Mi Perfecto Caos

CAPITULO 30: Con la Miel en los Labios

Aunque nunca me ha gustado mezclar placer y trabajo, Gin me ha convencido de que este fin de semana no se puede desperdiciar así como así. Además, la antigua Elena es la que se hubiera pasado todo este finde trabajando sin beberse ni si quiera un Mohito. Yo no pienso caer en errores del pasado. Me he reinventado. Mi madre se desplomaría en redondo si pudiera verme ahora mismo. Su perfecta y refinada hija como ayudante de organización de bodas, echando horas extras en un pub nocturno y retozando con una mujer. Alguien podría pensar que cumplo con todos los estereotipos de mujer joven neoyorquina. Yo me siento feliz. Liberada por fin de unas cadenas que me oprimían hasta cortarme la respiración. Cuando me levanto por las mañanas , y me miro en el espejo, lo primero que hago es sonreír. No puedo ni recordar cuanto tiempo hacía que me sentía plenamente feliz. Antes me aferraba a falsos pensamientos gratificantes para creer que era feliz. Un trabajo prospero, una pareja atractiva, unos niños que estaban por llegar, una buena estabilidad económica… Todo insignificante en una realidad que acabo de descubrir. Lo importante es sentirse bien con uno mismo. Sentirte realizado. Poder desarrollarte en un campo que te guste y que te haga feliz y , sobre todo, rodearte de personas que te aporten solo buenas vibraciones. 

Sin duda, mis días en Tailandia sirvieron para liberarme de esas cadenas y mi vida en Nueva York para reinventarme. Soy feliz. Y pensó disfrutar de este fin de semana a tope. Por eso estoy mirando el folleto que te dejan en la habitación junto al mensaje de bienvenida. No le falta un detalle. Spa ultra moderno, pilares, yoga, acuagym, padelsurf… No sé ni por donde empezar. Me apetece todo. 

La habitación es una suite más amplia que nuestro piso en la ciudad. Con una pequeña terraza orientada a un mar turquesa y cristalino que me apetece probar cada vez más. En el baño hay una bañera hidromasaje en la que podría dejar volar mi imaginación con Ginebra si ella quiere. Y en la mesita de la entrada una botella de champan de una marca que no conozco pero que me es indiferente. La abro y me la empino directamente desde la botella. Las burbujas bajando por mi garganta se sienten deliciosas. Cuando eres feliz, todo es mucho más perfecto sin demasiado esfuerzo.

Llaman a la puerta. Al principio me siento un poco molesta porque han interrumpido mi momento de mujer empiédrala pero cuando pienso que puede ser mi chica un nudo de nervios aparece donde antes habían burbujas. Abro la puerta emocionada con el champán en la mano y me arrepiento en cuanto veo a la persona que me mira desde el otro lado con expresión incierta.

  • Oh, discúlpeme- digo escondiendo la botella tras mi espalda como si eso pudiera servir de algo.
  • ¿Y Laura?

Al principio dudo, no sé qué contestar pero entonces recuerdo que habíamos cambiado nuestras habitaciones al descubrir que la de los novios era justo la de enfrente. Si, la señora millonaria podía ser un poco sádica. A nadie se le pasaba el detalle de que las habitaciones hubieran sido repartidas con anterioridad y a conciencia.

  • Bueno, nosotras cambiamos las habitaciones. Espero que no le moleste, pero esta me gustaba tanto que Laura no pudo negarse.

La señora me seguía mirando sin inmutar el gesto de su cara. Ni un pestañeo. Años de experiencia debían avalarla. Pero entonces se cruzó de brazos y me miró de arriba a bajo.

  • No me gusta que se cuestionen mis decisiones.
  • Y no lo hacemos.

Tragué  duro. Hablar con aquella mujer se asemejaba a un ascenso repentino de los que te meten en un lio de pelotas. Aquella estirada no dejaba de mirarme fijamente mientras yo no sabía ya para donde mirar. Me sudaban hasta las manos. Lo estaba pasando realmente mal. Tan agobiada estaba que empezaba a plantearme la opción de cerrarle la puerta en las narices y que pasara lo que tuviera que pasar. Un <<a tomar por culo>> de esos de Gin.

  • A si que…

Solté de repente. Así sin pensar. Por improvisar algo. Mientras me miraba los dedos de mis pies descalzos. Fijaos hasta donde puede llegar mi ocurrencia que me puse a pensar en si la señora que tenía en frente me vería presentables los pies. Mi madre siempre me repetía <<Niña, unos pies siempre hay que llevarlos presentables que nunca se sabe lo que puede pasar>> Yo hubiera entendido ese comentario si habláramos de unas bragas limpias. ¿Pero unos pies? No le había encontrado nunca el sentido hasta ese momento.

  • ¿Y bien?- me dice la señora de pronto. Yo seguía en mis treces de no entender nada hasta que por fin añadió - ¿No me piensas decir cuál es su habitación?
  • Habitación 113.

Lo solté así, a boca jarro, ni si quiera hizo falta apretarme demasiado. Pero es que soy débil. ¿Qué puedo decir? Lo que es , es. Y negarlo sería estúpido. Yo solo pensaba en que esa mujer se marchara de mi habitación y me dejara disfrutar de mi champán en paz. Me merecía ese tiempo de mujer rica honda y despreocupada de todo. Pero como una cosa no quita la otra, le mandé un mensaje a Laura porque puedo ser una blanda pero no una corona. ¿Entendéis? Y lo justo era avisarla, al menos, de que la parca se dirigía a su habitación sedienta de almas que engullirse. 

 

<<La madre de Gabi… (decidí poner Gabriel, no estaba la cosa para tutearse) La madre de Gabriel va derechita a tu habitación. Está Cabrera, que con qué derecho nos hemos cambiado las habitaciones. Quise disimular pero la tía es más lista que un zurró>>

 

Tras mandar el mensaje, y con el regusto de haber hecho lo correcto, me dejé caer sobre la cama cuádruple que había en la habitación, ultra cómoda por cierto, para seguir empinándome mi botella de champán. Pero al primer sorbo volvieron a llamar a la puerta.

  • ¡¿En serio?!

Me levanté entre resoplidos y abrí con más energía de lo normal. El poco champán que me habían dejado saborear empezaba a hacer sus efectos. Me sentía caliente, térmicamente hablando, sofocada, y de mal humor. Siempre que bebía me pasaba lo mismo. Acaba de mal humor e insoportable por eso intentaba evitarlo a toda costa. Al abrir la puerta me sorprendió que Martin , sin acento en la i , como decía Laura, me mirara tras sus increíbles ojos azules.

  • ¿Qué haces tú aquí?



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En el texto hay: rencor, celos, amor

Editado: 11.10.2021

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