Cuando uno huye de sus demonios lo que menos quiere es que le encuentren. Poner tierra, aire y mar entre tus demonios y tú es fundamental. Despistarlos. Adoptar quizás una nueva identidad o , como mínimo, una nueva vida. Hay que romper con el pasado y con los lazos que te unen a él. Al principio es duro, te sientes perdida pero no más que cuando vives una vida que no te pertenece. Si yo había aprendido algo era que cualquier esfuerzo desata una recompensa.
Arturo llevaba cerca de veinte minutos hablando pero yo no le oía. Ni si quiera estaba allí en esa habitación. Puede que mi cuerpo sí pero no mi mente. Mi mente estaba dos años atrás. Cuando una chica perdida se hizo una promesa, que sus demonios jamás la encontrarían. Pero aquí estaba él.
Sonaba fría. Tan fría que mis palabras podían cortar. Yo lo sentía y el también. Pero no me daba pena. Había superado esa etapa, el tiempo. Lo había dejado atrás y ahora era una mujer nueva y renovada. Había cortado mis lazos.
Arturo puso los ojos en blanco a la vez que chasqueaba su lengua. Era un gesto que me sacaba de quicio. Un recurso muy utilizado cuando quería hacer ver que yo había dicho una tontería.
Concluí cruzándome de brazos aguantando su mirada incrédula. Arturo no estaba acostumbrado a ver en mi a una chica fuerte con determinación. Ni si quiera yo me acostumbraba a verla. Esta nueva yo, había surgido en Manhattan. Había surgido con Ginebra. O quizás gracias a ella. Su recuerdo me produzco un pellizquito en el estómago. Me puse nerviosa. La había visto con aquella chica y … sabía quien era ella. ¿Debía preocuparme? O mejor dicho, ¿Tenía derecho a preocuparme? No sé si eran celos, nunca los había sentido por suerte, pero una quemazón crecía en mi interior. De repente solo quería salir de allí. Correr a buscarla. Arturo seguía a mi lado, balaba, pero para mí era como si no estuviera. Solo me importaba lo que me importaba.
Y entonces empecé a recordar. Las noches en vela riéndonos de todo y de nada a la vez. Las Coca Colas compartidas y las bolsas de gominolas desafiando al cuerpo humano. Las noches d peli, manta, sofá y caricias que saben a casa. Las miradas cómplices que solo dos personas que guardan un secreto tal como el nuestro podían dedicarse. El sexo placentero, electrizante y dulce.
Y yo sonreí. Porque mi mente seguía en aquel sillón. Explorándonos. Descubriéndonos con cada beso, con cada caricia. Transmitiéndonos una electricidad placentera de esas que acaban en la entrepierna y más allá. Intenté perderme en su recuerdo. En uno de los últimos días cuando al mirarla a los ojos entendí que jamás podría sentir aquello por ninguna otra persona.
Salir corriendo. Huir de allí era lo que necesitaba. La ansiedad se fue apoderando de mi. Necesitaba aire. Sé que exteriorice mis sentimientos , que la agonía dominó la situación y que Arturo se acercó a mí preocupado mientras me decía que me tranquilizase y que respirara muy hondo. Pero lo que yo necesitaba no era respirar sino encontrarla. Lo antes posible. Y sin darme cuenta había salido corriendo como una posesa en dirección al último lugar donde la había visto. Me repetía una y otra vez que por favor no fuera demasiado tarde, mientras la buscaba como una loca, pero no conseguía encontrarla. Por allí no quedaba demasiada gente, casi todos ocupaban la zona de baile y mojitos, pero aun así no conseguía verla. Era frustrante.