Hacer el recado que Elena me encargó ese día me apetecía tanto como comerme un gusano. Tanto como sacarme sangre, detestaba tremendamente las agujas, o hacerme un chequeo médico. Me apetecía lo mismo que salir de la cama a las cuatro de la mañana cuando te encuentras en la mejor fase de un plácido y reparador sueño. No me apetecía un pimiento.
Pero Elena pareció tener alguna urgencia , que no me explico al detalle , y estaba feo decirle que no.
Eso fue lo único que me dijo. Eso y una tremenda cara de preocupación. Y todo ello después de recibir un enigmático mensaje que la hizo hiperventilar durante un buen rato. No fui capaz de preguntarle si Laura tenía algo que ver con todo aquello. Todavía me cuesta diferenciar las situaciones en las que no sería extraño preguntar de más sobre Laura. No hemos puesto nombre a lo que sea que esté surgiendo entre nosotros. Y o me avergüenza decir admitir que me da miedo su respuesta.
Si, siento pavor al pensar que pueda seguir sintiendo algo por Gabriel. Me da ansiedad creer que conforme se acerque el día de su boda todo estalle en mil pedazos. A veces la observo pensar. La veo perderse en sus cosas y tiemblo. Mi perturbado cerebro cree que está echándole de menos. Que se lamenta de haber cometido el error de dejarlo marchar. Que sueña con que yo fuera él. Porque casi lo soy, aunque ella no lo sepa.
Así que aquí estoy. Frente al edificio más imponente de toda la ciudad. Entre la 56 y la 57. Cuatrocientos veinticinco metros de alto. Más alto que el mismísimo Empire State. Y sin embargo, no es su altura lo que me sobrecoge. Sino los recuerdos que se amontonan en mi mente.
Recuerdo que era la inauguración. Y para entonces ya se podía intuir el nivel que se respiraría entre sus numerosos cristales. Me encantaba subir y bajar en el ascensor y comprobar las vistas de la que para mí era la ciudad más bonita del mundo. Él y yo. Siempre éramos él y yo.
Me hubiera gustado pasar inadvertido en aquella visita. Pero mi letargo me hizo entrar hasta el hall sin ser consciente de ello. Exponiéndome a la vista de todo el mundo. Los currantes que habíamos contratado para transportar los atrezos y demás ya habían comenzado a descargar el camión sin darme tiempo a ponerme a cubierto. Mi plan era esconderme como si nunca hubiera estado allí y después simplemente asegurar que todo había salido según lo planeado. Con los años había descubierto que aquella frase hacia milagros. Era muy útil en aquellos momentos en los que no tienes ni idea de que contestar. Todo ha saldo según lo planeado. Y te quedas tan campante.
El se alejó como la espuma a reprender a aquellos incautos que estaban a punto de arañarle un suelo de miles de dólares. Y yo me fui tan rápido como el. Me volví a perder en mis recuerdos. En unos años felices y tranquilos.
Yo le sonreí porque siempre había sido muy extrovertido.
Me encogí de hombros. Lo cierto es que no tenia muy claro si aquella seria nuestra residencia habitual o solo una mas de las muchas propiedades que le gustaban coleccionar a mi padre. Tampoco era algo que me preocupara demasiado. Iba y venia hacia donde me llevaban. Con la cabeza puesta en mi mayoría de edad y mi oportunidad para dejar Manhattan. Y a ellos.
Y lo fue. El primero de muchos secretos. Aquel hombre me vio crecer y me vio madurar de las formas más vergonzosas posibles. Un hombre amable. Un amigo. Con el compartí muchos momentos. Me contaba batallitas sobre su vida. Una vida nada sencilla. Sobre su familia. Me alegré de verle tan bien. Me alegré de que siguiera allí. En realidad desde que había vuelto a Manhattan me había dado cuenta de que todo seguía en el mismo sitio de siempre excepto yo.
La subida en el ascensor fue una batalla conmigo mismo. Estaba nerviosos, incluso me sudaban las manos, me pareció ridículo teniendo en cuenta que iba a casa. A mi casa. Aunque yo ya no la sentía como tal.
Me abrió la puerta en pantalón de pijama. Sin camiseta. El pelo mojado delataba que acababa de salir de la ducha y la cara de asco que yo era la única persona a quien no quería haberse encontrado tras la puerta. Sé que si hubiera podido prevenirlo no me hubiera abierto. Lo conozco bien.