gustos solo con conocerlas y mantener una charla inicial de quince minutos. Se sorprendían para bien cada vez que les mostraba un boceto figurado que había creado <<por mi cuenta>> adelantándome a las circunstancias. Y a mí se me inflaba el pecho , como un pavo, cada vez que esto sucedía.
Con esta mujer era imposible. Dudo que ni ella misma tenga claras sus preferencias. A veces , no tardaba ni un día en arrepentirse del color de un lazo, por ejemplo, para pedirme uno totalmente opuesto que poco o nada encajaba con el resto de la temática. O me pedía cosas extrañísimas , sospecho que para ponerme a prueba y comprobar si las conocía, para anularlo a la media hora. Me pidió unas ostras que ni si quiera estaban de temporada cuando , estoy segura, de que ella lo sabía.
Así que así de frustrada estaba. Y lo pagaba con mi gente. Con Laura, que venía cada día conmigo a trabajar, con Martin sin acento en la <<i>>, que ya debía tener la peor de las imágenes sobre mí, y con Gin que seguía ocupando el salón de mi casa.
Martin me observaba un poco compungido mientras arrugaba su nariz en un gesto que me hubiera parecido de lo más encantador en cualquier otra circunstancia en la que el veneno no inundara las venas de mi cuerpo.
La ignoré.
Sabía que esa arpía no me lo pondría nada fácil pero la había subestimado. ¿Veinticuatro email en una sola semana? ¿Cuántos me mandaría en los próximos dos meses?
Definitivamente tenía que poner unos limites.
Martin se había mantenido en silencio tras el mostrador que habíamos situado unos días antes en la entrada del local para atender al público. Nos miraba con los brazos cruzados sobre su pecho y una expresión de re sentimiento en a cara. Pensé que debía estar acostumbrado a tratar con personas así y entendía mi re sentimiento. Al fin y al cabo si vives enManhattan, y no eres uno de ellos, te toca sufrirlos . No se libra nadie.
Pero la ciudad te regalaba infinitas oportunidades que compensaban. Manhattan es una ciudad mágica que te iba atrapando poco a poco hasta que , un día, te dabas cuenta de que estabas perdidamente enamorado o enamorada de ella y no había marcha atrás. Si puedes te quedas y jamás te vuelves a marchar.
En parte era lo que estaba sucediendo con Lena. Los ojos de mi amiga habían comenzado a brillar de una manera especial y tan distinta a lo que había visto antes que tenía clarísimo que la ciudad ya la había hecho prisionera de su embrujo.
Lo estudié con la mirada durante algunos segundos intentando decidir si creía que tenía razón o no. Quizás mi nuevo ayudante era más que un fachada perfecta e impoluta , tremendamente atractiva, y debía empezar a escucharlo más.
Me quedaron ganas de decirle a Martin que sería un coatch cojonudo. Pero no lo hice por miedo a que nos dejara tan pronto y ahora lo necesitaba. Sus ánimos , y su presencia, provocaban en mí un estado de ánimo más saludable.