La fecha de la boda se acercaba y mis ganas de morirme también. No sabría calcular el porcentaje de relación que existía entre ambos factores. Pero si puedo asegurar que aguantar a la madre de Gabriel tenía que ver. Y mucho.
Ósea, si pensaba que se podía ser pesada acababa de descubrir que no tenía ni idea. En una escala del uno al diez estaban los pesados nivel infinito y, después, la madre de Gabriel.
Acoso es lo que esa mujer me hizo vivir en las dos semanas previas a la puñetera preboda de los cojones. Yo ya no sabía si es que Gabriel se casaba dos veces o qué era lo que estaba pasando porque aquello se nos fue de las manos.
Ciento cincuenta invitados a una preboda en las Islas Bahamas. Un maestro de ceremonias que venía de la otra punta del mundo, de la Conchinchina o qué se yo, porque claro es que en Las Bahamas no había ninguno, por lo visto. Más de dos mil bodas al año y ella tiene que traerse al maestro de ceremonias del culo del mundo. Y tú dirás, ¿un maestro de ceremonias para qué? Si esa no es la boda que es la preboda. Pre, de antes de… Pues no lo sé. Es un misterio de esos sin respuestas , que te mueres y nunca lo has sabido. Pues igual.
Pero así con todo. ¿Las flores? Importadas. ¿El caviar? Importado. La puta alfombra por la que los novios caminan cinco minutos. ¿Qué cinco? Ni tres minutos… De Francia.
Creo que es la única preboda de la historia que en vez de aportar ganancias a la Isla le cuesta dinero. Pero claro, yo soy una mandada y el dinero es de ella así que si a mi me dicen que traiga al mismismo Dumbo para que haga de atracción de feria yo lo traigo. Y estoy en contra del maltrato animal y del abuso. Pero lo traigo porque yo soy una mandada y esa señora a mí me da miedo.
Sé que la voz de Ginebra me llega desde el pasillo de casa, pero no le hago caso. Hace unos días, como por arte de magia, volvió a dirigirme la palabra. Yo lo achaco a que la apertura del local es esta noche y quiere que vaya. Laura me ha hecho prometer que iré.
En realidad, ni me lo he pensado. Ginebra es mi amiga y sigue con esta locura del bar adelante yo no puedo hacer nada. Que no se diga que no he intentado hacerla recapacitar. Así que ir, iré. Pero ahora tengo que terminar todos los preparativos para nuestro inminente viaje, al que ha insistido en venir, por cierto, porque si no esa mujer es capaz de cortarme los ovarios.
Y no es mentira. El impresionante culo de Ginebra, todo natural, hace que cualquier cosa le quede bien. No tiene la necesidad de ir probándose nada a ver qué prenda no le saca las lorzas o cual realza más sus caderas, pero aun así lo hace. Debe resultarle divertido, pero para las que sabemos lo estupenda que está es frustrante.
La oigo desaparecer de nuevo a su habitación. Decidimos que ocupara la tercera habitación que quedaba libre y desalojara el salón de una vez por todas. Sigue trasteando los cajones de su cómoda y ya imagino el desorden que estará causando. Más del habitual.
Mi amiga ha asomado la cabeza de nuevo porque su voz me llega más cerca y más clara.
Ahora si que ha conseguido que despegue la vista de la pantalla unos segundos para mirarla de arriba abajo. ¿Está más feliz que de costumbre o solo me lo parece? La duda me carcome.
Ginebra casi se atraganta con el agua que está bebiendo.
Ginebra se va hacía mi habitación y yo sé perfectamente lo que quiere. Ver el vestido. Me levanto a toda prisa para adelantarme. Odio que Ginebra entre en mi habitación porque todo lo toca y es propensa a romper las cosas de las formas menos predecibles.
Me puesto delante con las manos en cruz como si estuviera defendiendo a una persona a la que estuvieran a punto de aniquilar. Un poco exagerado si no conoces hasta donde pueden llegar las meteduras de pata de Ginebra. Yo, que ya he pasado mucho con ella, soy capaz de defender este vestido con uñas y dientes.